Juegos salvajes

Prólogo

Lionel POV:

 

 

Había llegado a la universidad hacía más de una semana, la cual se me estaba haciendo eterna, sin contar que quedaban tres días más para que dieran comienzo las clases. ¿El motivo por el cual había decidido venir tan pronto? Podría mentir diciendo que amaba estudiar, que ansiaba que comenzasen las clases o simplemente que me gustaba vivir aquí —me rio de tan solo pensarlo— pero lo cierto era que yo no había logrado encajar ni lo haría nunca en el lugar del que venía. Pero eso es tan habitual para mi que se ha vuelto una rutina.

Este era mi tercer año en la uni, lo que suponía que la gente ya me conocía, ya sabía mi pasado o al menos lo intuían y después estaba la gente que simplemente se lo inventada. No me importaba que hablasen de mí, no me molestaba para nada, incluso podría reconocer que me gustaba que gracias a eso me temieran. Eso me hacía la vida mucho más fácil.

 

Caminé a lo largo del verde campus perdido en mis pensamientos cuando los susurros invadieron el lugar. Sentí a la gente observarme sin el menor disimulo, me señalaban y seguían con sus locas historias hasta que me dignaba a dedicarles una mirada, la cual les hacía callar de inmediato. Si, me temían y me encaba que lo hicieran.

Sonreí para mis adentros mientras que mis pies seguían su rumbo establecido y me puse a recordar las increíblemente fantásticas historias que han inventado sobre mí.

Había una que era mi favorita;

Hace algo menos de un año, me encontré con un grupo de chicos que nada más verme, literalmente me gritaron asesino y se fueron corriendo como alma que lleva al diablo. Huyeron todos menos uno que debió ser que se quedó boqueado. Entonces me acerqué al pobre desgraciado que tuvo que plantarme cara y le pregunté que a qué diablos venía eso y él me contó un breve resumen de la historia. Según la teoría popular, mi brazo derecho que tengo completamente tatuado con nombres es el recordatorio de la gente que había matado. Además añadió que todos aquellos chicos que habían dejado la universidad el año anterior se fueron por mi culpa, porque les echaba obligaba a irse por mirarme directamente a los ojos.

No pude contener la risa en cuanto me contó aquella estúpida e ilógica historia ¿Cómo tenían unas mentes tan sumamente creativas pero solo las utilizaban para estas tonterías?

 

Tengo que reconocer que por irónico que suene, parte de la historia era algo así como cierta pero tan solo la referida a mis tatuajes. Mi brazo estaba dedicado a gente que murió, más concretamente que fue asesinada pero no por mí, sino por mi padre.

Hacía unos años, seis concretamente, él fue el responsable del 14-O, un atentado que provocó en Zaragoza y que se cobró más de sesenta y siete vidas. Los nombres de sus víctimas son los que decoran la piel de mi brazo derecho, ya que de alguna forma, esa era mi manera de recordarlos siempre y disculparme por lo que hizo mi padre.

Su atrocidad me ha perseguido a lo largo de toda mi adolescencia y ahora parte de mi etapa universitaria pero aun así él era mi padre y aunque aquello me haga sentir el más grande de los imbéciles, lo quería a pesar de todo.

 

Tras perderme aquel rato en mis pensamientos, me di cuenta de que había llegado a mi habitación y tras abrir la puerta me encontré con una pequeña sorpresa.

Mi compañero de cuarto —con el que había convivido los últimos dos años— estaba hurgando entre mis cosas, algo que odiaba por encima de todo.

 

— ¿Qué te crees que estás haciendo? —le pregunté a la vez que cerraba la puerta de un portazo. El sobresalto que pegó Raúl fue digno de ser grabado al igual que mi cara de cabreo al descubrirle toqueteando mis cosas.

 

—No es lo que crees —se defendió tartamudeando más de lo necesario y sus manos dejaron caer la pequeña bola de cristal que tenía en sus manos haciendo que se rompiera en infinidad de pedazos.

 

—¿Y que es lo que creo? —lo miré mientras que sentía como la sangre se iba subiendo a mi cabeza. Al darme cuenta de que se le había caído la bola de cristal de las manos —la cual tenía cierta carga sentimental para mí—, no pude controlar al demonio que habitaba en mí y fui a por él sin pararme a pensarlo.

 

—Espera por favor, y-yo-o lo siento —tartamudeó de nuevo al sentir como uno de mis puños agarraban el cuello de su camiseta. Me planteé la idea de que fuera su cara la que estuviera en mi puño y no la insignificante tela —Me han obligado a hacerlo. Yo no quería, eres mi amigo. —Finalizó mientras que conseguía volver en mi poco a poco y dejaba ir la ira que me había dominado segundos antes.

—Si no quieres que acabe contigo lárgate ahora y no se te ocurra volver. Si me entero siquiera de que has pasado por mi puerta te romperé las piernas y así me aseguraré de que no vuelvas a pasearte por aquí. ¿Quedó claro? —No esperé siquiera su respuesta —Entonces largo, ¡Ya! —alcé la voz para finalizar logrando que saliera corriendo cual gallina.




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