Jugando a ser papá

VII. Balanza

Volver a abrazar a Anel después de dos largos años fue como haber pasado horas bajo el agua y por fin salir a la superficie. Sin embargo, he de admitir que nada pudo haberme preparado para verla en esas condiciones, y no me refiero a su apariencia; Anel podría usar una simple bolsa de plástico y ante mis ojos seguiría siendo la mujer más bella del mundo. Fue la tristeza en sus ojos lo que me hizo arder la sangre.

Ann siempre ha sido una chica reservada e inocente —demasiado para su propio beneficio—, aun así, jamás en todos los años que tengo de conocerla había visto que el brillo en su mirada se apagara de esa forma.

Apenas noté la manera en que ese imbécil se dirigía a ella y sentí el impulso de arrebatársela de las manos y llevarla lejos de su alcance. Me llena de impotencia no poder hacer más por ella. Me siento atado de manos y con un profundo hueco en el pecho imposible de llenar.

Es una verdadera tortura tener que regresar a la universidad y dejarla en manos de ese desgraciado después de haber sido testigo de su realidad; lo único que deseo es que el tiempo pase volando y dejar atrás mis años universitarios para poder regresar a Monterrey y hacerle saber que cuenta conmigo, que no está sola y que, si en algún momento decide que esa no es la vida que quiere, tenga la seguridad de que estaré ahí para ella.

—¿Así de mal te fue? —pregunta Dylan sacándome de mis cavilaciones.

—Ni te imaginas —acepto, pues no tiene sentido tratar de mentirle.

Dylan puede leerme mejor que nadie, y con el tiempo he aprendido que es mejor ir al grano con él y evitarnos tantas vueltas pues siempre encuentra la manera de sacarme la verdad.

Es un alivio contar con un amigo como él; es al único al que puedo contarle todo lo que no puedo decirle a ella.

—Debiste verla, Dylan… El vacío en sus ojos…

Las palabras queman al salir de mi boca, pues de solo recordar la expresión de Ann al despedirnos mi estómago se hunde y me invade un profundo sentimiento desolador.

—Noah… sé que Anel es muy importante para ti, pero creo que es hora de seguir adelante —sugiere Dylan con tiento lo que tantas veces he pensado, pero la idea de dejar ir a Ann me revuelve el estómago, me enferma y termino desistiendo—. Ella eligió su camino, tiene un hijo junto a esa mier…

—Ni lo menciones que me hierve la sangre —escupo entre dientes—. Anel piensa que no tiene más opción que quedarse a su lado, pero la tiene… siempre la ha tenido.

—¿Cuál? ¿Estás dispuesto a asumir esa responsabilidad? ¿Acaso estás pensando en meterte en su relación?  

—Yo no dije eso… yo… solo quiero que sepa que no tiene porqué aguantar los malos tratos de ningún hijo de… ¡Argh! —gruño con desesperación—. Es mi amiga, Dylan… ella es…

—¿Cómo tu hermana? —pregunta de manera suspicaz, orillándome a confirmar con mis propias palabras lo que él sabe, pero que jamás me he atrevido a pronunciar.

—No iba a decir eso.

—Sé lo que ibas a decir, lo que no entiendo es por qué te es tan difícil soltarlo —me presiona—. ¿Acaso no me tienes confianza?

—Sabes que confío en ti, amigo, es solo que… si lo digo… si me atrevo a ponerle un nombre a lo que llevo dentro, todo se volverá real y no sé si pueda soportarlo.

—Te entiendo —masculla dándome un respiro—. Solo creo que, tal vez, si aceptas lo que sientes, sin rodeos, tendrás una verdadera posibilidad de salvar a Anel de esa porquería a la que le llama vida. Lucha por lo que quieres, hermano. La vida es demasiado corta para ser solo un NPC —aconseja, haciendo referencia a esos personajes de relleno que hay en los video juegos que programamos.

—Habló el doctor corazón —bromeo tratando de restarle seriedad al asunto—. ¿Qué hay de esa morena espectacular con la que saliste la última vez? ¿Ya le llamaste?

—Estamos hablando de ti. —Me señala con su dedo—. ¿La viste, amigo? ¿qué posibilidades tengo con ella? Es una diosa. Simplemente está a otro nivel.

—Un sabio me dijo una vez que «la vida es demasiado corta para ser solo un NPC» —cito sus propias palabras, haciendo que ruede los ojos y diga:

—Olvídalo, eres imposible.

El sonido de una notificación que emite mi computadora interrumpe nuestra charla; me apresuro a abrir el correo y, al darme cuenta del destinatario, siento una punzada en las sienes que me recuerda que aún debo tomar una difícil decisión. Una que podría cambiar el rumbo de mi vida para siempre.

—¿Aún no respondes? —cuestiona Dylan desde mi espalda, notando lo mismo que yo—. Sabes que no esperarán para siempre ¿cierto?

—Ya lo sé —gruño apretando las hebras de mi cabello entre mis dedos.

La frustración me hace golpear el escritorio con mi palma, pero me obligo a respirar y calmar la ansiedad que comienza a apoderarse de mis nervios.

Sopeso detenidamente mis opciones y me decido a responder ese correo a pesar de que mi corazón me grita que no lo haga, pues, siendo completamente honesto conmigo mismo, la vida no va a esperar por mí y me aterra la idea de arrepentirme de tomar una mala decisión.




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