Jugamos, Katherine ?

La maldición

Era espeluznante, de su boca desprendía un olor a suciedad y comida podrida, como si nunca antes se hubiera lavado los dientes, en su cuerpo habían marcas de cicatrices, en todo su enorme cuerpo, el cual estaba cubierto por harapos a medio tender, en sus manos habían garras por uñas, tal cual como me estaba escrito en aquel cuento, tal cual como lo describían las imágenes del libro que yace en esta mansión. Sus ojos eran asimétricos, el derecho mucho más grande que el izquierdo, en ellos podías ver la profundidad de un vacío oscuro, una mirada inexpresiva que estaba lejos de ser natural. Cargaba a cuestas una enorme joroba en el lado derecho superior de su espalda, dicha condición que debería estropearle la movilidad de su pierna derecha y brazo derecho, sin embargo, se mostraba muy lejos de ser vulnerable. Sus ojos se clavaron en mí y sentí su mirada, su presencia imponía miedo en todo mi ser, cargaba consigo un candelabro, el cual sostenía con su mano izquierda. La luz de la vela alumbró el cuarto, mi respiración se volvía lenta y los latidos de mi corazón se aceleraban mientras mis músculos se volvían rígidos, un pequeño temblor en las piernas invadió mi ser, su mirada se clavaba con la mía, miré a mi alrededor eludiendo así aquel contacto visual, para observar algo que lejos de ser reconfortante, le daría más escalofríos a mi ser, dentro de la sala habían varios cuerpos, aparentemente de animales, llenos de sangre, algunos en estado de putrefacción, otros parecían ser más recientes, habían huesos, sesos, tripas, entre otras cosas que no podría describir.

Él se acercó lentamente y llevó su mano derecha hacia mí, una lágrima resbaló por mi mejilla, pensé que sería mi final, pero lejos de hacerme daño, él tomó mi mano derecha con delicadeza, mi voz se quebraba y yo controlaba mi llanto, el cual no sabría si era por miedo o por alivio de que no me matara. Me llevó hacia la cocina y luego me hizo señas para que me sentara, intentaba comunicarse conmigo pero sus balbuceos eran irreconocibles, el sonido de su voz era tan espeluznante como todo su ser. Una vez que estaba sentada, él sirvió en una taza un poco del caldo que había en la caldera y lo puso sobre la mesa frente a mí. No podía ignorar el hambre que tenía, una sensación más que experimentaba mi ya confuso ser, con miedo y mientras temblaba, dirigí mis manos hacia la taza, levanté la taza y la llevé hacia mis labios lentamente, luego la introduje en mi boca y tomé de ella. El sabor era espantoso, evitaba sacar conclusiones de lo que estaba tomando, como resultado del hambre que tenía, en mi boca sentía un sabor amargo, combinado con algunas verduras que masticaba antes de tragar todo a la fuerza, dejé de tomar después de dos tragos, puse la sopa que aún estaba entera, sobre la mesa y le hice saber con un ademán que no quería. Acción que lo hizo enfadar, de pronto alzaba sus balbuceos y golpeaba con fuerzas el suelo, acción que provocaba un gran temblor, lo cual explicaba el temblor que había sentido anteriormente junto a Nick, quien supuse había logrado escapar, era cuestión de tiempo para que volviera con ayuda.

Entre el miedo y lágrimas decidí volver a tomar del caldo, logrando así que él se calmara, tomé tragos más grandes mientras lloraba, el sabor no lo resistía, habían bocados que eran más espesos que otros, como si estuviera tomando sangre, sin darme cuenta, habría terminado la sopa, parecía que lo había logrado cuando de repente sentí que algo se atravesó en mi garganta, mi organismo de inmediato expulsó todo a través de vómito, una vez que había vomitado, mis ojos observaron lo peor que podría haberme pasado, como si esta fuera la peor de todas las pesadillas, entre el vómito había un diente. Entré en pánico y grité con todas mis fuerzas, a lo que el sujeto reaccionó de una manera inesperada, como si estuviera asustado y triste a la vez.

De pronto la puerta de la escalera se abrió y en momentos, vería al mayordomo entrar a la cocina.

 - ¡Tú! - dijo el mayordomo con una voz gruesa y espeluznante mientras me señalaba.

Yo no comprendía lo que estaba pasando pero me estaba señalando.

 - ¿Puedo irme? - pregunté entre lágrimas.

 - ¿No tienes idea de quién eres?

Negué con la cabeza.

 - No debiste haber venido, ahora no podrás escapar.

De pronto, escuché una voz que me sonaba muy familiar, proveniente de atrás.

"Había una vez hace ya muchos años, una bebé, una que llevaría consigo una maldición, después de varias generaciones de esclavas del castillo que nacían dentro, esta bebé sería la excepción, cuando una doncella tuvo gemelos por primera vez, el rey desafió al destino, retó a la muerte y la escondió de la maldición, esa bebé le daría paz al reino, detendría de una vez el ciclo, un sacrificio que salvaría a la familia, una bebé afuera del castillo que con el tiempo crecería en la miseria, en cambio, la otra padecería de una enfermedad implantada, una muerte natural que le quitaría motivos al maligno de existir, dicho sacrificio le daría paz a la familia, nunca se supo qué sería de esa rama de la familia, la maldición nunca se fue, y en lejos de la realeza, una familia crecía sin saber de la maldición que llevaban en su sangre".




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