Empecé a sentirme mal, me bajó la presión, tenía ganas de vomitar, de gritar, de volver el tiempo atrás, pero eso era imposible, en un momento se me vino una sombra negra a mi mente, y al poco tiempo (eso creí yo) me desperté en la cama de un hospital. Cuando abrí los ojos, me encontré con la mirada de una enfermera regordeta que me estaba cambiando el suero, y a su lado, Ceci, demacrada, sufriendo.
- ¿Qué pasó Ceci?
- Te desmayaste, llamamos a una ambulancia. Tenías la presión muy baja, ahora te compensaron.
- Ahora me siento mejor.
Ceci agarró mi mano y la beso, dulcemente, yo ya no estaba enojado con ella, pero ya no era mi novia, ya habían pasado demasiadas cosas. La noticia del embarazo me había conmocionado mucho más de lo que hubiera imaginado. Era evidente de que ya no me amaba y yo tampoco la amaba más. Habíamos estado muy mal y alejados durante los útlimos tiempos y estábamos juntos por una cuestión de cariño, rutina, acostumbramiento. Ya no éramos nada, solo dos personas que se habían querido mucho. El amor hacia rato que se había muerto.
Tirado en esa cama, pensaba que nada peor me podía pasar, el asesinato de Juan, la confesión de Ceci, el embarazo, mi baja de presión, la horrible comida del hospital (pollo hervido con puré de calabaza, todo sin sal), pero el destino me tenía guardada otra sorpresa. El padre de Juan me vino a visitar a la clínica.
- Hola Edy
- Hola don Carlos.
Calos Gambé, el padre de Juan, era un hombre esencialmente alegre, por eso me llamó mucho la atención su mirada, tenia una tristeza que jamás le había visto a ninguna persona. Sus ojos estaban como nublados, sus cejas caídas, sin embargo trataba de disimularlo con su verborragia, pero su pesar estaba muy marcado en su cara. Cuando Juan murió, también murió él. Se había convertido en un muerto en vida aunque lo tratara de disimular.
- Me enteré de tu problema y acá estoy.
- Gracias, Carlos, ya sé que está destruido ¿Cómo la va llevando?
Quedó un rato en silencio, no sé cuánto duró, para mí fue un siglo, mientras me comunicaba su silencio me miraba a los ojos, los mismos ojos de Juan, esta vez llenos de lágrimas. Como decía mi abuela lo que se hereda no se roba, tenían, padre e hijo, la misma mirada, y ese tipo de ojos que ríen sin que los labios los acompañen, pero ríen, destilan alegría. Después de transcurrido ese siglo eterno, me contestó.
- No puedo dibujarla, Edy, estoy destruido, Juan era un buen chico, un buen amigo ¿Qué le paso? ¿Qué le hicieron? Y ahora ese niño que viene en camino, mi nieto va a crecer sin su padre. Por otro lado quiero que entiendas lo que pasó con Cecilia él a mi me lo contaba día a día. Se enamoró de ella y lo sentía como una culpa. Se que te sentiste traicionado, pero él no buscó eso. Vos lo conocías. Hay cosas que un ser humano no puede manejar ni aunque lo intente. Espero que no estés enojado con él. Se que suena raro lo que te voy a decir, pero me gustaría que vos fueras el padrino de mi nieto.
Y se largó a llorar como un chico, me abrazo, gemía, gritaba, yo podía casi sentir su dolor. Carlos se estaba consolando con el hombre que había sido el instigador del asesinato de su hijo. Yo me sentí el peor de todos, debí seguir con mi teatro, estaba dolido por Juan, por su padre, y por mí, me había convertido en un monstruo debido a mi orgullo y mi soberbia. Juan me había traicionado, eso era un hecho, pero... ¿Matarlo?... ¿Para tanto era esa traición? No, no era para tanto, no era para llegar a ese extremo. Yo íntimamente sabía que Juan era un buen tipo, un poco mujeriego, se metió con mi novia, es verdad, pero bueno al menos estaba enamorado, estaban enamorados e iban a ser padres. Y eso me carcomía los sesos, yo no sabía eso, solo sexo me dijeron me siguieron engañando, y bueno si hubieran sido más claros, Juan estaría vivo. Creo que lo hubiera comprendido un poco más. Creo.
- Una barbaridad lo que le hicieron – contesté con cinismo -
- Sí, una barbaridad. No tienen perdón de Dios los que lo hicieron.
Carlos me siguió abrazando un buen rato, parecía un nene, en un momento me soltó, y se puso de pie, y me dijo lo peor que podía decirme, me asestó un golpe casi mortal, yo ya no sabía cómo seguir con mi simulación, yo había matado al hijo de este buen hombre.
- Edy, vos sabes que Juan te quería mucho.
- SI, era mutuo. Éramos como hermanos.
- Mirá... un día hablando con él, hablamos de la muerte... imaginó su propia muerte. Y yo me enojé mucho con él. A mi no me gusta que hablen de esas cosas.
Me quede perplejo, lo único que faltaba es que Juan hubiera imaginado su propia muerte, su asesino, su forma de morir. Evidentemente estaba totalmente paranóico. Juan jamás hubiese fantaseado ni soñado en su peor pesadilla, que yo, Edy, Edgardo, su amigo, podía mandar a matarlo. Pero también es verdad que yo jamás había sospechado que mi amigo me podía traicionar como lo hizo. Carlos siguió con su relato, su dialogo sobre la muerte con Juan, su hijo, su único hijo.
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Editado: 28.02.2018