También había cosas de él que no soportaba. Era el típico tipo de izquierda argentino. Su vestimenta, su pelo, su barba, su discurso anacrónico. Su falta de aseo. Vestía siempre con pantalones de jeans, sucios. Camisas anchas de bambula blancas o de tonos beige claros o con diseños batik mal teñidas. Se creía un hippie pero de izquierda. Comprometido. Pelo bien largo que pasaba las líneas de sus hombros. Con ondas sin llegar a ser rizado. La falta de aseo ayudaba ese pseudo efecto de un afro look falso. Barba larga, descuida, grasienta. Siempre estaba, o creía estar, detrás de las causas justas. O mejor dicho delante. Porque él les ponía el cuerpo, no se escondía. Siempre bajaba línea cuando daba clases en la facultad en las asambleas de alumnos y en las reuniones del partido comunista donde militaba. Condenaba las dictaduras de Latinoamérica y, a decir verdad, las de todo el mundo. Condenaba las matanzas, las desapariciones, las torturas, los asesinatos callejeros disfrazados de enfrentamientos. Los gatillo fácil. Estaba en contra de todo tipo de desigualdad, de todo tipo de discriminación. Aborrecía la discriminación, la racial, la religiosa, la sexual. Apoyaba a todo tipo de minorías. Iba a marchas para apoyar la lucha de los homosexuales, lesbianas y trans. Marcha para la recuperación de las tierras de los pueblos originarios. Era todo un humanista. Pero un humanista tuerto, como muchos, como la mayoría. Ya que a pesar de defender causas justas, apoyaba, abrazaba con toda su pasión y con toda su convicción a la revolución cubana. Lo emocionaba. Apoyó también en su momento a la URSS y a todos las revoluciones de izquierda alrededor del mundo. Ahí se olvidaba de toda igualdad pregonada cuando debía criticar, señalar a gobiernos de derecha, a gobiernos liberarles, a gobiernos capitalistas. Ahí se olvidaba con su memoria selectiva, de los fusilamientos, de los presos políticos, de la represiones. Se olvidaba de las purgas de la URSS, de las matanzas, de los "campos de trabajo" que en otros países llamaban campos de concentración sin el eufemismo balsámico que utilizaba para referirse a los campos de tortura de los gobiernos totalitarios de izquierda disfrazados de campos de trabajo. Todo eso era un detalle para él, como para muchos, en nombre de la revolución. El hombre nuevo. Aunque el hombre nuevo fuera un asesino del hombre viejo. Todo aquello que criticaba y condenaba con vehemencia de un lado, lo abrazaba con pasión y justificación desde el otro. Y casi hasta las lágrimas. Después de todo, pensaba, no existen revoluciones sin desigualdades., sin muertes, sin revanchas, sin balas, sin injusticias justificadas. Yo no era de derecha ni de izquierda, y más alla de que no sabía de política como él, lo que yo tenía claro era que no estaba a favor de ningún tipo de dictadura fuera del tinte político que fuera. Y eso nos ponía muchas veces en veredas opuestas. Las discusiones a veces podían parecer encarnisadas, solo de palabra, pero siempre terminábamos con un abrazo y con un "sos mi hermano" dicho al oído.
Él me decía en chiste, facho. Y yo le decía que era un facho de izquierda. Y cuando le decía eso me salía con toda su dialéctica y me afirmaba que eso era un oxímoron. Era la primera vez que escuchaba esa palabra, pero no se lo dije. Cuando me fui para casa la busqué en el diccionario.
Juan era de ese tipo de gente que va siempre de frente y que se jactan de ello. Yo siempre lo había admirado por eso. No era que yo era falso y por esa razón iba por detrás, lo que me pasaba era que por no querer herir a la gente muchas veces callaba, y dejaba pasa las cosas. Pero en definitiva el que quedaba lastimado, herido, era yo. Cuando algo pasa y uno tiene ganas de explotar y no explota afuera, explota adentro. A mí me pasaba siempre eso. Me quedaba con las cosas adentro por no molestar a los demás. Pero no por eso era un resentido. Me olvidaba rápido y seguía con mi vida sin sobresaltos y sin peleas estúpidas. Juan era totalmente diferente a mí en ese sentido y tal vez por eso, o especialmente por eso, éramos tan amigos. Él era así, el defensor de los casos perdidos, el abogado de pobres y ausentes como se dice generalmente. Desde discutir con el colectivero porque no le para cerca del cordón hasta discutir con el decano de la facultad por los problemas edilicios que tenían que soportar los alumnos. Yo no tenía esa pasta, aunque me molestaba igual que a él. Pero a veces se extralimitaba y era muy agresivo. Hería a los demás con sus palabras, con su dialéctica refinada de intelectual, yo creía que él siempre tenía que sacar a relucir su elegante forma de hablar, esa utilización de palabras que no usaban el común de la gente y de alguna manera humillar al contrincante de turno. Decía que iba de frente, y era verdad. Yo no coincidía con esa forma de ser. Y muchas veces discutimos por su forma y por la mía. Yo decía que él debía ser menos agresivo, que no hacía falta. Él me decía que yo era un cobarde, un flojo. Sin duda, términos agresivos; así era él. Pero yo lo quería así, era mi amigo desde la infancia, y también sopesaba que él me quería a mí a pesar de mi supuesta cobardía.
Siempre me decía lo mismos "yo voy de frente". Yo le decía que estaba muy bien. Pero que no hacía falta ser tan agresivo. Es más una vez le dije que ir de frente de esa manera no era un mérito, era una defecto y de los grandes. Le dije que ir de frente de esa manera no tenía una gran diferencia con ir por detrás. De las dos formas se lastima al otro. Es más, el que dice que va de frente, y realmente lo hace, generalmente lo hace más por su ego que por el honor a ser sincero y honesto. Clavar un cuchillo de frente o por detrás, pegar un tiro de frente o por detrás. Hiere igual. Mata igual. Rompe la piel igual. Ingresa en la carne igual. Recuerdo que aspiró humo de su cigarrillo rubio, me miró y me dijo que era un buen punto el mío. Y por primera vez no me discutió. Yo sentí que por primera vez le había ganado una discusión. Y no era poco, él nunca daba por perdida una discusión y siempre, pero siempre, decía la última frase, la última palabra. No sé sí lo hizo porque pensó que mi razonamiento era muy bueno y no supo rebatirlo o si, generosamente, quiso que su gran amigo, su amigo pacífico y un poco cobarde, le gane por primera, y única vez, una discusión.
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Editado: 28.02.2018