Juguemos a la Navidad

Capítulo 3

Llegaron a la casa asignada, donde ya les esperaban con comida caliente. Fueron recibidos con tanto aprecio que Minerva seguía dudando de las verdaderas intenciones de esas personas, pero con el paso de las horas se sintió cómoda e incluso se atrevió a pensar que por primera vez experimentaba la felicidad. Aunque apenada, se dio cuenta que era la única que no llevaba presentes.

Los niños no eran tan terribles como supuso en un principio. Uno de ellos la llevó hacia la parte posterior de la pequeña, pero cómoda casa y le indicó un rincón. Allí había una gata con sus crías, le confesó que era su mayor secreto e hicieron un pacto de silencio por ello. Se atrevió a pensar que eran adorables.

Pasaron tres días en los que Minerva tuvo que aprender sobre la rutina de la familia y debía admitir que era agotador. Un poco más que un día lleno de litigaciones en el tribunal, donde debía asegurarse que un par de niños y siete gatos debían estar bien, además de un hombre que ahora la ponía cada vez más nerviosa.

Las parejas de la aldea debían marcharse al día siguiente y por la noche se reunieron en la plaza del lugar para celebrar su despedida. Notó con cierta confusión que eran muchas parejas jóvenes, como ella y Diego que se quedaban en el lugar. No pudo evitar pensar en que parecía haber más personas de buen corazón en el mundo de lo que ella hubiese imaginado.

Minerva se divirtió como nunca, ni siquiera en sus viajes más exóticos o con la compañía del hombre más seductor, había reído tanto. Bailó hasta el cansancio y conoció a muchas personas interesantes. Todos tenían tan diversas ocupaciones y muy pocos eran personas con una vida holgada como ella, lo que la llenó de un poco de vergüenza al darse cuenta de lo egoísta que había sido todos esos años.

 

A la mañana siguiente, se despertó temprano y se fue a correr un rato al bosque cercano a la aldea, aprovechando el buen clima y para respirar aire puro. Al llegar a casa se disponía a preparar el desayuno para los niños, pero al entrar a la cocina no pudo evitar burlarse de Diego y de los niños, Carlos y Javier, llenos de harina hasta las orejas, pero con una sonrisa enorme dándole la bienvenida a su mesa. Los panqueques estaban un poco quemados, sin embargo, el jugo de naranja sabía delicioso.

 

Los días pasaron y la rutina de los cuatro se había acomodado a la perfección. Por las tardes salían a dar un paseo o se divertían con algún juego de mesa y por la noche, Diego los deleitaba con historias sobre sus viajes y los diversos trabajos que realizó en ellos.

Minerva se dio cuenta de la sencillez de Diego, de su gran corazón y de su habilidad para hacer parecer que todo en la vida era sencillo de realizar. Aceptó la propuesta de él de verse después de esas semanas, no podía ocultar la atracción por ese hombre y sus cualidades. Solo esperaba que no la decepcionara en un futuro cercano.

Ella le contó su vida con un poco de aprensión, temiendo que la juzgase, pero él mostró una empatía admirable al escuchar sobre el maltrato que había sufrido. Decidió, aunque con muchas dudas, dar un giro a su rutina. Se permitiría disfrutar por primera vez lo que la vida le ofrecía.

 

Diego recordó que la conoció unos meses antes al visitar a Gloria, la amiga de su madre. Nunca imaginó que esa chica de mirada miel, fría y altanera tuviera la capacidad de calentarle el alma y hacerlo sentir especial. Minerva no era para nada como la pintaba la gente que trabajaba con ella. No era dulce, pero era sincera, algo que él valoraba por sobre muchas otras virtudes. Al encontrársela en el ascensor, no pudo evitar sentirse afortunado, como si fuese una señal del destino.

Después de todo ese tiempo compartiendo con ella, cuando lo veía y le sonreía, él sentía que no necesitaba nada más. Ahora que conocía su pasado, estaba seguro de querer protegerla por siempre. Quién pensaría que al complacer a la mujer que se había comportado como una verdadera madre para él en los últimos años, tendría razón en esto también.

La anciana le repetía sin cesar, que el proyecto traía esperanza al corazón de todos aquellos que estaban cerca de él. Que era momento de dejar atrás su oscuro pasado, lleno de excesos, momento de ser feliz y hacer felices a otros. Le había prometido a ella y a su padre que ese año nuevo, empezaría a vivir de una forma distinta, pero ahora lo haría con el firme propósito de enamorar a Minerva cada día y no permitir que se alejara de él desde ese momento.

 

El último día del año había llegado. Los padres sustitutos regresaron renovados de sus vacaciones y agradecidos por haber tenido la oportunidad de descansar de sus responsabilidades diarias. A Minerva y a Diego los eligieron para ser la pareja insigne de la festividad, tuvieron que disfrazarse desde temprano para entregar regalos a todos los niños. Miradas furtivas, difíciles de disimular eran lanzadas de un extremo al otro, guiños y sonrisas seductoras pululaban alrededor y la felicidad de los niños, junto a la complicidad de los adultos que se daban cuenta de toda la escena que ellos pretendían ocultar.




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