El domingo por la mañana Santi se planteó hacer una corta visita a Play-Video, una suerte de venta de música, videojuegos y artículos de electrónica ubicado a un costado de la carretera principal de Las Cruces. También compraban y revendían artículos usados, y no todos de legítima procedencia. Claro que, para tener acceso a estos artículos, tenías que esperar que no hubiera más clientes en el negocio y hablar en susurros con el propietario.
Más tarde decidió que no era necesario.
Así pues, pasó la mañana inmerso en una nube de nerviosismo y desazón. De vez en cuando le sobrevenían algunas dudas y se preguntaba si no estaría equivocado. ¡Lo que daría por estarlo! Pero entonces hacía una síntesis, un repaso sobre los indicios que lo llevaron a su conclusión, y caía en la cuenta de que había muy pocas posibilidades de estar equivocado.
No obstante, en el fondo, deseaba no tener razón.
Pero la tenía.
A la una de la tarde, después de almorzar en familia, fue a casa de los Moreno. Pero antes de entrar a la casa de su amigo hizo una visita rápida a don Emerildo. El anciano estaba de buen talante y lo recibió casi con cortesía. Santi fue al grano.
—Anoche Daniel descubrió al ladrón —le dijo—. Pero pecó de impaciencia y fue a por él armado de un viejo cabo de hacha. ¿Vio usted algo?
—Así que fue eso. ¿No es raro eso de que el ladrón haya vuelto? ¿A qué?
—Entonces, ¿vio algo?
—Lo oí. Pero cuando me asomé con mi escopeta, solo vi al hijo del vecino maldiciendo en cien formas distintas.
Don Emerildo no le ayudaría a confirmar la identidad del ladrón. Tampoco lo esperaba. La cuestión que le interesaba era otra.
—Dígame, ¿es normal que su perro ladre cuando ve movimiento a altas horas de la noche? —empezó Santi. Ya se lo había dicho en su anterior visita, e incluso él mismo lo había comprobado, pero necesitaba estar completamente seguro.
—No se le pasa ni una sombra ni ningún ruido subrepticio.
—Una última pregunta, la más importante, y me gustaría que piense bien antes de contestar: ¿Ha notado que su perro últimamente ladre más de lo normal, digamos, alrededor de la una de la mañana?
Don Emerildo López no dudó.
—Sabía que había algo que se me pasaba. Tienes razón, las últimas semanas ha hecho que me asome a la ventana más veces que en lo que va de año.
Santi asintió. Lo sabía. Ahora, el margen de error era mínimo.
Cruzó a la casa de enfrente y se puso a ver un partido de fútbol de la liga mexicana con Daniel y el padre de este, y todo el rato estuvo abstraído. Sus acompañantes no comentaron nada al respecto. Sabían de su mutismo habitual.
Daniel por su parte, aunque no apoyaba a ningún equipo de los que jugaban, era muy expresivo. Lo de la consola parecía estarle pasando. Por un momento Santi se planteó dejar todo como estaba, no indagar más, y que la conclusión a la que había llegado no se convirtiera en hecho.
Pero sabía que no tendría sosiego hasta llegar al fondo del asunto. Y no debía olvidar que le había prometido a Daniel que recuperaría su consola.
A las tres y cuarto vio salir a Bella del cuarto de baño envuelta en una toalla. Y cuando diez minutos después empezó a gritar a su madre que le regalara un poco de su perfume, de ese que papá le había regalado para Navidad, Santi se puso de pie y se despidió de los Moreno.
Dos cuadras más adelante entró en un terreno inhabitado, se aupó a las ramas de un árbol y esperó. Bella hizo su aparición a cuarto para las cuatro. Al igual que el día anterior, se veía especialmente bella.
«Especialmente bella», uno de los tantos detalles que lo puso sobre la pista correcta. «Nadie se arregla tanto para salir a dar la vuelta con sus amigas», pensó con un dolor sordo.
Y en efecto, diez minutos después, durante los cuales la siguió con discreción, ella se encontró con el ladrón de la consola y lo saludó de beso, en los labios. Para entonces, Santi ya estaba grabando. Para su sorpresa, la mano no le temblaba. Había conseguido relegar sus emociones a un lugar recóndito de su mente.
De modo que cuando se acercó a la pareja, que en esos momentos estaba sentada en una banca, Santi era ajeno a sus sentimientos. Todo pragmatismo.
No lo vieron llegar hasta que estuvo de pie ante ellos. Ya había guardado el teléfono en el bolsillo. Cuando alzaron la vista, sonrió. Estaba seguro de haber sonreído con tranquilidad. Y cuando habló, su voz no era trémula.
—Así que era esto —dijo.
Los ojos de Isa se habían abierto, asustados. El otro, que se llamaba Martín, parecía no entender la situación. El muchacho tenía dieciocho o diecinueve años y era atractivo. «Y yo que pensaba que era mayor para ella», el pensamiento se fugó, rebelde, del cajón en el que guardaba los sentimientos. Lo cerró con doble llave.
Lo conocía de vista y en una ocasión, hacía un par de meses, lo había visto acompañando a Bella. Ella regresaba del colegio a pie, y él iba a su lado en una moto Suzuki GN 125. Pero no había dado mayor relevancia al asunto. Bella era una chica hermosa y era de esperarse que los muchachos quisieran hablarle. De ahí a que ella les prestara atención…
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Editado: 07.08.2022