Observaba mis pies a la par que caminaba por el césped cerca del cementerio. Aquel pasto estaba algo húmedo. Era temporada de lluvias, por lo cual el frío era bastante evidente.
Levanté la mirada y observé a mi alrededor, no había nadie más en el lugar. Terminaría por sentarme en una banca que encontré cerca, de manera que sólo me dediqué a observar mi alrededor.
Siempre consideré un cementerio un lugar tranquilo y lleno de paz. Posiblemente no existía un lugar más tranquilo que donde descansan las personas fallecidas. Por más que no tuviera ningún familiar muerto en este cementerio, sólo me gustaba ir y relajarme un poco.
Aunque si me lo pensaba bien, está mal comenzar un relato con algo tan tétrico. No me gustaban los cementerios, nunca me gustaron. Sólo estaba en una pequeña y un poco alocada reunión de amigos, en acortadas palabras: una fiesta.
-¡Vamos a bailar! -expresaría con emoción a Michelle, mi mejor amiga. Se encontraba sentada en un sofá con una expresión llena de tristeza.
-No sé hacerlo -dijo cabizbaja.
-Yo tampoco, pero al menos lo intento -la animé al paso que la tomaba por el brazo para tirar de ella.
Tenía la intención de volver a la pista de baile. Aunque en aquel intento me tambalearía de manera muy notoria. No quería mencionar el hecho de que estaba un poco pasada de copas; mucho menos mi inexperiencia en el baile.
¿Cómo tan si quiera había llegado al extremo de tener que jalar literalmente a Michelle tan si quiera para que se levantara de aquel lugar? Siempre estaba animada, pero específicamente ese día no lo estaba.
-Quiero irme -agregaría completamente incómoda logrando así zafarse de mi agarre.
En ese momento me había volteado en su dirección, estaba confundida.
-¿Qué? ¿Por qué? -pregunté curiosa.
-No me siento bien, sólo vámonos -esas fueron sus palabras para tomarme de la mano y arrastrarme con ella hacia la salida.
En aquel proceso había soltado un muy notorio suspiro lleno de irritación, no sólo porque no quise irme sino por el hecho de tener que lidiar con la crisis existencial que ella tenía.
La luz de las farolas en la calle me hicieron volver a la realidad de mi borrachera, haciendo que inevitablemente me tambaleara en dirección a Michelle. De mi boca había salido una sonora carcajada que no pude evitar.
-Estoy muy torpe -expresé alargando la "o" de aquella palabra.
-Mierda, Julieta. ¿Por qué bebiste tanto?
-Sólo quería divertirme una noche, yo también tengo el derecho ¿sabes? -reí como si hubiese dicho la cosa más graciosa del mundo.
-Dios, ¿qué haré contigo? -murmuró.
[...]
Al otro día recordaba haber sido despertada por el ruidoso sonido del celular. De verdad, estaba a punto de maldecir a los cuatro vientos a quien sea que me estuviera llamando en ese momento. Mi cabeza pedía compasión.
Después de haber palpar un poco en la mesa a un lado de mi cama con mi mano, había sentido el teléfono allí. De manera que, al sujetarlo notaría el nombre del contacto de mi madre iluminarse a través de la pantalla.
-¿Hola? -respondí con una voz algo ronca.
-¿Dónde estás? -podía escuchar a la perfección el tono enojado de mi madre al otro lado de la línea.
-Ehm... -no pude evitar hacer un pausa en ese momento elevando la mirada la cual instantáneamente se fijaría en el cuerpo de Michelle que parecía dormir plácidamente sobre el suelo ¿Qué hacía ahí?-, en casa de Mich, madre.
-Más vale que te apures antes de que tu padre se entere y nos mate a las dos.
- Okey, okey. Ya voy -fueron mis últimas palabras para después colgar la llamada.
Me levanté de la cama toda desconcertada. En ese momento, mi cabeza sólo palpitaba del dolor. Tal vez no debí beber tanto la noche anterior. Mi mirada cayó sobre mi ropa y notando que tal vez no era lo más apropiado para salir a plena luz del día.
Decidí dejarle una nota a Michelle, explicando lo mejor que podía el porque de mi repentina salida sin si quiera haber desayunado.
La diferencia que había entre la casa de Michelle y la mía sólo era de una pequeña cuadra. Por lo cual no tenía porqué esforzarme en llegar rápido. El dolor de cabeza no tardó en llegar en el momento en donde los rayos del sol aterrizaron en mi cara.
Dando mi mayor esfuerzo llegué a la casa, soltando un suspiro de alivio para cuando cerré la puerta detrás de mí. Me sentía como si hubiese corrido una maratón, cuando en realidad caminé a paso de anciana de noventa años por una cuadra.
Subí a mi habitación intentando hacer el menor ruido posible. Entré rápidamente a la ducha para solo darme un baño muy rápido, con agua muy fría.
Terminé saliendo una vez que me sentí un poco más despierta. Me envolvería en una toalla para después solo encaminarme directo al botiquín detrás del espejo del baño, del que justo detrás se encontraban un par de pastillas ideales para las personas con fuertes dolores de cabeza.
Al final de todo aquello, una vez que encontré una ropa cómoda con la cual pasar el resto del día, terminaría lanzándome a la cama con mi teléfono en mano. Más de cincuenta mensajes se asomaban en la pantalla, ¡La mayoría de ellos eran de desconocidos! ¡¿Acaso la noche anterior solo estuve dando mi número como si de folleto de ofertas se hubiese tratado?! Aunque habría hecho varios esfuerzos, a la final no recordaría nada en lo absoluto.
Supe de inmediato que no sólo estaba en problemas con mi mamá, sino que aparte debía hacer algo con mi número o seguiría recibiendo mensajes de más hombres con problemas de hormonas.
De todos los mensajes respondería a uno solo el cual pertenecía a mi mejor amigo Kevin.
Él y yo éramos muy amigos. No tanto como lo éramos Michelle y yo pero lo fuimos. Sin duda alguna tenerlo a él como amigo era como tener a un espejo frente a ti. Te aconsejaba; te ayudaba; Te hacía reír. Y si era necesario te daría una buena patada para que entraras en razón. Lo quería mucho de verdad, aunque jamás lo vería como algo más sino como un amigo, un tanto bipolar que siempre estuvo cuando lo necesité.