Dos años después…
—Ya, mi amor, duérmete por favor —suplico a mi bebé mientras lo cargo en mis brazos y me paseo por la habitación rogando a Dios por que ya se duerma y me dé, aunque sea un pequeño descanso.
Alex cierra sus ojitos y siento el peso de su diminuto cuerpo recaer sobre mi hombro, así sé que por fin se ha quedado dormido. Sin embargo, Gael suelta una carcajada desde la cama que hace a mi hijo estremecerse y soltar el llanto. Ahora debo volver a empezar otra vez.
Le lanzo una mirada furiosa al responsable y este solo se encoge de hombros antes de regresar la vista a su celular.
—¿Qué?, ese meme fue muy gracioso, no lo pude evitar —dice sin una pizca de remordimiento, como si la pequeña criatura que ahora llora desconsolada y completamente despierta no fuera su hijo también.
A veces me pregunto en qué estaba pensando cuando se me ocurrió acostarme con él, pero esos pensamientos suenan a reproche y, jamás, por más complicada que sea mi vida, me arrepentiría de haber traído al mundo a mi hijo. Sin importar que su padre sea un desconsiderado.
No digo nada, pues sería inútil y trato de arrullarlo de nuevo hasta dejarlo dormido en su cuna media hora más tarde. Para ese entonces Gael ya se ha quedado dormido también y me acuesto observando al techo de la habitación, preguntándome si algún día cambiarán las cosas entre los dos.
Han pasado dos años desde que dejé la universidad para convertirme en madre de un hermoso bebé de un año y cuatro meses. La vida no ha sido nada fácil para nosotros, pero no pienso rendirme ahora, pues sé que un día, cuando Alex sea un poco mayor, retomaré mis estudios y podré darle la vida que se merece. Gael no lo hace mal, para ser justa; se pasa el día trabajando para poder brindarnos la estabilidad que necesitamos, por lo que trato de ser comprensiva con él y respetar sus horas de descanso a pesar de que jamás haya tenido la iniciativa de ayudarme en lo más mínimo con su hijo.
Observo la hora en mi teléfono: son las 11:59 p.m.
Suspiro con cansancio antes de dejarlo nuevamente sobre la mesita, pero ni bien he retirado mi mano cuando la pantalla se ilumina y comienza a vibrar sobre la madera. Lo tomo rápidamente para evitar que el sonido pueda despertar a alguien y respondo, feliz al ver el nombre en el registro.
—¿Hola?
—¡Feliz cumpleaños, Ann! —dice Noah con voz melancólica del otro lado de la línea. Separo el móvil de mi oreja y observo la pantalla como si pudiera verlo a él y, a pesar del sueño que nubla mi mente, sonrío como una tonta.
—Son las doce de la noche, Noah, ¿no pudiste esperar a mañana para felicitarme? —susurro acomodándome sobre mi costado, intentando no despertar a Gael, quien descansa en su lado de la cama.
—No, s-siempre he sido el p-primero en felicitarte y eso no va a cambiar ahooraa —espeta arrastrando las palabras.
—¿Estás borracho, Noah? —cuestiono preocupada, aunque no me sorprende; no es la primera vez que me habla en estas condiciones y, para ser sincera, no sé qué es lo que me asombra.
A veces me olvido de que él solo es un chico en plena flor de su juventud, sin compromisos y con un futuro brillante por delante. Se me olvida que esa podría ser yo; ahora mismo estaría en una fiesta de la fraternidad, celebrando con mis amigas que aprobé mis exámenes de la carrera y buscando un nuevo pretexto para organizar la siguiente reunión.
—Solo un poquito, Ann, no te enfades por favorr —suplica con esa voz melosa que logra hacerme sonreír hasta en la peor de las situaciones—. Tú deberías de estar aquí, conmigo —balbucea con nostalgia y sé que es momento de ir a hablar a otro lugar, pues soy consciente de lo intenso que se puede poner cuando no está en sus cinco sentidos, como ahora.
—Lo sé. —Exhalo saliendo de la cama. Gael se remueve en su lado dándome la espalda y camino hacia la cuna de mi bebé, le acaricio su cabecita y dejo un beso en su frente antes de escapar de la habitación—. Aunque no extraño esos días, ¿sabes? —miento descaradamente, a pesar de saber que no me creerá—. Mi bebé es toda mi vida, jamás lo cambiaría por ninguna carrera y unas cuantas noches de diversión.
—Te extraño, Ann —suelta de pronto, haciendo que mi corazón duela y mis ojos se llenen de lágrimas—. La escuela no es la misma sin ti.
—Estoy segura de que nada ha cambiado en la universidad desde que me fui —digo entre risas que no lo contagian ni siquiera un poco—. Yo también te extraño, Noah —admito de todas formas—. Vuelve a divertirte con tus amigos, y amigas —ironizo—, porque estoy segura de que no estás solo.
—Ya me conoces —trata de bromear—, tengo corazón de condominio, nena. Pero la habitación principal aún sigue disponible solo para ti.
—Ja, ja, ¡qué gracioso! —Ruedo mis ojos a pesar de saber que no puede verme, y hago un esfuerzo enorme por ignorar lo que ese tipo de comentarios le provocan a mi corazón—. Es una oferta tentadora, lástima que no esté disponible.
—Sí, lástima —murmura sin rastro de diversión—. Porque sería capaz de cruzar todo el país e ir a buscarte si lo estuvieras.
Odio cuando Noah bebe porque dice cosas como estas y, aunque sé que solo está jugando, ¿cómo le digo a mi corazón que no se desboque y quiera salir corriendo a buscarlo?
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Editado: 11.06.2024