Ese día me levanté muy temprano, es más ni siquiera era de día. Me levantó papá, que estaba exultante. Esa misma mañana debía ir al ministerio del interior a una entrevista laboral. Muchas ganas no tenía, la verdad que soy un vago incurable, pero papá insistió tanto...
Bajé a desayunar, en la mesa de la cocina me esperaba el desayuno servido por las expertas manos de Clotilde, nuestra mucama desde que tengo uso de la memoria; estaba con una sonrisa de oreja a oreja. Y bueno, es lógico, soy el hijo único, el rey de la casa y nunca trabajé (no tengo ningunas ganas de empezar ahora, tampoco) solamente estudio derecho en la UBA, sigo en el ciclo básico común, un ciclo básico eterno.
Pero como dije antes, papá insistió tanto que le iba a dar el gusto, igualmente me tiraré a chanta una vez más para no conseguir el trabajo, total, medio tontito soy (eso al menos me dice papá cuando se enoja conmigo)
Terminé de desayunar y papá se ofreció a llevarme al ministerio en su auto, me negué, le dije que tomaría el subte que me deja sólo a dos cuadras. Me tomé el subte D en la estación Juramento, debía bajar en la última estación, Catedral, eso creí yo. El tren estaba repleto, la gente desesperada por subir, había competencia de clavado, contra el primer asiento vacío. Me sorprendió la aptitud física de algunas ancianas que podían hacer 100 metros en 10 segundos...
Me quede parado apoyado en una de las puertas del coche. Cuando estaba llegando a la estación Pueyrredón sonó mi teléfono celular, era un número privado, como siempre que me llaman de un teléfono privado o que no conozco, no atendí. A la estación siguiente me llamaron nuevamente y tampoco atendí. Me bajé en Tribunales, prácticamente me bajó la marea de gente. Me sonó nuevamente el celular, esta vez era un mensaje en mi contestador. Eran las 8 y 30 de la mañana caminaba por la calle Talcahuano y, entonces, escuché el mensaje.
-¿Señor Edgardo González Vena? El señor Ministro lo está esperando, sea puntual por favor... ¡¡¡Buenos días!!!
Ese mensaje tan imperativo me cortó la respiración, comencé a transpirar, mi boca se secó... me senté en un bar a desayunar, no pensaba ir a mi entrevista laboral más allá del mensaje tan desagradable que había recibido. Nuevamente mi celular, lo apagué, odio que me llamen todo el tiempo como si uno estuviese obligado a contestar. Pagué en ese bar antiguo que parecía detenido en los años cincuenta y me fui a caminar, estaba pasando por la puerta de los tribunales cuando escuché una grotesca frenada, me di vuelta y un hombre me agarró del brazo.
-¿Señor Edgardo González Vena?
-...sí... bueno...
-¿Es usted o no es usted?
-....
-Señor ¡¡Conteste!!! ¡¡¡No me haga perder el tiempo!!!
Era la misma voz del mensaje que habían dejado en mi contestador, no podía hacerme el tonto más allá del excelente trato que me dispensaba...
-...Sí, señor, soy yo...
-!!!Por fin!!! El ministro lo está esperando.
Al menos su trato y su gesto cambiaron, tampoco es para decir que era demasiado amable.
Era un hombre grueso y alto, pelo cortó casi a cero, voz gruesa y unas manos que parecían dos tenazas que iba a destrozar mis débiles brazos.
- ¿En que lo puedo ayudar... señor?
Me miró con una mezcla de incredulidad y de odio.
- Señor González, hagamos las cosas lo más fácil posible, no me tome el pelo...
- ...No... yo no le tomo el pelo, no sé quién es Ud., no se ha presentado...
En ese momento no pude creer como me animé a decirle lo que le dije y con la firmeza que lo hice, el hombre me miraba fijo sin sacarme la mirada de encima.
Me sonrió, intentó una carcajada que no fue tal, y siguió mirándome fijo a los ojos...
- La verdad me ha sorprendido, pensé que era tan boludo y tan cagón cómo lo habían contado... al menos mostró un poco de agallas.
Lo que me faltaba, ahora me insultaba en mi propia cara pero yo no era lo suficientemente valiente para hacerle frente aparte, por el rabillo de mi ojo izquierdo, podía ver que en el auto teníamos compañía... y de la pesada. El chofer iba vestido íntegramente de negro, anteojos de sol al tono, una cicatriz sobre su mejilla derecha y unas manos que si me dieran una bofetada me harían dar la vuelta al mundo. En el asiento trasero había otro hombre más joven que parecía más amable pero tampoco me sacaba los ojos de encima.
- Señor... Ud. no tiene porqué insultarme...
- Dale flaco, me hartaste, subí al auto y dejémonos de hablar pavadas...
- ¿Por qué debería sub...
- Adentro pendejo, adentro...
Y me subió al auto, no me dejó otra opción...
Yo estaba callado y los tres hombres hablaban entre ellos en un idioma codificado: números, letras desordenadas, chistes internos, yo no entendía nada... me cansé de ese viaje y de esos diálogos absurdos.
-¿Adónde me llevan?
-Al ministerio del interior, nene de mamá... - contestó el hombre que me subió al auto.
Al ministerio del interior, que linda manera de reclutar gente ¿Dónde me había metido? En realidad, ¿dónde me había metido mi padre? Aparte, yo no quería trabajar y ahora estaba en un auto entre tres matones que me llevaban a un edificio público y honorable...
El chofer me miraba por el espejo, tenía una mirada fría e intranquila, fumaba y fumaba, y me miraba, en un momento se dirigió hacia mí...
- Nene ¿A vos te parece hacer esto?
- ¿Hacer que cosa, Señor?
- Que señor ni señor, llamame Krusat, con K pibe...
- Bueno señor Kru...
- ¡Te dije que señor no! ¿O no entendés?
- Ok, Krusat.
- Así está mejor, contestame lo que te pregunté, ¿Qué hiciste?
- ¿Qué hice de qué?
- Tenés una entrevista con el ministro y te hacías el boludo.
Ahí pude comprender, eran los matones del ministro... ¡Qué horror! Lo peor era que si me obligaban a trabajar no me podía negar... que fastidio trabajar y encima con esa bienvenida...
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Editado: 28.02.2018