Julieta, la chica suicida.

Capítulo 29

La culpa no me permitía vivir en paz, y sólo han pasado; setenta y dos horas desde ése accidente.

David me había ayudado a conseguir más información de su familia y en especial el lugar de su entierro.

Podría llamarme él ser con más cinismo en el mundo por presentarme en el momento qué enterraban a él. Pero sinceramente soy un ser sin alma que lo está matando la culpa.

Me encontraba retirado de dónde se encontraban sus familiares, pero aún así tenía una buena vista de dónde estaba.

Si tan sólo hubiera podido ir a ése hospital y pedirle perdón. Si tan sólo hubiera podido... Retroceder el maldito tiempo y no subirme en ése auto.

Quizás el qué estuviera muerto justo ahora sería yo y no él.

Unos anteojos negros ocultaban la culpa de mis ojos. A lo cerca de ése ataúd se encontraba una niña, un poco menor que yo, eso sí. Abrazaba ése ataúd como si su vida dependiera de eso.

No se quería alejar de él.

¿Era su hija? ¿Había dejado a una niña si un padre?

De un momento a otro me vi a mismo abrazando ése ataúd de mis padres, añorando tenerlos de vuelta conmigo.

Una presión en mi pecho se me hizo presente.

¡Qué maldito monstruo soy!

Mamá y papá no están orgullosos de mí y eso me rompe más.

De sus ojos color verdes salían sin cesar lágrimas; lágrimas desgarradas desde él alma, causadas por mi.

Perdóname tú también.

Vi su dolor, vi su alma y corazón rompiendose, vi su desesperación cuándo una tierra cubría el ataúd dónde se encontraba él, vi cuándo Abrazaba y besaba su ataúd, vi esa niña luchando en los brazos de otras personas mientras la retenian para que no se lanzara a dónde una tierra tapaba lo que ella sufría y la vi caer de rodillas cuándo ya no lo tenía con ella.

Caminé dejando atrás esa escena, que estoy seguro que jamás olvidaré y que siempre me atormentara.

Fin de flashback

Otro año más se hizo presente en mí familia. Mamá y papá cumplían otro año más de su muerte.

La tía Sofía y el tío Tom nos esperaban para comer el desayuno y de allí partir al cementerio.

La tía Sofía como cada año preparaba la mesa con flores blancas, decía que la eran las flores favoritas de mamá. De echo en su funeral, muchas rosas y flores blancas, adornaban sus ataúd. Así nos hacía sentir cerca de mamá.

–Tío Tom, tía Sofía y... Aidan.–Mí pequeña hermana se hizo presente en el comedor, con una sonrisa.–¡Buon giorno famiglia!–Saludó.

Llevaba consigo un vestido blanco y su cabello negro trenzado. ¿Para qué negarlo? Mí hermana era preciosa.

A pesar de la fecha, ella amaneció feliz.

–¡Buon giorno, Aisa!–Ambos constataron y yo sólo sonreí.

Aisa arrastró una silla sentándose a mí lado.

–¿Has amanecido gruñón hoy? Preguntó.

Siempre lo estoy.

–Justo hoy no. ¿Que te parece?

Unos agujeros aparecieron en sus mejillas sonriendo.

–¿Escucharon eso, tíos?–Habló con emoción.–¡Nuestro gruñón no amaneció gruñón!

Los dos adultos rieron.

–Pero sí le cuentas a todos, volveré a ser gruñón.–Amenace.

Aisa se encogió de hombros.

–Viviré feliz sabiendo que por un día, no despiertas gruñón, hermano.

Revolví su cabello para empezar mi desayuno.

No podía negar que el ambiente estaba melancólico e incluso triste. Pero sin embargo, nos hemos preparado cada año para qué esos sentimientos no afecten a Aisa.

–Aidan.

La voz de Aisa me detuvo un momento.

–¿Si?– Sus ojos color miel me observaron.

–Mamá dice que no seas tan fuerte contigo mismo y que por tan sólo hoy... Puedas liberarte.

El estruendo de una taza caerse se hizo presente.

–¿De qué hablas, hija? El tío Tom preguntó.

Mí hermana dejó de mirarme para contestarle al tío Tom.

–Yo no entiendo a que se refiere mamá, tío. Pero ella sólo me dijo eso para, Aidan.

La inocencia en sus palabras se le era notable.

Su mirada volvió a mí.

–¿Tú si entiendes hermano?–Me preguntó.

¿Pero que podría decirle? Si sus palabras o la de mamá me causaron mayor tristeza.

Bajé mi mirada de la suya.

Ya que no obtuvo respuesta en mí, se levantó de su lugar acercándose.

–¿Aidan?– Volvió a llamarme pero esta vez, escuche su voz lejos de mi.

El pecho y corazón dolian. Siento qué esa tristeza que está atrapada me estaba ahogando.

Sentí sus manos tocarme pero mi modo defensivo, alejó sus manos de mi.

–N-No, no me toques.–Me coloqué de pie alejandome de ella.

Escuche dos sillas arrastrarse, estoy segura que eran los tíos levantándose.

Vi el rostro de mi pequeña hermana confundida. Y ése brillo en su mirada con que había despertado, ya no estaba, había sido reemplazado por miedo.

Dejó su mano levantada en el aire.

–¿T-e alejaras d-e mí como cuando era pequeña?–Su voz tembló de miedo y angustia.

Vi en su mirada los recuerdos de hace años atrás, cuándo siendo tan pequeña, me alejé de ella.

–¿Me odiaras otra vez?–Volvió a hablar pero esta vez con sus ojos humedecidos.

Otra vez le estoy rompiendo el corazón.

La tía Sofía se acercó a ella abrazándola.

–Lo siento.–Fue lo único que dije al salir de casa.

**********
Me sentía mal no podía negarlo, pero sin embargo, debía continuar con lo que no me dejaba tranquilo desde la última vez qué estuve con Julieta.

La oficina de Danillo era mi destino.

Al llegar pude notar que él italiano no estaba de buen humor, pero la verdad... Me importaba una mierda.

Fumaba y bebía con desesperación, eso lo hacía cada vez que algo no había salido bien.

–¿Y tú qué demonios haces aquí?' Me preguntó.

–¿Y a ti que demonios te importa? Contra ataqué.

–Esta fecha estás libre, imbécil. ¿No es obvio?

Se lanzó hacia un pequeño mueble que tenía.

–Pero ya qué estás aquí.–Volvió a hablar.– Necesito que mates a éste bastardo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.