Después de tan horrible momento, decidieron que volver a esconderse de forma individual sería un peligro en todo aspecto, si iban en pares podrían vigilar mejor y estarían mas seguros. Juan se fue con Víctor y se escabulleron en la oficina del padre de Miguel, mientras que Luis y Jeremy se escondieron en el cobertizo de herramientas cerca del ático. En cuanto a Miguel, decidió que iría solo, pues conocía mejor que ninguno la casa y podría moverse mucho más fácil entre la oscuridad, al fin y al cabo, vivía allí. Así la casa volvió a quedar en la penumbra y el espeluznante silencio, sabían que era cuestión de tiempo para que aquella sombra macabra tras el tierno peluche volviese a rondar los pasillos para cazarlo. Ya eran un poco más de las tres de la mañana y Víctor estaba impaciente y mientras esperaba escondido tras un mueble junto a Juan en completo slenco. Tenía muchas cosas en la cabeza, su padre, su madre, Lucas, sus amigos muertos y el cómo había llegado a eestar en esa situacion. Reflexionaba a cerca de su pasado y no pudo evitar que se le viniese un recuerdo a la mente que lo tenía torturado desde hacía años y del que se sentía profundamente culpable. A raíz de ese incidente su madre cambió drasticamente con él y no la culpaba. Ante ese recuerdo solo pudo susurrar un nombre que lo perseguía día y noche...
— Sebastián...—pronunció en un tono melancólico y lleno de culpa. Juan al ver el semblante entristecido de su amigo y le dió una palmada en su hombro derecho.
— No te preocupes, Saldremos vivos de ésta. — trató de animarlo el pelirrojo pero no consiguió grandes resultados. Víctor soltó un gran suspiro. No se acordaba que el día que ocurrió el incidente, Juan se había ido temprano a su casa porque se tenía que ir de viaje con su familia.
— No estoy tan seguro Juan, estoy comenzando a creer que esto es un castigo de un ser superior por mis errores.— soltó con una sonrisa triste.— no lo sé.
— No digas estupideces Victor, si fuese así, ¿por qué estaríamos los demás contigo? — Quizás porque ellos también estuvieron involuccrados. Quiso responder Víctor, pero no quería contarle nada al pelirrojo sobre lo que había pasado, a nadie en realidad. Quería que ese incidente quedara enterrado en el olvido.
—Quizás tengas razón, pero de igual modo, todo lo que está pasando es culpa mía. — Se acomodó en su puesto.— yo propuse todo esto.
— Eso ya no tiene importancia. Ahora lo que de verdad importa es sobrevivir, hay gente esperándonos en casa— dijo el pelirojo recordándo a su hermana.
—Bueno, ustedes tienen...— el habla del castaño fue interrumpida por el incesante pitido del reloj de mano de Juan que marcaba las tres treinta, el ruido hacía un estrepitoso eco por la habitación. Ambos se levantaron de golpe para tratar de silenciarlo.
— ¡Juan apágalo...!— exclamó Víctor agitado.
— ¡No puedo... No se cómo...!— el pelirrojo estaba de un lado a otro nervioso y presionaba todos los botones del aparato pero la alarma no cesaba
— ¡Dame eso!— Víctor le quitó el reloj y lo puso en el piso para luego darle un fuerte pisotón haciendo pedazos el objeto que dejó por fín de sonar, pero ya era demasiado tarde.
La puerta se abrió lentamente con un chirrido espelusnante, ambos chicos habían saltado a su escondite con la esperanza de que no los hubiese visto, pero algo les decía que ya era tarde, que no saldrían vivos de aquella oficina. La sombra estaba rondando por todo el estudio y lo sabían por lo frío y pesado que se había tornado el ambiente, a medida que se acercaba a ellos podían sentir el terror taladrándole los huesos hasta el punto de temblar como gelatinas. Juan sintió entonces una respiración caliente en su cuello que le erizó la piel, fue allí cuando tomó a Víctor del brazo para correr hacia la puerta a todo lo que daban sus temblorosas piernas. Víctor echó un vistazó hacia atrás y la sombra estaba practicamente encima de ellos. Sin previo aviso, Víctor jaló con fuerza a Juan haciendo que se callera bruscamente al piso, justo antes de atravesar la puerta y cerrándola rápidamente.
— ¡Víctor Stelling Eres un maldito traidor. Ojalá te pudras en el infierno bastardo!—gritaba el pelirrojo dándo golpes y punta pies a la puerta. Por más que lo intentó, el pelirrojo no pudo abrirla ya que Víctor la había trabado. El castaño dio un par de pasos hacía atrás, aún escuchando los gritos y blasfemias de Juan hacia él, teía la respiración agitada y la adrenalina a mil.
— Juan, perdóname, pero no quiero morir esta noche.— dijo el castaño antes de salir corriendo por la oscuridad del pasillo, abandonándo así a Juan a su suerte.
— ¡A la mierda con tus disculpas traidor!— gritó el pelirrojo antes de girarse y volver a su realidad. El osito estaba sentado en la silla giratoria del escritorio con la mirada dirigida hacia él y un cuchillo se posaba en su regazo. Tras la silla se encontraba parada aquella sombra con forma humana que nadie podía reconocer, pero esta vez había algo diferente en ella. La luz lunar que entraba por la ventana no lo atravesaba como antes, se había hecho un ente sólido, pero no tenía boca, ni ojos, era solo una silueta aterradora.
Los recuerdos de su hermana se pasaban rápidamente por la mente del chico, habían tantas cosas que hubiese querido decirle a ella y a su madre, pero que nunca podrían oír, habían tantas cosas de las que se arrepentía sobre su vida pero que nunca podría rectiicar. Era demasiado tarde. ¿Por qué será que las personas abrimos los ojos a las cosas importantes cuando ya es demasiado tarde? Pensó para si con una sonrisa triste, ya no había salida, su destino estaba sellado. Se paró firme y abrió los brazos de par en par.
—¡Deja de jugar y mátame de una maldita vez!— gritó el pelirrojo con todas sus fuerzas. La sombra rodeó la silla y se posicionó frente a ésta dirigiéndose hacía Juan .En un parpadeo, se transportó más cerca a una velocidad fuera del alcance del ojo humano, ya tenía el cuchillo en su mano derecha. Lo hizo una vez más hasta quedar cara a cara con Juan, quien con la respiración a mil le plantó una sonrisa altanera y desafiante. Era su fín si, pero no tenía intención de retroceder, aunque estaba aterrado, ya se había cansado de huír. Cerró los ojos con fuerza en espera del dolor.