Era una tarde tranquila cuando Víctor Stelling se levantó de su cama luego de un largo y profundo sueño. Estaba de vacaciones y no tenía nada qué hacer, su mayor pasatiempo era dormir y de vez en cuando, salir con sus amigos, veía como una pérdida de energías hacer cualquier actividad que requiriera un esfuerzo considerable.
Aún somnoliento, se levantó para dirigirse a su escritorio. Hizo una mueca al contacto de sus pies descalzos con el suelo, helado aún por culpa del aire acondicionado, pero no tardó en acostumbrarse. Miró la pantalla de su móvil que estaba encima del escritorio en uno de los rincones del cuarto, eran las tres de la tarde, cosa que no parecía pues las gruesas cortina no dejaba pasar ni el más mínimo rayo solar. Bostezó con pereza, no tenía ganas de salir, pero ya se había comprometido con sus amigos esa noche. Tomó su toalla y se fue a duchar. Una hora más tarde, Víctor ya estaba listo para irse. Antes de salir, se miró en el espejo de la sala, tenía puestos unos vaqueros oscuros, una camiseta blanca y un suéter negro que hacía juego con sus converse. Estaba listo para irse, pero antes si quiera de que pudiese tocar el pomo de la puerta, su madre lo llamó a la cocina. Toda su noche estaba en riesgo si no escogía las palabras adecuadas, aunque si no le daba permiso, no le importaría escaparse por la ventana, a fin de cuentas, no era la primera vez que lo haría. Tomó una gran bocanada de aire que soltó en un sonoro suspiro y se calmó para dirigirse a la cocina. Al cruzar el pórtico lo esperaba sentada en la mesa una mujer rubia de unos cuarenta años que tomaba café mientras leía a gusto un libro rojo bastante maltratado.
— ¿a dónde vas? —preguntó seria la mujer sin dejar de mirar el papel. Víctor se mantuvo en silencio un segundo antes de responder, odiaba tener que darle explicaciones a Mercedes, ya que a pesar de ser su madre nunca le prestó demasiada atención, su favorito siempre había sido su hermanito pequeño Lucas, a quien él despreciaba con todas sus fuerzas. En realidad, odiaba tener que estar allí con esas personas a las que debía llamar familiares. Desde que su padre se fue a trabajar a otro país, él se quedó solo.
— A casa de Miguel, me quedaré esta noche.— Respondió a secas e inexpresivo.— aunque supongo no te importa.— musitó por lo bajo para sí mismo antes de irse.
— No causes problemas. — escuchó antes de salir.
Salió de la casa a paso apresurado, tenía las manos en los bolsillos de su chaqueta para mantenerse a salvo del viento que soplaba frío y violento. Era de esperarse, ya casi era invierno, la mayoría de hojas de los árboles ya estaban rodando el suelo de los patios adornándolos de un naranja moribundo. Víctor se quedó pensando por un momento en su padre, ¿aún lo recordaría?, ya habían pasado casi siete años desde que se había ido, ¿seguiría vivo?, tenía tanto que no recibía ni una carta suya. Lo menos que quería pensar era que Mercedes siempre tuvo razón y de verdad los había abandonado. Y si de verdad era así, tampoco le importaba, nunca esperó demasiado de sus padres y ya a sus 17 años sentía que podía cuidarse solo.
La casa de su amigo Miguel no estaba tan lejos, pero debía hacer un par de escalas antes de ir al sitio. Un par de cuadras de camino después, se detuvo una vivienda blanca de dos plantas bien cuidada, subió con rapidez los escalones del pórtico encontrándose recostada en un mueble de bambú a una chica morena y de cabello castaño de unos doce años, que al parecer estaba chateando en su celular sin mucha preocupación. Vestía ropa casual y ni siquiera se inmutó por su presencia.
— Milena, ¿está tu hermano? — La chica no despegó su vista del móvil y señaló la puerta de la casa. — gracias. — musitó antes de dirigirse a la entrada y tocar el timbre. Minutos después, fue recibido por una niña pequeña de rasgos similares, que, al ver a Víctor, le brillaron los ojos y salió corriendo adentro de inmediato, subiendo las escaleras con emoción. Víctor sonrió ante tal acto. Unos instantes después, un chico moreno y de risos negros bajó apresurado las escaleras sonriente, saludó con entusiasmo a Víctor y se dirigió a la puerta, siendo detenido rápidamente por la pequeña.
— ¡Abram, Abram! — llamó la niña— ¿Volverás mas tarde para jugar conmigo verdad?— inquirió la pequeña de forma risueña. Ambos adolescentes se dirigieron una mirada y luego se volvieron a la niña.
— Lo lamento Sarah, no volveré hasta mañana al mediodía, si quieres podemos jugar cuando llegue, mientras tanto espera a papá y a los gemelos con Milena. Si tienes hambre tu comida y la de Milena está guardada en una taza sobre el mesón de la cocina. — pronunció el moreno. La niña se vio desilusionada al oír aquello, pero no objetó nada en contra, a pesar de su corta edad, entendía que su hermano trabajaba mucho y que además de eso tenía que cuidarla a ella y a sus otros hermanos mientras sus papás trabajaban y por eso casi no tenía tiempo para salir con sus amigos o hacer cosas que le gustaran. El chico de risos al ver la reacción de la pequeña, se agachó a su altura y le hizo una seña para que se acercara y poder susurrar en su oído, a lo que Sarah obedeció con curiosidad. — Busca en el cajón de las verduras, dejé un paquete de galletas de chocolate para tí, pero no le digas nada a Milena, ni a los gemelos, ¿entendido? — la niña asintió dándole una sonrisa cómplice a su hermano mayor, se despidió rápidamente y se dirigió a la cocina a buscar su golosina dejando a ambos chicos solos en la entrada.
— ¿nunca te han dicho que pareces mamá gallina? — preguntó burlón Víctor tras ver la conmovedora escena de su amigo.
— Si, lo dices cada vez que vienes a mi casa y todavía no entiendo por qué. — comentó Abram caminando fuera de la casa. Abram se detuvo en la puerta y se dirigió a Milena quien seguía hipnotizada en su teléfono. — ¡Milena ya deja ese celular y ve a limpiar el desastre que hiciste en la sala, a papá le va a dar un ataque cuando lo vea, te dijo que lo limpiaras desde que se fue al mercado hace dos horas! — reprochó el moreno con molestia.