Julieta quiso quedarse

Julieta

-¡De verdad no puedo creerlo Julieta! ¡Voy a pedirle al inspector que te arreste! –rugió Enzo – ¡iba a matarte! ¿O no lo ves? Ni sueñes que vas a quedarte en esta casa.

-Enzo, estas acá. Hay policías fuera. No va a volver.

-¿Pensás que esto es un juego? ¿Qué te propones demostrar? Estamos frente a un asesino serial.

-¡No! ¡seguro cree que vi algo de lo de Sofía!

-¡Lo viste a él hoy! ¡Eso es motivo suficiente para que te busque y te mate! ¡Deberías haberte ido cuando te lo dijimos por vez primera!

-¡Basta Enzo! –supliqué.

-¡Basta vos Julieta! ¡No voy a arriesgarme a que te pase algo! –Enzo estaba rojo de ira y golpeaba con los puños el mármol de la mesada – ¡hay algo dentro de tu cabeza que no funciona! ¡Está claro!

-¡No puedo irme Enzo! ¡No puedo decirle a papa lo que paso! ¡Se va a disgustar mucho!

-Julieta –tomó aire y respiró con dificultad –se va a disgustar más si ese tipo te desgarra la garganta.

 

-¡Enzo por favor! ¡Quédate acá conmigo!

-No Julieta. –rezumaba ira. Apretó sus ojos con la mano derecha como tratando de serenarse y buscar una solución al rollo – ¡Estas arrestada! –caminó hasta mi lugar junto a la mesa y me esposó con una velocidad asombrosa.

-¡Enzo por dios! –supliqué –¡sácame esto!

-¡No! –tomó a Francesco –¡oficial! –llamó a uno de los policías que asistía al perito que recogía las huellas de zapatos junto a la habitación de huéspedes. –Pida refuerzos, quédese en la casa y cualquier cosa me avisa. En una hora llega el inspector. Aseguren la zona y busque refuerzos para custodiar mi casa. Ella va a estar ahí conmigo. –me miró con ira mientras me tomaba de las esposas haciendo caso omiso a mis suplicas y forcejeos –y comuníquese con los padres –dijo señalándome.

-Señor –balbució el oficial –está prohibido arrestar a las victimas.

-No cuando atentan contra su propia vida. La señorita Foster esta en estado de shock. Haga lo que le ordeno.

-Si señor –salió a toda prisa de la casa y nosotros detrás de él a los tirones.

-¡Enzo estas equivocándote! –rugí.

-¡Julieta solo quiero mantenerte viva! ¡Es mi trabajo! ¡Enójate si querés!

-¡Que no llame a mis padres! ¡No ahora! ¡Lo discutimos después por favor! –supliqué.

   Enzo me contempló y suavizó su mirada. Respiró. Me rodeó dos veces. Estaba enojado, asustado e indeciso. Miró por centésima vez como buscando algo entre las sombras del patio y volvió otra vez hacia mi.  Una sonrisa entre sarcástica y apenada asomó a sus comisuras.

-Subí al auto –ordenó. Se alejó unos pasos le dijo algo que intenté escuchar al oficial y regresó.

-Vamos a casa. Van cercar la zona y la federal aviso que volvían. Esto se pone peor –comentó.

-¿Desde cuando das las ordenes vos? –espeté.

-Iba a contarte en la cena que me habían ascendido, por mi trabajo en la investigación. Todo se truncó cuando llegaste lívida a la estación.

-Lo siento –acaricié a Fran que había colocado Enzo en mis piernas, y traté de evitar su mirada.

  Nos quedamos un par de minutos en silencio. Su mano descansaba sobre la llave de arranque y no se decidía a poner en marcha el auto. Sus ojos miraban un punto fijo sin verlo.

-Julieta me importas –dijo al fin. Su voz volvía a ser suave como siempre. Se inclinó hacia mí –no sabes cuánto, más allá de lo poco que hace que te conozco. Déjame salvarte –acarició mi pelo –si tengo que maniatarte y esconderte en una cueva para mantenerte sana y salva voy a hacerlo y quiero que cuentes con ello.

-Gracias –balbucí. El miedo había comenzado brotar y unas lágrimas rozaron mis mejillas. –soy un peso en contra.

-No –suspiró –no sos un peso en contra. No entiendo tu necesidad de permanecer en el peligro –arrugó la frente –te debe fallar el instinto de supervivencia.

  El motor de su Chevy ronroneó. Apreté a Fran contra el pecho. La casa me observaba, con todas sus puertas abiertas, las luces prendidas y cercada de cintas. Llena de policías que iban y venían. La casa parecía suplicarme, como si también tuviese miedo. Había tenido en sus entrañas al asesino. Temblé de ira y de miedo. Ese hijo de perra me estaba obligando a abandonar mi hogar. Escondí mis ojos entre el pelo de Fran y por segunda vez en el día abandoné la casa.




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