Jules Y Michelle

Capítulo 1: Jules. Un paseo por las vivencias.

Una vez que te acostumbras, no está nada mal.

El muro es un problema solo de vez en cuando, el resto del tiempo ni lo notas.

En jardín de niños el muro no existe, probablemente porque a penas y notas que de hecho eres un ser viviente. Juegas, comes, duermes, y lo anterior se repite hasta que esa etapa acaba.

Cuando estás en primaria, es algo deprimente. Todos juegan por ahí con sus amigos, y tú estás sentado en la banca del patio de receso comiendo un pan con jamón y queso, preocupándote solo por no recibir un pelotazo por accidente. Las niñas a veces te miran con curiosidad, los niños te ignoran olímpicamente. A nadie le interesa un debilucho en su equipo de futbol.

En secundaria el muro es una tortura diaria. Si en primaria los niños son crueles a veces, es peor en secundaria. Sabes que te ven como un bicho raro. Las chicas, al menos la mayoría, ahora tienen cuerpos atractivos, o se arreglan más, los chicos... los chicos no han cambiado demasiado, aunque parecen más interesados en las chicas. Y tú sigues en la banca, aunque ahora comes algo más elaborado: un pan con lechuga, queso crema, tomate y pepinillos, dependiendo el día. Te cambiaste de escuela, así que puedes llevar tu DS y jugar en los descansos. ¿Y la tortura? La tortura es que sigues en profunda soledad, la tortura es que de pronto ya la compañía no se te hace innecesaria. De pronto te gustaría tener con quien reír de tonterías.

Lo malo de la secundaria es que ahí las personas suelen tener sus peores momentos, de esos que recuerdan con disgusto al crecer: unos por ser quienes molestan, otros por ser los molestados. Adivina en qué lado estás tú. Sin embargo, tu escuela no fue especialmente un infierno, no te hacían la vida imposible, solo te trataban mal cuando la situación parecía ameritarlo a sus ojos. Fue soportable.

Al llegar a la preparatoria, todos son diferentes de nuevo, y el muro sigue ahí. Falta poco para graduarse, así que mientras unos piensan seriamente en su futuro, otros disfrutan lo que les queda de adolescencia. Tú ya superaste los malos ratos, ahora te da absolutamente lo mismo todo lo relacionado con tu alrededor. Estudias, juegas videojuegos, miras algo de anime, lees mangas, hasta te entretiene mirar partidos de basquetbol con tu padre los fines de semana. Te sigue llamando la atención tener relaciones con personas externas a tu casa, pero no es el fin de mundo el que eso no suceda. Tu cuerpo no cambio demasiado, solo se estiró un poco, sigues siendo quien menor estatura tiene en la casa.

Para el último año te cambias de escuela, dado que tu padre se muda a otro sector de la ciudad por trabajo. La gente en la nueva escuela parece no ser muy distinta: sigue habiendo un grupo de chicas que resaltan, un grupo de chicos algo escandalosos, un grupo de amigas que critican a todos desde las sombras y otro montón de rostros que coexisten en el mismo ambiente. Como siempre, te sientas en el dúo de asientos del final, y hay suficientes sillas libres en el salón como para que alguien necesite sentarse contigo. Es mejor así.

Y entonces llega ese fatídico día, luego de pocas semanas de haber comenzado clases. Una chica se sienta a tu lado, una de las que se junta con las que más destacan del salón, pero es más como su cría o algo así: pequeña, linda, amigable. La interacción te llena de nervios, porque con los años no has aprendido mucho a socializar, pero ocultas como puedes las ganas de escapar.

¿Preguntará por un lápiz? ¿Apuntes? Te va bien en lenguaje, tal vez quiere que le ayudes. Luego de algunos minutos de charla, de la cual respondes con frases cortas, te enteras de qué busca.

—Lamento ser muy directa, pero me preguntaba... ¿Tienes novia? —su sonrisa inocente lo dice todo—. Es que la verdad quería invitarte a ir a la feria de primavera que habrá la próxima semana.

En ese momento te petrificas y mil cosas cruzan por tu mente, pero ninguna de ellas te ayuda a saber qué responder. Hay un par de ojos chismosos delante, pertenecientes a sus amigas, que sin mucho disimulo espían el momento desde los asientos del frente del salón. ¿Quién pasara más vergüenza?, ¿ella o tú?

—Eh... —tus manos sudan, las secas con tu pantalón escolar. El hecho de que escogieras ese uniforme hace que la situación sea un poco culpa tuya—. Verás... —quieres desaparecer, ¿en serio te está pasando?

—Oh, lo siento, creo que sí fui muy directa —se ríe sin una pizca de vergüenza, es bastante segura de sí—. No te sientas presionado, además, si no quieres ir, solo dilo.

—No es eso... —respiras hondo y te acercas a ella para que nadie más escuche—. Yo... no soy... un chico... —logras soltar con pesar para volver a acomodarte en tu asiento.

Su rostro se nota nervioso por primera vez y, aunque su piel es algo morena, puedes notar que se ha sonrojado un poco.

Hace un comentario que no escuchas antes de irse con sus amigas de vuelta. Al día siguiente, como todo buen rumor de escuela, muchos saben lo sucedido. La gente te mira, te dicen comentarios sin especial mala intención, pero que te sacan de tu usual tranquilidad, y también escuchas como de vez en cuando sacan el tema con la chica que te invitó a salir para reírse del asunto como sí tú no existieras, como si fuese una anécdota externa a la escuela, en lugar de haber acontecido ahí mismo, como si no estuvieses escuchando cómo hablan de ti.




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