Jugando al detective

El noviazgo (IV)

A mitad de camino Santi se detuvo, de pronto no sabía qué hacer. Estaba claro que los que estaban detrás del fin del noviazgo entre Germán y Camila eran los primos López. Sin embargo, seguía ignorando el móvil. Tenía que ver con el pasado de Camila, a juzgar por las propias palabras de la joven. Pero, ¿qué parte de su pasado era tan malo como para que dejase sin mayor explicación al que era el amor de su vida? Más importante: ¿qué pretendían con el fin del idilio entre ella y Germán?

También se preguntaba cuál sería la reacción de Germán al referirle lo que había descubierto. Germán le creería, de ello no le cabía ninguna duda a Santi. Pero ¿qué haría? ¿Exigir la verdad a Camila? ¿Encarar a Antonio López? ¿Llamar a sus antiguos amigos para hacerle frente? Santi no conocía lo suficiente a Germán para predecir su reacción.

Así pues, al cabo de un momento de dudas, decidió que le relataría su descubrimiento más adelante. Intentaría averiguar algo más por cuenta propia.

En efecto, al llegar a casa de Germán, lo encontró en compañía de una despampanante joven rubia a la que Santi recordaba haber visto en algún afiche sobre las reinas locales. De eso hacía algunos años y no recordaba si alguna vez supo el nombre. Pero ahora lo sabía. Esa hermosa joven, Erick Gonzáles había hablado con verdad, era Leticia López.

Santi se presentó en casa de Germán con la excusa de que este había prometido ayudarlo a reparar el horno de su casa. Era una excusa tonta, y Santi no se esforzó por hacerla verosímil. La chica se molestó, y Germán le dio parcas explicaciones de que se tenía que ir. Santi la tranquilizó un poco.

—Te llamará más tarde —le dijo—. Yo me encargo de ello.

Algo debió ver en su rostro que la convenció. La chica asintió.

—Encárgate de ello —dijo, apuntando con su índice, su voz un látigo. Y se fue.

—¿Se puede saber a qué viene eso? —preguntó Germán cuando le chica se hubo marchado en su motoneta.

—¿Quieres que vayamos a mi casa para defender la excusa o nos quedamos aquí?

—Por mí como le hubieras dicho que en realidad soy gay, no me importa ella.

—Simplemente tendrías que haberla mandado a casa. Pero me alegra que no fuera así.

—Lo intenté, pero es insistente —se excusó Germán—. La conocí hace cinco años, para la feria patronal. Yo trabajaba en ese entonces para la municipalidad y, entre otras cosas, ayudaba en la organización del evento de elección de Flor de la Feria. Evento que ella ganó, por cierto. No podía creer mi buena fortuna cuando la despampanante rubia aceptó salir conmigo. Fueron dos años de intermitente noviazgo. Peleábamos todo el tiempo, con sus consecuentes rompimientos. La de las veces que nos reconciliamos.

—¿Por qué volvían?

—Ella, no sé. Yo, por vanidad y placer. Pasábamos muy buenos ratos. A ambos nos encantaba la fiesta y, personalmente, me fascinaba que me vieran llegar de la mano de mujer tan hermosa. Porque es muy hermosa ¿cierto?

—Lo es. Si bien no es mi tipo.

—¿Es que tienes un tipo?

«Sí, jovencitas que hurtan consolas para estar con su novio.»

—Era un simple decir.

—Y a todo esto, ¿por qué dijiste que te alegrabas de que no la hubiera mandado a paseo?

—No estoy seguro, pero creo conveniente que de momento mantengas el contacto.

—Lo haré.

—Y que quede claro que no estoy insinuando que, en caso de que lo tuyo con Camila no tenga solución, regreses con ella.

—No se me ha pasado por la cabeza.

—Bien.

Santi fue a la cocina y se sirvió un vaso de la limonada que había preparado Lety. Como le hacía falta azúcar, agregó media cucharada a su vaso. «Linda y todo, pero no sabe preparar una buena limonada». Cuando hubo quedado a su gusto, fue y se sentó en la sala frente a Germán.

—¿De dónde es Camila? —preguntó.

Germán, que había apoyado la cabeza en el reposabrazos de un sillón, se incorporó. Su rostro estaba cubierto por la duda e incomprensión.

—Puerto Barrios —dijo. Y agregó muy rápido—. Pero aparte de que su madre murió de cáncer y de que no conoció a su padre, no sé nada más de su pasado.

—¿Y no sabes más de su pasado por falta de interés tuyo o por reserva de ella?

—Reserva de ella. Pero, ahora que lo pienso, lo suyo va más allá de una simple reserva. Ha vedado por completo su pasado para mí.

—Ya veo.

—¿Crees que oculte algo malo en su pasado?

Santi respondió con otra pregunta:

—¿Eso importaría?

—¡No! —Santi sonrió, satisfecho. La respuesta de Germán había sido rápida y sincera—. Ya sabes, lo que no fue en tu año…

—Entiendo, y me alegra tu respuesta. Solo diré que creo que la cosa va por allí. De momento, será mejor esperar. No quiero que vayas y la encares con acusaciones o preguntas que la asusten. Si puedes, hazle saber que cuenta contigo, nada más.

—No entiendo.




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