Juegos salvajes

La fiesta

Cleo POV:

 

 

«—Que difícil va a ser la convivencia —pensaba una y otra vez en mi cabeza».

 

Mientras que mi compañero de cuarto —del cual por cierto no sabía aun el nombre— susurraba algo entre dientes, decidí inspeccionar la habitación en la que iba a pasar al menos este año. Estaba totalmente dividida en dos; la primera parte en la que me fijé fue la que sería mi zona y estaba compuesta por una cama, un escritorio, una silla y un par de baldas en la pared en las cuales colocaría mis libros. La parte restante era la de mi compañero, la cual estaba completamente ordenada y organizada, con todas las cosas en su lugar. Eso me hizo plantearme la idea de que ese chico fuera un maniático del control y de la de problemas que conllevaría el hecho de que yo fuera un desastre.

 

—Emmm, esto… —comencé hablando y en cuanto me prestó atención me quedé sin palabras —voy a por mis cosas y ahora vengo —finalicé y por la vergüenza de la situación salí huyendo de ahí como si me estuvieran persiguiendo.

Me regañé mentalmente por ese comportamiento tan infantil. ¿Desde cuando podía un hombre volverme tan estúpida sin siquiera pronunciar una palabra? No se lo iba a permitir, mejor dicho, no me lo voy a permitir. Debo actuar como una persona adulta, razonable y con dos dedos de frente, o al menos ese es el plan.

 

Avancé por el pasillo del tercer piso sin demasiada prisa, ya que mientras tanto los recuerdos que había borrado el alcohol, el día de la fiesta, comenzaron a aflorar en mi mente.

 

 

Recuerdo bien el primer vaso que bebí; vodka con Coca-Cola. En ese momento miraba a mi alrededor con intriga, incluso algo de orgullo pues iba a formar parte de la universidad. Así fue como se terminó mi primera copa y me fui a por otra. El alcohol comenzó a hacer efecto por lo que me quité la chaqueta vaquera que llevaba y proseguí mirando a mi alrededor, pero esta vez a la gente. Había mucha variedad de personas, tanto física como mentalmente. Se diferenciaban los grupos y se podían identificar muy bien; los populares eran los dueños de los sofás y se dedicaban a jugar al juego de la botella. Después estaban las chicas que querían colarse en sus pantalones aunque esas estaban esparcidas por todo el lugar. La gente que no bebía se encontraba sentada mirando el teléfono y la gente que fumaba estaban afuera, sentados en el césped. Pude distinguir algunas chicas de mi edad, novatas por llamarlas de alguna forma que estaban en la cocina rodeando la barra improvisada en la que nos servían el alcohol. Y después estaba yo, apoyada en la escalera del piso de abajo acabándome la segunda copa.

Entonces traté de bajar el ritmo, sabía que no me sentaría bien tanto alcohol cuando lo último que bebí fue en fin de año una copita de champan. El plan iba bien hasta que la chica que servía los cubatas me llamó y dijo que íbamos a jugar al juego de los chupitos.

No entendí para nada las reglas, creo incluso que nadie lo hizo ya que bebíamos cuando nos decía y no poníamos en duda su palabra.

Ahí fue como al rato, a saber cuántos chupitos después,  todo comenzó a tambalearse.

Recuerdo que me sentía libre, desinhibida y relajada, algo que no había experimentado jamás así que me sentí capaz de hacer lo que quisiera. Y lo que quería en ese momento era bailar. Al lado de los sofás de los populares se encontraba el equipo de música, por lo que sin pensarmelo dos veces, avancé hacia el aparato y comencé a mover mi cuerpo lentamente. Podía sentir como la música movía mi cuerpo y entonces sonreí de plena felicidad.

No recuerdo para nada el tiempo que llevaría bailando —o creyendo que lo hacía— hasta que sentí a alguien detrás de mí. Quise girarme para ver a aquel desconocido pero en cuanto su perfume inundó mis fosas nasales, lo olvidé por completo. Noté como de pronto su cuerpo comenzó a moverse al son del mío, como sus manos apartaban el pelo de mi cuello y después las yemas de sus dedos acariciaban mi brazo. No pude evitar ser curiosa y mirar la mano de la persona que me estaba tocando, entonces descubrí que su brazo estaba completamente tatuado. Lo que sentí entonces con sus caricias solo puedo describirlo como pura química. Cada milímetro de mi piel que tocaba aquel hombre parecía convertirse en fuego, ardía, quemaba pero necesitaba más. Entonces su mano se posó en mi cintura y me atrajo aun más a él dejando que nuestras pieles se rozaran por primera vez en lo que parecía una eternidad.

 

«— ¡Madre mía! —me dije a mi misma al recordar lo que había pasado después».

 

De pronto me acribilló el cerebro el recuerdo de un gemido escapando de mis labios y la sonrisa —que no vi pero que sé que estuvo ahí— en los labios de mi desconocido. Nuestros cuerpos no querían despegarse, no sé muy bien cuantas canciones sonaron pero nosotros seguimos ahí de pie, haciendo como que bailábamos mientras que la química que sentíamos invadía el lugar.




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