Charles me miró fijamente durante lo que se sintió como una eternidad. Mis ojos iban de los suyos hacía la pared una y otra vez. Sentía muchas cosas, pero no sabría describir ninguna. Estaba dividida entre volver a preguntarle o salir corriendo lo más rápido que mis piernas me permitieran.
Ninguna de las dos parecía oportuna, así que decidí tomar la más riesgosa de todas.
—Charles —repetí yo, tratando de captar su atención—. ¿Me has oído?
Qué pregunta más estúpida, pero nada me paró de hacerla.
La tensión en la habitación se podía cortar con un cuchillo. De hecho, ni siquiera hacía falta un cuchillo: con el simple movimiento de mi mano podría cortarla sin problemas.
—Contestame.
Ni siquiera sé si quiero escuchar la respuesta, pero sigo insistiendo.
¿Qué quiero oír? ¿“Sí, Raquel, me he enamorado de ti”? Eso sería catastrófico para los dos, aunque significaba ganar el juego que habíamos inventado. Aunque claro, también estaba la segunda opción, que viniendo de Charles sería algo parecido a un; “¿Yo? ¿Enamorado?” y todo seguido de una risa.
No sé que es peor, pero de ambas maneras ya he abandonado la poca dignidad que me quedaba.
—Fuera de mi casa. —pronuncia él. Vale, eso no me lo esperaba. Trato de negarme, pero él continua—. ¡He dicho que te vayas!
No me grita, pero su tono es lo suficientemente contundente para que yo me lo tome en serio y comience a caminar hacía la puerta. Tengo el corazón a mil por hora, las manos me tiemblan y no sé cómo he conseguido que las piernas me reaccionen.
Solo quiero salir de aquí lo antes posible y olvidar que he hecho la pregunta más ridícula del universo al único hombre que no debería haberla hecho.
***
Hay cosas horribles, espantosas, desastres naturales, y después estoy yo y mi maravillosa manera de meter la pata.
Charles y yo llevamos sin hablarnos tres días, lo que sumados a los dos días previos a nuestra conversación significa que hemos perdido cinco preciados días de nuestro juego.
Porque eso es lo que es, para él y para mi: un juego. Así empezó y así se tiene que quedar.
Creo que me confundí en el proceso, debo admitirlo, aunque sea solo para mis adentros. No se lo puedo decir a Caroline, me miraría como si estuviera pirada y me pegaría unas cuantas cachetadas hasta que volviera a mi estado racional. Y tampoco se lo puedo decir a Beatrice, porque… bueno, eso no necesita siquiera explicación.
Estoy enfocada en desconectar y enfocar mis pensamientos para volver al juego lo más fuerte posible. Ni siquiera recuerdo cuanto tiempo tengo para enamorarlo antes de perder, pero tampoco quiero pensarlo.
—¡Raquel! —Caroline me llama. Conozco ese tono. No viene nada bueno—. Sé que prometimos no ir a ninguna fiesta por motivos que ambas sabemos, pero…
—No continues —La interrumpo yo. Estoy dispuesta a decir que no, a negarme en rotundo. Pero justo cuando la palabra va a salir de mi boca observo a Charles, que está sentado en su mesa habitual con su actitud pasota habitual y decido que es momento de reincorporarme a la partida—, acepto.