—Tierra llamando a Noah… ¿hola? —La voz de Dylan me saca de mis pensamientos y me hace volver a la realidad. Volteo a mi alrededor y el desorden que hay sobre el escritorio me recuerda lo que hacemos—. Oye, Noah, pensé que ver a Anel te daría un poco de paz, pero resultó ser todo lo contrario —rezonga Dylan a mi lado—. Sé que su situación te tiene distraído, pero esto también es importante, bro.
Sacudo mi cabeza tratando de volver a enfocarme en el trabajo, y regreso mi atención a la pantalla donde se encuentra el proyecto que estamos desarrollando juntos, el cual definirá el 80% de nuestra calificación final. No podemos darnos el lujo de fallar en esto.
—Lo sé, perdón —espeto apretando el puente de mi nariz—. Estoy estresado, eso es todo.
—Te entiendo, pero no ganamos nada perdiendo la cabeza. ¿Sabes qué? ¡hoy saldremos! Necesitas relajarte. Iremos a un antro de mala muerte, beberemos hasta perder la conciencia y… si tenemos suerte…
—No estoy de humor, Dylan. —Niego con la cabeza, enfocando mi atención en los gráficos frente a mí—. Pero tú puedes ir sin mí.
—¿Y tú qué harás? ¿Te quedarás en el departamento regodeándote en tu miseria, después pondrás algo de música a todo volumen y llamarás a Anel fingiendo estar borracho?
«¿Cómo…?».
—Te conozco, hermano, no sirve de nada que te justifiques… entiendo por qué lo haces, pero ¡date cuenta! Esta es tu vida y la estás desperdiciando en este dormitorio. Es nuestro último año de universidad, son los últimos meses que tenemos para hacer locuras y cometer errores… después, adiós a nuestra juventud y hola a nuestra vida de adultos y a las responsabilidades. No sé tú, pero yo no quiero arrepentirme de no haber disfrutado esta etapa.
—Lo dices como si de la noche a la mañana fueses a pasar de tener 22 a tener 30 años. —Me río a pesar de saber que tiene razón—. Estoy bien, solo que hoy no me apetece salir…
—«Estoy bien, estoy bien, estoy bien» —imita mis palabras con dramatismo, luego me da una mirada que dice: ¿a quién quieres engañar? y rueda los ojos—. No me importa lo que digas; levanta tu trasero de esa silla y ve a cambiarte… estoy hablando en serio.
Su tono de voz no da pie a réplicas, por lo que termino cerrando el proyecto en mi computadora y, en contra de mi voluntad, hago lo que dice.
En verdad, no me entusiasma salir esta noche, pero, conociendo a Dylan, es capaz de quedarse también solo para fastidiarme y echarme en cara su aburrimiento.
—Está bien —gruño con fastidio—. Iré, pero si se te ocurre emborracharte al grado de quedar inconsciente te dejaré en el lugar y me regresaré al departamento. No estoy de humor para batallar con borrachos esta noche.
—Jamás me harías eso —espeta seguro de sí mismo, colocando una sonrisa fanfarrona en su rostro—. Me amas demasiado para dejarme tirado en ninguna parte.
—Y tú te aprovechas de eso —lo acuso.
—Para eso son los amigos… Anda, vístete —ordena buscando entre sus cosas—. Si nos apuramos llegaremos a tiempo para la barra libre. Y sabes lo que significa eso.
Alza una ceja de forma sugerente.
—¡Chicas! —exclamo con falso entusiasmo—¡Yupii!
—¿Quién eres tú y qué hiciste con mi amigo? —pregunta sacudiendo mis hombros con sus manos—. Empiezo a pensar que regresaste a México, pero tus pelotas se quedaron en Monterrey.
—¡Qué gracioso! ¿Quieres cerciorarte por ti mismo de que mis pelotas siguen en su lugar? —increpo, haciendo ademán de bajar mis pantalones.
—Paso. —Suelta una carcajada que termina en un jadeo cuando mi puño se impacta con su estómago—. Mejor demuéstralo —dice alejándose entre risas—. Esta noche elegiremos a la pareja del otro y gana el que logre llevar a la cama a la suya, ¿aceptas?
—¿No te parece que estamos grandecitos para ese tipo de juegos? Además, ¿qué ganaremos?
—Mm… el que pierde hará los quehaceres del departamento y surtirá la despensa por toda una semana.
—Qué infantil eres.
—Lo sé, pero es divertido. —Se encoje de hombros.
—Estás hablando de chicas, no de un partido de futbol.
—Tampoco vamos a obligarlas. —Rueda los ojos—. Solo lo harán si ellas quieren; ese es el riesgo. ¿Lo tomas o lo dejas? No me digas ahora, solo piénsalo.
No respondo. Ambos terminamos de vestirnos y salimos del departamento media hora más tarde. Llegamos al Sans después de atravesar la ciudad y la música retumba en mi pecho apenas entramos al lugar. Las luces de neón me hacen entrecerrar los ojos, pero de inmediato me contagio del ambiente y me permito relajarme por el resto de la noche.
«Dylan tiene razón», pienso. Esta etapa de nuestras vidas no volverá a repetirse. Jamás volveremos a tener 22 años; es ahora o nunca.
Vamos directo a la barra y pedimos nuestros tragos. Dylan no pierde el tiempo en nimiedades y de inmediato consigue pareja de baile; se pierde en la pista y sonrío al ver la mirada triunfante que me da a espaldas de la chica. Enarca su ceja en señal de interrogación y decido ignorar la pregunta que reflejan sus ojos, pues aún no estoy seguro de aceptar la apuesta.
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Editado: 11.06.2024