Jugando con fuego

Único capítulo

Carlos Morales llevaba una vida tranquila, predecible, casi monótona. Era programador en una pequeña empresa de desarrollo de software y sus días consistían en ir de la casa al trabajo y viceversa. Despertaba a las seis de la mañana, preparaba café, leía algunos artículos de tecnología, y después se sumergía en códigos hasta que su turno terminaba a las cinco de la tarde. No era particularmente ambicioso; en el fondo, se sentía cómodo sin demasiadas complicaciones.

Aunque valoraba la estabilidad de su vida, había algo de vacío en su rutina. Su círculo social era limitado, formado principalmente por compañeros de trabajo con los que hablaba solo en las pausas para el café. A los veintisiete años, sus aspiraciones no eran muchas: pagar el alquiler, ahorrar algo de dinero y, en algún momento, viajar a algún lugar interesante. Pero, en realidad, ni siquiera tenía planes específicos para ello. A veces se preguntaba si había algo más, si su vida debía estar destinada a algo diferente, más emocionante, sin embargo, cada vez que estos pensamientos surgían, los ignoraba. Hasta que una tarde de jueves, todo cambió.

Esa tarde, decidió detenerse en un café, en el centro, antes de volver a casa. Se sentó en una mesa junto a la ventana y pidió un té, revisando su celular mientras esperaba. Fue entonces cuando notó a una mujer que lo observaba desde la mesa contigua. Era elegante, de unos treinta y tantos años, con una presencia que llenaba el espacio. Cuando sus miradas se cruzaron, ella le sonrió, como si lo conociera de toda la vida. Intrigado, él le devolvió la sonrisa y ella, sin dudarlo, se levantó y se sentó frente a él.

—¿Te importa? —preguntó mientras tomaba asiento sin esperar respuesta.

El chico negó con la cabeza, desconcertado.

—Soy Valerie —dijo al extender la mano. Su voz era firme, segura, como si tuviera el control de todo a su alrededor.

—Carlos —respondió él, estrechando su mano.

Después de unos minutos de charla casual, la chica fue al grano. Le preguntó a qué se dedicaba, y cuando él le explicó su trabajo, ella pareció intrigada.

—Carlos, creo que tienes potencial para algo mucho más grande —dijo con una sonrisa encantadora—. Verás, tengo un proyecto en mente. Es un negocio que necesita personas de confianza, inteligentes, y que no teman a ganar dinero rápido. ¿Te interesaría?

Él se sintió desconcertado y, a la vez, tentado. La chica le explicó que se trataba de un trabajo simple: requería algunas tareas de logística y confidencialidad, pero ella lo compensaría muy bien por cada encargo. Al principio, él no supo qué responder. No conocía a esta mujer, y todo parecía demasiado bueno para ser cierto, pero ella tenía una forma de hablar tan persuasiva, tan carismática, que las dudas se disiparon. De pronto, la idea de ganar algo extra, de salir de su rutina y tener un propósito más allá de su trabajo de oficina, le pareció increíblemente atractiva.

—De acuerdo, estoy dentro —dijo el joven, sin saber que esa frase cambiaría su vida.

Valerie le asignó su primera tarea la misma tarde: debía recoger un paquete en una dirección y llevarlo a un bar cercano. “No lo abras, solo entrégalo”, le pidió con una sonrisa. Carlos, aunque intrigado, hizo lo que ella le pidió. La entrega fue sencilla y, tal como prometió ella, al finalizar le envió una transferencia generosa a su cuenta bancaria.

A partir de ahí, el chico comenzó a recibir tareas similares. Cada encargo era un poco diferente: a veces debía recoger sobres en lugares específicos, otras veces debía enviar mensajes encriptados a través de una aplicación. Todo parecía un poco extraño, pero nunca ilegal. Era como un juego de misterio que lo sacaba de la monotonía, y poco a poco empezó a disfrutarlo. Además, Valerie se mostraba cada vez más cercana. Lo llamaba después de cada misión para agradecerle y preguntarle cómo había sido su día, e incluso comenzaron a encontrarse para tomar café y charlar.

Con el tiempo, Carlos comenzó a verla como una amiga, alguien en quien podía confiar. Ella se abrió con él sobre su vida, o al menos eso parecía: le contó historias de su infancia y detalles sobre sus aspiraciones, haciendo que el chico sintiera que él era especial para ella, como si realmente importara en su vida. Su confianza en ella creció rápidamente, al igual que el beneficio económico que obtenía de cada misión.

Gracias al dinero extra, Carlos pudo permitirse algunos lujos que antes parecían lejanos: compró un mejor ordenador, comenzó a vestirse mejor, incluso consideró mudarse a un apartamento más amplio. Esta transformación no pasó desapercibida para sus colegas, quienes le preguntaban por su cambio de apariencia. Él solo sonreía y lo atribuía a “un pequeño negocio paralelo”, sin dar más detalles.

Un día, Valerie lo invitó a cenar. Era la primera vez que pasaban tiempo juntos fuera de las “misiones” o las pausas para el café. La cena fue en un restaurante elegante, y ella lucía particularmente cautivadora. Durante la comida, él le confesó cuánto valoraba su amistad y lo agradecido que estaba por la oportunidad que le había dado. Ella le sonrió y le tomó la mano, diciendo que veía en él algo especial, algo que pocas personas tenían.

—Este es solo el comienzo, Carlos —le dijo—. Si sigues confiando en mí, podríamos lograr cosas increíbles juntos.

El chico se sintió inspirado, como si estuviera destinado a algo grande. Esa noche, mientras caminaba a casa, pensó en todo lo que había cambiado desde que la conoció y se convenció de que ella había sido una especie de “ángel de la guarda” que había llegado a su vida para darle un propósito.

Sin embargo, unos días después, recibió una llamada de la joven. Su voz, usualmente calmada y firme, sonaba diferente: apresurada, casi nerviosa.

—Carlos, tengo un encargo importante para ti. Esta vez necesito que lleves un maletín a una dirección fuera de la ciudad —le dijo—. No preguntes nada y, por favor, sigue mis instrucciones al pie de la letra.




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