Llegamos a la playa de estacionamiento del ministerio. Un hombre de seguridad nos abrió el portón, antes examinó el auto y pidió mi documento, ya que era la única persona que estaba dentro del auto que no conocía. Estacionamos, bajamos y nos dirigimos a unos ascensores.
- Bueno pibe, el ministro té espera -me dijo con sorna el chofer -
- Eso parece – contesté sonriendo -
Entramos a una oficina, me atendió una hermosa secretaria. Rubia, unos 30 años, alta, piernas largas y bronceadas, bueno pechos (apostaría que operados) y una sensual boca gruesa.
- Buen día señor, ¿Tiene entrevista con el señor ministro?
- Ssssi...
- ¿Cómo es su nombre?
- Edgardo, decime Edy. ¿Y cómo es tu nombre?
Me clavó sus ojazos verdes, su mirada me quemaba.
- Yo soy Mariana Guirnaldez, una de las secretarias del ministro. Puede decirme su apellido, por favor.
- Sí, como no, González Vena.
- Ah, usted es González Vena, el retrasado...
- ¿Perdón?
- No, no... discúlpeme Ud., quise decir, el que se retrasó para la entrevista con el señor ministro, ahora va a tener que esperar.
- Cómo no, no hay problema.
- Tome asiento por favor, gusta un café o un té
- No gracias, sólo quiero fumar.
- No, aca no, sólo puede fumar en la terraza.
- ¿Por dónde está?
- No, sólo no va a ir... Krusat... acompañá al señor González Vena a la terraza por favor.
- Cómo no, Marian.
Krusat me miró con desprecio, me tomó de un brazo y abrió una puerta que estaba pegada a la puerta que daba al despacho del ministro, es más no parecía una puerta, estaba pintada toda de blanco, como la pared, incluso la manija. Parecía una puerta secreta.
Subimos hasta la terraza por una escalera en espiral. La vista era hermosa, se veía el río, los barcos, la plaza de mayo, se veía gran parte de la ciudad, también la casa rosada. Prendí mi cigarrillo y le convidé uno a Krusat.
- Gracias, pibe...
- De nada, puede decirme Edy.
- Es medio gay tu sobrenombre..
- No... ja ja ja ja. ¿Porqué?
Más allá de lo desagradable que era su trato, y su aspecto, Krusat que daba ternura, en el fondo parecía un pobre tipo, un pobre diablo.
- ¿Ud. Tiene familia?
- Sí, estoy casado hace 25 años, tengo 3 pibes...
- ¡Qué bueno!
- Si, son mi sostén, cuando salgo de este laburo de m... no...nada
Note que sé auto reprimió. Ahí note que no estaba tan contento con su trabajo como me pareció en un primer momento.
Después de su casi exabrupto, se quedó callado, mirando el río, o tal vez a la nada, sus ojos brillaban, no por el sol. Se notaba que alguna pena lo atormentaba. Y me dijo...
- Me estoy muriendo pibe...
- ¿Cómo?
- Lo que escuchás, me queda poco.
Me preguntaba, porque me contaba a mi algo así tan ítnimo si recién me había conocido. Y la verdad no sabía que decirle ante semejante confesión.
- ¿Pero que le ocurre?
- Cáncer terminal, en 6 meses a lo sumo...
Ahi me di cuenta él porqué de su mirada triste.
- Yo no puedo decirle mucho, simplemente que... – balcuando, no sabía como terminar lo que le estaba diciendo o, mejor dicho, le intentaba decir
- Dejá, no me digas nada...
- Al menos tenga fe, no sé que más decirle..
- Fe tengo, gracias...
Terminamos de fumar y bajamos hacia la oficina. En la antesala del despacho del ministro había otra mujer, que parecía ser otra secretaria.
- Edy, te presento a Alicia, la otra secretaria de ministro...
- Hola, Edy... Cómo estás?
Era hermosa, morocha, no muy alta, unos pechos enormes (apostaría que estos no son operados), una boca carnosa y amplia, y parecía simpática.
- Todo bien Alicia, gracias.
Cuando me acerco y le doy un beso, sale del despacho un hombre gordo, desalineado, con barba de unos dos o tres días, descalzo, y con olor a alcohol... Detrás de él sale Marian, abrochándose la camisa, ya era demasiado para mí en ese día, pero... el día continuaba...
Hasta que Alicia abrió la boca (esa boca hermosa)
- Señor ministro... le dije que no saliera...
Cartón lleno... que manera y que circunstancia de conocer al ministro quien casi no podía hablar, sólo balbuceaba, no sólo estaba borracho, su nariz aún tení restos de la cocaína que habría aspirado hacia un rato. Estaba ido, se sentó junto a Alicia y empezó a erutar. La sala era de un silencio no diría respetuoso, si no de terror, solo se escuchaban los ruidos desagradables que emitía ese gordo impresentable.
Todos nos mirábamos, yo miraba al ministro con una desilusión y un pavor tal que Krusat se dio cuenta de ello, con un tosco movimiento de su mano me llamó, me acerqué y al oído me dijo:
- Pibe, vamos a la terraza a fumar...
- No, tengo ga...
- Te dije que vamos a fumar, te veo con muchas ganas.
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Editado: 28.02.2018