Jugando al detective

El hurto (II)

—¿Cómo es posible? —cuestionó Daniel cinco minutos después de hallado el retazo de tela.

Santi también se preguntaba lo mismo.

Después de recoger el trozo de tela, no tardó en encontrar hilos del mismo color en el pasador de la ventana. La conclusión a la que llegó era que el ladrón en su prisa por escapar había enganchado su camisa al pasador, desgarrándola por las mismas prisas y los nervios. Eso estaba claro. Sin embargo, era lo único. Lo demás, era todo interrogantes sin respuesta.

De todas las preguntas, tres se presentaban como las más importantes, que a su vez contenían todas las restantes: ¿Cómo había entrado? ¿Por qué se llevó solo la consola? ¿Quién era?

Apenas siendo consciente de ello, Santi escribió las tres preguntas en un mensaje de texto y lo guardó como borrador.

—Cuando buscaron por la mañana, ¿no vieron este trozo de tela? —preguntó Santi.

—Papá era quien daba vueltas como loco, yo le seguía. Llegados a la sala, solo comprobó que los cerrojos estaban corridos y se dio por satisfecho.

—Ya. —Santi miró otra vez el minúsculo retazo de tela. Tenía la sensación de que el trozo le resultaba familiar—. No tienes ninguna camisa roja, ¿verdad? —preguntó después. Luego se respondió a sí mismo—. Al menos no de este color ni de esta tela en específico.

—Tendría que comparar ese trozo con mi ropero. Pero no es de ninguna de mis camisas, si es lo que estás sugiriendo. Al menos que también se hayan llevado una. Aunque, si se llevan solo mi consola, por qué no también una camisa. Y de paso un calcetín de cada color para dejarlos desparejados. Y mira, resuelto el misterio de los calcetines sin pareja.

—No, no la tienes —meditó Santi sin hacer caso de la palabrería de su amigo—. De tenerla, lo recordaría. A menos que sea nueva y no la haya visto.

—Ahora que tenía la Play, no malgastaría mi dinero en ropa. Estaba ahorrando para un nuevo videojuego.

—Tampoco parece probable que pertenezca a alguien más de tu familia. De haberlos visto usando una prenda así, me vendría a la mente siquiera vagamente. Pero como a ellos los veo mucho menos que a ti…

—¿Cómo le haces?

—¿Qué cosa?

—Eres capaz de ver y recordar cosas de las que yo ni me entero aun cuando estoy contigo.

—Bueno, uno se fija en las personas que le importan, en sus cercanos.

—Eso sonó tétrico.

—Te doy un punto. Más bien creo que es algo innato. Pero ya dejemos eso. Vamos a ver a tu madre y a tu hermana para que nos digan cómo no vieron esto cuando abrieron la ventana y, claro está, para descartar que ninguna de ellas es dueña de la camisa a la que perteneció este retazo.

—¿Quieres que les pregunte yo?

—Deja, ya lo hago por mi cuenta.

—¿Pretendes interrogar a mi madre?

—¿Qué?, no. Charlaré con ella.

—Sabes, a mi madre ya le pareces raro. Si de pronto empiezas a interrogarla a lo detective…

Santi se encogió de hombros.

—Ni soy detective ni la voy a interrogar.

—Como tú digas.

Encontraron a doña Matilde afanada en la cocina preparando el almuerzo. En esos momentos picaba la verdura en diminutos cuadritos para rellenar los pimientos.

—¡Vaya qué rico, chiles rellenos para el almuerzo, doña Matilde!

—Eres bienvenido a quedarte para la comida.

—Me lo pensaré. —Hizo una pequeña pausa mientras se sentaba en un taburete y descansaba la cabeza sobre las manos—. Doña Matilde, no parece muy preocupada por el hecho de que anoche se hayan metido a robar a su casa.

—No han robado nada.

—¡Se llevaron mi consola, mamá! —exclamó indignado Daniel.

—Da parte a la policía si quieres —replicó Matilde con acritud—. Ni tu padre ni yo pensamos poner una denuncia por esa fruslería. Ni un mal que nos hace, y a ti te favorece más que a nadie. A ver si por una vez te pones a estudiar. ¿Sabes lo molesto que es ver a tu hijo, a la esperanza de que sea el orgullo de la familia, pegado al televisor como un idiota mientras aprieta botones todo el tiempo?

—¿Prefieres que me vaya a la esquina a fumar hierba como los demás jóvenes?

Santi dio un leve respingo. Era la segunda vez que Daniel hacía referencia a los fumadores de hierba. La primera vez, la mención no le provocó ninguna reacción a Santi. En cambio, en esta ocasión, la alusión le provocó un eco que no supo explicar. Pero lo desechó luego. «Ha de ser porque se ha referido a lo mismo en un lapso tan breve».

—¡Lo que quiero es que te pongas a estudiar! —casi gritó doña Matilde.

Santi se enderezó e indicó por señas a Daniel que se fuera antes de que aquello se convirtiera en una discusión en toda regla.

—Sí sabe que Dani pasó casi un año ahorrando para comprar la consola ¿verdad? —Continuó Santi una vez que Daniel hubo salido.

La mujer asintió.




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