Jugando a ser papá

IX. Poca cosa

Termino de recoger los juguetes de Alex de la alfombra y los guardo en su lugar; me cercioro de que siga dormido y salgo de la habitación en busca de Gael, quien se encuentra en el sofá mirando un programa en la televisión.

Ha pasado una semana desde que hablé con Fer sobre el empleo que me ofrece y aún no me he atrevido a decírselo a Gael por temor a su reacción; sé que se supone que habláramos con confianza sobre cualquier tema, que eso hacen las parejas normales: se escuchan, se dan apoyo mutuo y se alientan entre sí a superarse, pero no soy tan ingenua como para no darme cuenta de que, desgraciadamente, ese no es el tipo de relación que tenemos Gael y yo.

Lo conozco tan bien que casi podría asegurar que no estará de acuerdo con que trabaje, pero me prometí a mí misma que no me daría por vencida sin siquiera intentarlo.

Llego a la sala de estar y tomo asiento junto a él. Su vista permanece fija en la pantalla, como si mi presencia no le causara la menor alteración. Tomo una bocanada de aire y me armo de valor antes de preguntar:

—Gael, ¿podemos hablar?

—¿Qué pasa? —cuestiona de manera tosca. Su labio superior se eleva formando una mueca de desagrado y debo tragar saliva y tranquilizarme para proseguir.

—El otro día estuve hablando con Fer y…

—¿Cuál Fer? —indaga lanzando llamas por sus ojos—. ¿Acaso es otro amiguito del que no sabía?

—No… Fer… Fernanda, mi amiga de la facultad, ¿no la recuerdas?

—Ah… esa Fer…

Regresa su atención al televisor y estira los brazos de manera relajada. Se pierde en su programa de nuevo y espero varios minutos a que me pregunte, a que se interese sobre lo que tengo que decirle, pero me decepciono al ver que no lo hace.

—Te decía… Fer me contó que acaba de terminar la carrera y regresará a la ciudad; empezará a trabajar en la clínica de su papá y… me propuso trabajar con ella.

—¿Trabajar? ¿tú? —pregunta entre risas burlonas que me hacen sentir pequeña e insignificante—. ¿Qué podrías hacer en ese lugar? Ni siquiera terminaste de estudiar. ¿Qué quiere que hagas? ¿Serás la empleada de limpieza?

—De hecho… quiere que sea su asistente —respondo en hilo de voz.

Toda la seguridad que tanto trabajo me costó reunir se viene abajo al escuchar la fuerte carcajada que profiere.

—Su asistente. —Se ríe hasta que le brotan lágrimas por los ojos—. Ah… ¿estás hablando en serio?

—Sí —musito bajando la cabeza.

«No llores, Anel. No llores ahora», me reprendo haciendo acopio de todo mi auto control.

—Le dijiste que no, supongo —asume con seriedad.

—Le dije que lo iba a pensar… que lo hablaría contigo antes de responderle.

—No puedes estar considerándolo en serio. ¿Qué hay de mí y de tu hijo? Te necesitamos aquí. ¿Quién hará los quehaceres y cuidará de Alex? Sabes que yo trabajo todo el día, no esperarás que todavía llegue a la casa y deba hacer mi propia comida… Ese es tu trabajo.

—Pero… me gustaría ayudarte. —«Me gustaría dejar de sentir que soy una inútil», pienso—. En estos tiempos es muy normal que en una pareja ambos trabajen, no veo cuál es el problema.

—¡Pues nosotros no somos todas las parejas! —chilla con la respiración agitada—. Por eso la sociedad está como está, porque se perdieron los roles del matrimonio. Ahora las mujeres se creen que pueden hacer las mismas cosas que los hombres, cuando su lugar está en su casa, cuidando de su familia, mientras que el hombre es el que sale a trabajar para que no les falte nada. ¿Sabes por qué existen esos roles, Anel? ¡Porque funcionan!

—Gael… me conociste estudiando, sabías que sería una profesionista. ¿Qué esperabas? Yo pensaba trabajar.

—Pero las cosas no salieron como tú pensabas, ¿cierto? —me reprocha con sarcasmo, echándome en cara el haberme embarazado de Alex—. Las cosas son así ahora y nos tenemos que aguantar, pero si quieres intentarlo, si quieres probarte a ti misma que puedes con todo, adelante.

—¿De verdad? —cuestiono ilusionada.

—Claro, es tu vida —espeta de manera indiferente—. En tanto te las arregles para no descuidar tus obligaciones, tú decide. Si puedes lograr que la casa esté ordenada, la ropa limpia y mi comida caliente cuando llegue del trabajo, por mí no hay problema. Ah… y espero que tu sueldo alcance para pagar a una niñera, porque no llevarás a Alex a ninguna guardería. ¿Sabes todos los accidentes que hay en esos lugares? —cuestiona con horror—. Las guarderías son para madres solteras que no tienen de otra más que abandonar a sus hijos por horas porque no cuentan con un hombre que las mantenga y deben salir a buscar el pan. Pero esa no es tu situación.

Me quedo callada después de escuchar su discurso, pues me ha cerrado todas las puertas. Sabe que no podré con el trabajo si también debo seguir llevando todas las responsabilidades de la casa. En pocas palabras, no está de acuerdo.

—Le diré a Fer que consiga a otra persona —balbuceo, derrotada—. No lo consideré bien.

—Por supuesto que no lo hiciste —increpa.




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