Luego de leer tan aterrador mensaje, todos sabían que las cosas se habían puesto serias, ya alguien había muerto. Miguel estaba preocupado, y no era para menos, si llegaba a sobrevivir, ¿cómo le explicaría lo sucedido a los padres de Pedro? y lo que era aún peor, ¿cómo se lo explicaría a los suyos?, ¿le creerían o lo tomarían por loco? Sus padres le confían la casa un par de días y pasa todo aquello. Pero eso por el momento no importaba en lo absoluto. Primero debería sobrevivir, luego ya vería la forma y rogaba porque no hubiesen más muertos. Eran las dos y veinte de la mañana cuando a sus teléfonos llegó otro mensaje de quien ya conocían y tanto comenzaban a odiar. Era una simple, pero inquietante pregunta: “¿Se divierten...?” Era evidente que él lo hacía. Estaba disfrutando convertir aquel juego en una cacería y a aquellos chicos en presas asustadas. Le fascinaba.
Todos al leer aquello, instintivamente cambiaron de escondite, lo que no sirvió de mucho para calmar la creciente angustia que todos tenían. Miguel en medio de aquel proceso, escuchó un goteo de agua proveniente de la cocina. Se extrañó al instante. ¿Qué hacía un chorro de agua abierto...? Dudaba profundamente que fuese alguno de sus amigos y solo había alguien más a parte de ellos en toda la casa. Concluyó que era el peluche quien se encontraba en la cocina, por lo que se apresuró a llegar a su próximo escondite. Pero el rubio no había sido el único en percibir el extraño e incesante goteo. Al quedar la casa en un silencio abrumador, lo único que se escuchaba entonces era el incesante y molesto sonido. Todos llegaron a la misma conclusión que Miguel.
A Víctor, le inquietaba la razón de que él estuviese allí y no torturándolos como al principio de aquella calamidad. Al castaño se le cruzó por la mente una teoría en la que esperaba estar completamente equivocado. ¿Y si estaba cambiando aquel cuchillo de carne por algo aún más peligroso...? ¿Pero qué podría ser más peligroso que eso? De inmediato tomó su celular y le planteó la posibilidad al dueño de la casa. Miguel le llamó casi al instante ante la preocupación.
— Miguel, ¿Escuchaste ese extraño goteo en la cocina?
— Sí. Es esa cosa, estoy seguro.
— Pero, ¿qué estará haciendo ahí?
— Cabe la posibilidad de que esté cambiando el cuchillo de carne por algo más, ¿pero hay algo más grande que ese cuchillo en la casa? — El rubio lo pensó un momento y repasó cuidadosamente las posibles opciones, pero no encontró nada más grande.
— No. Creo que no. — Víctor soltó un suspiro de alivio al escuchar la negativa.
—Menos mal...
Al colgar la llamada Víctor descartó la idea confiando en la palabra de su amigo. Mientras ellos tenían esa conversación, Abram subía las escaleras hacia el ático donde sentía que podía estar más seguro, era el lugar más remoto de toda la casa, nadie se imaginaría que estuviese escondido allí. Por su mente no dejaba de rondar la idea de que los matarían a todos tarde o temprano, pero no podía rendirse tan fácil, sus hermanos y padres necesitaban de él, Sara lo necesitaba. El recuerdo de su hermanita menor era lo que le daba el valor para no rendirse ante el terrible miedo que sentía. Un rato después de que se instaló en el ático escondiéndose tras un montón de cajas de adornos y herramientas de jardín, recibió una llamada de Luis. Dudó un segundo para contestar, pues no estaba seguro si las paredes del ático serían a prueba de ruidos o harían eco. El chico de cabellos rizados decidió arriesgarse.
— ¿Abram...? Tenías casi quince minutos sin reportarte, ya comenzábamos a preocuparnos. ¿Dónde estás? — inquirió Luis en el tono más bajo que pudo.
— En el ático. ¿Y tú? — contestó de igual modo Abram.
— En el closet de la ropa de los padres de Miguel, es muy incómodo y creo que se me atoró el pie en uno de los tacones de la señora. — se quejó el menor del grupo. Abram no pudo evitar sonreír ante el comentario que estando en otra situación, hubiese sido muy cómico de ver.
— ¿Y cómo rayos te atoraste en unos tacones de señora? — preguntó el mayor conteniendo una risilla.
— Había poco espacio, sí...— se defendió el chico.
— Bueno, no importa, quítatelos de una vez o tendrás que correr con ellos por toda la casa.
— Está bien, ten cuidado.
Al finalizar la llamada, Luis se acomodó dentro del estrecho y oscuro closet y como pudo logró zafarse de los tacones. Suspiró aliviado y se asomó por una de las rendijas del closet, dentro de su corto campo visual logró distinguir la sombra de aquel desquiciado peluche. Contuvo el aliento al observar que se dirigía hacia él buscando casi con desespero y se detuvo frente a la puerta del closet, tomó la silueta de un humano y con el cuchillo de carne comenzó rayar la puerta haciendo un sonido aterrador. Luis ya se daba por muerto, pero para su fortuna aquella sombra espectral se detuvo y salió a toda prisa del cuarto. Luis exhaló el aire que estaba conteniendo inconscientemente. Estaba al borde de las lágrimas, era demasiada tensión para él, ya no quería seguir con eso. Solo podía pensar en quién sería la siguiente víctima de aquel juego macabro. ¿Víctor, Jeremy, quizás Miguel o él mismo...? Soltó una risilla pesarosa entre gruesas lágrimas. "sí salgo vivo de esto jamás volveré a tener un maldito peluche" Pensó para sí mismo. Miró su reloj con decepción y tristeza, el aparato marcaba las dos y cincuenta y tres de la mañana.
El peluche hizo lo mismo con los cajones de la cocina. Juan se encontraba escondido dentro de uno de ellos y rezaba suplicando perdón y una ayuda del cielo El molesto sonido del cuchillo sobre la madera se detuvo por fin, pero eso no calmó al pelirrojo, por el contrario, lo tensó más, no estaba seguro si seguía allí fuera o se había ido, la incertidumbre lo estaba matando. Al no escuchar nada durante minutos que se hicieron eternos, decidió llamar a Jeremy.