Jugando a ser papá

XI. Te extrañé tanto

—¡Buenos días! Consultorio de la nutrióloga Fernanda Ramírez, ¿en qué puedo ayudarle? —respondo la llamada al tiempo que anoto los datos que me brinda la persona al otro lado de la línea, agendo la cita y cuelgo el teléfono.

 Suspiro con cansancio y aprovecho que ha salido el último paciente de Fer para levantarme del escritorio y estirar las piernas. Ha sido un día agotador en la clínica y no puedo esperar para terminar la jornada e ir a recoger a Alex a la guardería. Pobre, no ha sido fácil para él adaptarse a su nueva rutina; después de un mes, por fin ha dejado de llorar cuando lo dejo por las mañanas, pero se me parte el corazón cada vez que lo veo por las tardes y su hermoso rostro se ilumina al verme, su boquita forma ese puchero tan lindo que suele hacer y llora como si en todo el día no hubiese hecho otra cosa más que extrañarme.

«Mi pobre bebé», pienso dando vueltas por la recepción de la clínica.

—Fue un día largo, ¿cierto? —dice Fer saliendo de su consultorio—. ¿Hay alguien más en la agenda?

—No. Ese fue el último paciente de hoy —le informo—, pero aún falta una hora para cerrar.

—Perfecto, pues, en ese caso, ¿por qué no pasas por Alex y van a descansar?

—¿Segura? —pregunto, procurando no mostrar demasiado entusiasmo—. No quiero abusar de mi amistad con mi jefa.

—No estás abusando. —Se ríe—. Haces un trabajo estupendo, Anel. Te agradezco mucho que hayas aceptado mi propuesta al fin.

—Bueno… amo trabajar para ti y, no te ofendas, pero… no es como si hubiera tenido muchas opciones después de… ya sabes.

—Hablando de eso… ¿cómo sigues? ¿Has vuelto a saber algo de Gael?

Mi estómago se retuerce de solo escuchar su nombre, pero hago un esfuerzo por no demostrarlo. Hace un mes que me dejó y desde entonces no he sabido nada de él. A pesar de todo lo que pasamos: de los malos ratos y de su tosca manera de tratarme, no puedo negar que aún pienso en él. Y es que no es fácil desprenderse de una persona que fue tan importante en mi vida y la de mi hijo, sin importar el poco tiempo que duró nuestra relación, Gael siempre será un tema sensible para mí.

—No —respondo después de un rato—. Lo único que sé es que sigue trabajando en la constructora de su papá, fuera de eso, nada.

—Es un…

—Fer, ya déjalo, por favor.

—Lo siento, amiga, pero no puedo dejar de pensar en eso. ¿Cómo fue capaz de abandonarte de esa manera? Sin saber si tienes lo necesario para sobrevivir, o si Alex ha enfermado… es un desgraciado.

—Es mejor así —digo resignada—. Era injusto que se quedara a mi lado…

—¡¿Injusto?! —me interrumpe con desesperación—. Eran su responsabilidad, como tantas veces te echó en cara. ¿De un día para otro se le olvidó «su rol» en la familia? —resopla blanqueando los ojos.

—No quiero seguir hablando de Gael, Fer.

—Entiendo, perdón —masculla arrepentida—. Mejor vamos, te llevaré a la guardería y los dejaré en tu departamento —propone.

—No, no es necesario que lo hagas, te queda muy lejos de casa.

—No me hago nada con darte un aventón —espeta tomando su bolso y las llaves de su auto—. Me aterra que tengas que viajar en autobús con Alex. Perdón que te lo diga, pero la colonia en la que vives me da escalofríos. —Se estremece de forma exagerada—. Prefiero llevarte y quedarme tranquila con mi consciencia.

—Está bien —acepto porque, en verdad, la colonia donde se encuentra mi departamento es aterradora por las noches. Aprecio lo poco que Gael hizo por nosotros; tampoco soy una malagradecida, pero hay que decir la verdad.    

Tomo mi bolso y salgo del consultorio junto a Fernanda, atravesamos el pasillo de la clínica y en el camino nos despedimos de algunos compañeros, asistentes y médicos del hospital.

—¿Se van tan pronto? —pregunta Diego, el pediatra de la clínica y amigo de Fernanda desde hace tiempo.

—Sí, hemos terminado la jornada por hoy —le informa mi amiga acercándose a despedirse; le da un beso en la mejilla y dos palmaditas en el pecho con familiaridad.

Diego voltea hacia mí y al ver que no me acerco, lo hace él.

—Disfruta el resto de tu tarde, Any —pronuncia de forma íntima antes de besar mi mejilla y quedarse un poco más de tiempo del necesario—. Nos vemos mañana.

—Claro… —murmuro bajito por la vergüenza—. Ten una linda tarde.

Me doy la vuelta y observo a Fernanda pasear la vista entre su amigo y yo con una enorme y misteriosa sonrisa que me hace negar. Camino junto a ella por el pasillo que lleva a la salida; me apresuro al notar sus intenciones y tiro de su bata, apurándola a salir.

—Le gustas a Diego —espeta con seguridad—. Sé que es pronto para decir esto, pero, deberías de darte otra oportunidad en el amor.

—¡¿Estás loca?! —chillo, negando frenéticamente con la cabeza—. No le gusto a tu amigo.

—Anel, eres demasiado inocente para tu propio bien —masculla blanqueando sus ojos—. Diego es un gran tipo, y no lo digo porque sea mi amigo; lo conozco desde hace años y podría meter mis manos al fuego por él. Él jamás te haría lo que te hizo ese bastardo —escupe con coraje recordando a Gael.




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