Julieta, la chica suicida.

Capítulo 33

–Tú cabello a crecido desde la última vez, ¿no crees?–Allí estaba esa voz, que tanto anhelaba seguir escuchando. Lo busqué con la mirada hasta qué al fin logré encontrarlo. Me levanté de la arena de dónde me encontraba, corrí hacía él, con él mar a mi lado. Me esperó con su usual sonrisa y los brazos abiertos.

Me tomó y giró conmigo en sus brazos. Reí nuevamente cómo nunca.

¡Joder! Cada vez estás más grande, Julieta.–Besó suavemente mi frente, bajandome de sus brazos.

No mientas, sabes que ya no creceré.

Siempre te dije que no estuvieras debajo de la mesa con Kevin.–Se encogió de hombros.

¡Pero sólo era cuándo había truenos!–Él se rió.

¿Aún le tiene miedo a los truenos? Preguntó. Y recordé las tantas veces que Kevin me hacía esconderme con él debajo de la mesa, cuándo afuera era una guerra de truenos y Elio solía burlarse de él.

Por suerte ahora tiene a Michell con él.

Hacen buena pareja.–Dijo y asenti.–Ven, caminemos un rato.

Pasó su brazo sobre mi hombro y empezamos a caminar. Me entristeció caer en cuenta qué al despertar, él ya no estaría conmigo.

¿Ves el mar allí?–Habló señalandome el mar.

Sí. Está muy bonito.–Respondí.

Volvimos a caminar un poco más y luego nos volvimos a detener.

¿Ahora ves eso?–Me señaló lo qué ahora era una tormenta en el mar. Esa parte estaba muy oscura, rayos caían al mar sin cesar, las olas eran tan altisimas que podría tapar al mismísimo Titánic, una marea agresiva  que las olas se rompieran de forma abrupta. Todo ése panorama era terrorífico, tuve tanto miedo qué por acto de seguridad, caminé hacía atrás, dejando a Elio sólo en el lugar que antes estábamos.

Eso me dio miedo.– Hablé muy bajo.

Elio se acercó a mi .

Acerquemonos un poco a la orilla. Opinó. Su actitud era tan relajante.

No, no y no. ¿Qué no te das cuenta en lo qué tenemos al frente? El mar podría tragarnos.–Él pareció ignorar lo que dije ya qué sólo sonrío y tomó mi mano.

Sólo confía en mí ¿si? No dejaré que nada te pase.–Escucharlo decir eso fue recordar las tantas veces qué de niña solía decírmelo .

Me dejé llevar con el hacia la orilla, dónde en el mar era una gran tempestad.

Mi Julieta, en la vida suele a ver tanta calma cómo en el mar anterior, un precioso paraíso dónde obviamente, no querrás escapar. Y cuándo menos lo esperas, llega esa tormenta para acabar con esa calma que solía a ver, cómo la que tenemos justo al frente.–Dejé de mirarlo para ver nuevamente esa tormenta qué me causó miedo.–Te he traído hasta esta orilla para qué puedas observar cómo la vida puede llegar a ser. ¡Ve, escucha y siente esa tormenta! ¡Mírala a los ojos y enfrentala!  No te dejes llevar por esa imagen terrorífica que te enseña, gritale que TÚ, ¡Julieta Smith! Va a acabar con ella. Mi niña.–Tomó mi rostro en sus manos.–Puedes llorar, sentir que no puedes, sentir miedo, angustia, caer, querer desvanecer, sentirte derrotada, molesta o cualquier otra emoción traicionera. Pero por favor pequeña, nunca pero nunca te eches para atrás. No quiero que te rindas, no quiero que dejes de batallar por más difícil o terrorífico sea. Tú podrás, sé que podrás, sólo no dejes esa lucha.

Su rostro estaba tan ansioso, preocupante y hasta con cierto temor.

¿Qué me quieres decir en realidad? Pude decir tantas cosas pero pude notar esa angustia.

Él no omitio nada sólo me apretó entres sus brazos.

Te prometo que yo mismo te mostraré él paraíso después de la tormenta. Susurró.

No me dejes sola... Por favor.–No me había dado cuenta en que momento había empezado a llorar .

Ni después de la muerte lo he hecho, mi dulce ángel.

*******

–¿Entonces que esperas para abrirlo, estúpida?–Una Michell ansiosa se encontraba al frente de mi, con una emoción que no cabía en su rostro.

–¿Entonces dices que Kevin lo dejó para mí?

–Mierda que sí. Sólo abre esa bolsa. Kevin me había dejado un regalo pequeño según Michell, quien fue la encargada de dármelo.

–¿Pero porque tú extraña emoción?–Era lo qué no lograba entender.

–¡Jodete Julieta! Yo abriré eso.–Arrancó el paquete de mis manos y fue la encargada de abrirlo.

Sacó de allí una camisa con el número once del equipo de la universidad de él. Michell chilló al verla.

–¿Y eso para que es?

–¿Que no es obvio?  Él quiere que la uses para el juego de hoy.

–¡Pero si la novia eres tú! 

-–Sólo usa la camisa y ya!

Decidí ponermela y salir al juego que él tenia en una hora.

*****

Encontramos buenos lugares en las bancos según Michell. No me llamaba tanta la atención estos juegos, pero si Kevin quería que lo acompañara, lo haría sin dudar. Además no podía negar que era muy bueno jugando.

–¿Quieres acercarte a saludarlo?–Me preguntó Michell.

–No tranquila. Además ya va a salir su equipo.–Le señale y ella asintió.

A lo lejos vimos salir a Kevin quien nos saludó a vernos. 

El partido empezó interesante a pesar de que la universidad iba perdiendo. Michell insultaba y animaba al equipo de su novio, mientras yo la miraba divertida.

El segundo tiempo había llegado Kevin se acercó a nosotras, quitando su casco y llenándonos de sudor a ambas.

–¡Estúpido!–Chille.

Michell saltó a abrazarlo.

–Pensé que no te pondrías esa camisa. Dijo él.

–Pues me la has regalado tú, así que no veía el problema.

Él miró a Michell con el ceño fruncido.

–¿Que pasa?–Les pregunté a ambos.

–¡Michell! - Le regaño él.

–¡Sí le decía la verdad no se la iba a poner!–Ella se excuso.

No entendía nada.

–Me perdí.–Confesé.

–Yo no te regalé esa camisa, Julieta.

–¡Claro qué sí! ¡Tiene tú número!

Giró su espalda y allí vi qué no tenia un número once, tenía el número dos.




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