Jugando a no enamorarse

Capítulo 5

Hay acciones inexplicables, pensamientos irracionales, sentimientos incomprendidos, personas incomprensibles... y después estaba lo que yo hacía por ganar en el juego a Charles Brown. Eso era un nivel completamente nuevo y diferente de irresponsabilidad, irracionalidad e incomprensión; algo nunca visto unido en una sola persona: yo.

—Está muy alto. —argumenté yo levemente asustada mirando la verja roja de metal como si de la propia verja de una cárcel se tratara. La realidad es que las verjas no se diferenciaban tanto de las de una cárcel a mi parecer: el objetivo era mantenerte encerrado, igual que en la cárcel.

—No son más de unos metros, Cabello. Si te caes no te partirás siquiera una uña. —expresó él con sarcasmo como si mi debate interno le resulta lo más entretenido del mundo.

Me alegra ser tan condenadamente entretenida, playboy. A ver si te ríes tanto cuando este en la tumba.

—No me importan mis uñas imbécil, me importa mi cabeza. Es lo único bueno que tengo.

—Podría argumentar y decirte que no, que tienes muchas cosas buenas, pero estaría incumpliendo la regla del contrato que dice expresamente que no debo fingir a tu alrededor solo para camelarte.

Auch, eso dolió.

Pretenderé que no oí eso.

Lo fulminé con la mirada y me impulsé hacia la verja respirando hondo. Estaba fría y levemente mojada del sudor de Charles (que ya había cruzado al otro lado sin esfuerzo alguno, como si de un leve escalón se tratara) lo que hizo que mis manos se resbalaran levemente.

Tú puedes, Raquel.

Es solo una verja. Una estúpida verja. No es para tanto. Piensa en todas las chicas de novelas que saltan desde su ventana para fugarse a fiestas y sobreviven en el intento...

Pero eso es ficción, Raquel. Tú eres una persona de carne y hueso, huesos que se pueden romper.

—¡Venga Cabello, no es para tanto!

¡No ayudas Brown, no ayudas!

Subí la pierna derecha decidida a intentar escalar por fin y comencé a trepar rápidamente con miedo de parar por si perdía el equilibrio. En menos de un minuto ya me encontraba en la parte más alta de la verja, justo en el límite entre el exterior y el instituto. Solo tenía que bajar por la verja o saltar hacía bajo y ya estaría. Era sencillo.

Pero entonces miré hacia abajo y el suelo pareció estar interminablemente hundido hacía el fondo, más abajo incluso que el infierno. Puedo jurar que incluso me sentí levemente mareada por la sensación.

No es buen momento para descubrir que tienes vértigo así que solo salta.

—Raquel, mírame —Mi nombre en sus labios suena suave y aterciopelado. No estoy acostumbrado a escucharlo en sus labios ya que siempre me llama por mi apellido. Intento enfocarme en esa sensación de paz, en la profundidad y seguridad de su voz cuando habla para callar a mí de repente desbocado corazón—. Estoy aquí, abajo, y no te vas a caer ¿vale? Si te caes, yo te agarraré antes de que caigas al suelo. No tienes nada que temer.

Incomprensiblemente esas palabras me hicieron sentir más segura. Alomejor fue la manera en que las dijo, como si de verdad nada pudiera ir mal, o como sus fuertes brazos se abrieron y entonces comprendí que sus músculos no me dejarían caer porque, siendo honestos, es imposible caer de sus brazos que parecen dignos de ser admirados por el mismísimo Hulk.

Dispuesta a lo que sea y un poco más segura de mi misma salté de la verja. No pude evitar gritar mientras sentía la brisa fría en mi cara, pero cuando unos brazos fuertes envolvieron mi cintura para evitar que me la pegara contra el suelo mi corazón pudo volver a su ritmo cardíaco normal.

Sus manos se sentían calientes alrededor de mi cintura y no sé si yo estaba demasiado fría o el demasiado caliente. Puede que fuera un poco de ambos o que simplemente Charles Brown sea demasiado caliente como para estar frío en algún lugar, aunque sea un lugar tan vulgar como sus manos.

—Ya estás en el suelo. —comenta él. Yo le miro extrañada, sin comprender exactamente a que se refiere. Mi respiración sigue levemente entrecortada.—. Puedes soltarme.

¡Cómo no!

Me suelto tan rápido que casi podría jurar que su piel estaba en llamas y yo estaba a punto de incendiarme por su toque. Su sonrisa fue tan amplia y su risa tan sarcástica cuando me separé que mi corazón volvió a hacer indicios de descontrolarse, pero lo mandé parar.

—Vale y ¿ahora qué?

—¿Cómo que ahora qué? Libertad, Cabello, libertad. Te falta tanto de eso...

Él comenzó a correr y yo tuve que hacer el mayor de mis esfuerzos por seguirle el ritmo. Charles tenía la típica condición física de un atleta y para él hacer un sprint de cinco minutos no era nada pero para mí, una pobre mortal, era sencillamente eso: mortífero.

Llegué al parque con la respiración entrecortada, las mejillas rojas y el sudor bajando por mi cara. Una imagen claramente agradable a la vista, digna de conquistar a alguien (nótese el sarcasmo).




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