Julieta quiso quedarse

Matt

La noticia que tanto había deseado llegaba al fin y mi querido padre se encargaba de destrozarla. Milo había averiguado que la loca esa de Julieta se había ido a vivir hacía tres días con el galanazo de poli que conquistara en medio de las muertes de los Klein. Nadie la había vuelto a ver, según Blanca, que gracias a todos los cielos había regresado de sus vacaciones, la chica estaba encerrada día y noche.

-Te digo que estaba ahí –volvió a decir mientras retorcía el trapo del piso. El agua negra del balde daba pauta de que a falta Blanca en nuestra casa, y aún con mis intentos bien intencionados de limpieza, la mugre estaba a la orden del día –siempre limpio la casa del oficial que por cierto la mantiene mejor que ustedes –nos miró de reojo –y cuando entré y la vi tan apesadumbrada me dio mucha pena.

-La pasa mal porque se le canta –comenté.

Blanca me azotó las piernas con el trapo.

-Tuvo mala suerte pobre chica.

   Mala suerte la mía pensé. Papá ya me había dejado bien claro, que tenía que cumplir las ordenes del jefe a como dé lugar. Si me tenía que descontar al poli modelo que lo hiciera. Pero tenía que sacarle información a la ploma esa. Papá se ponía nervioso e inquieto cada vez que el jefe nos daba una de sus visitas. Y de yapa el incordio le duraba días. Larguísimos días.   ¿Alguien quería decirme como demonios me iba a escabullir para llegar hasta ella? Blanca era la única opción de entrar en el departamento que tenía. Pero no podía revelarle nada a ella tampoco. Estaba harto del rollo de Julieta.

-¿Sabes que Blanca? –la mujer se volvió y me contempló. Me conocía casi tan bien como mi madre. Y eso que solo hacia dos años que estábamos en el pueblo. Rogaba que no se diera cuenta de mi treta –capaz necesita ver gente esa chica. Desde que llegó solo ha tenido problemas.

-¿Qué propones vos? –me miró y busco algún indicio de burla en mi cara.

-Podrías traerla para que se distraiga un poco. Que se yo. Digo –la miré de reojo. Querría sonar despreocupado y afligido por ella. Casi adiviné la sonrisa que se dibujaba en su cara.

-¿Le molestará a tu papá? –preguntó ya rebosando de felicidad. Era una buena mujer y disfrutaba haciendo el bien. Sentí un asomo de culpa, pero no podía incumplir la orden del jefe.

-No tiene por qué molestarse –papá iba a querer mi cabeza por llevar a una humana a nuestra guarida. Pero como era orden del mandamás iba a tener que quedarse en el molde.

-Mañana vengo a terminar con las habitaciones. Si quiere y el poli la deja la traigo –pasó al lado mío y me tironeó el pelo enredado –estate presentable. No quiero que la pobre se vaya corriendo espantada. Y no hagan demasiada mugre.

-Tampoco soy tan horrible –espeté.

-Nadie dijo eso –Milo se reía con sorna mientras seguía mirando tele. Aún no le había arreglado la consola –pero quien dice que se la saques al oficial.

-Ja ja –dije –ni lo sueñes, no me lió a las chicas de los oficiales.

-Como digas –revoleó los ojos y tomó su campera. Por lo visto ya había terminado su jornada –mañana estate convertido en persona.

  Me quedé de piedra mirando como salía de la casa. ¿Convertido en persona? Milo me miró. Lo miré.

-Fue solo un comentario –dije. Y ojalá lo fuera.

 

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