Julieta quiso quedarse

Julieta

-Julieta por favor –suplicó Enzo –no es lo mejor.

- No voy a quedarme encerrada toda la vida, olvídate –protesté.

-¿Seguís enojada? –preguntó en un susurro.

-No Enzo –respondí enfáticamente –necesito salir ¿Podes entenderlo?

-No entiendo que decidas ponerte en riesgo así.

-Voy a estar bien. No quiero escucharte más con lo del riesgo. Voy a salir hasta la puerta, voy a subirme a un auto y voy a bajarme en esa casa ¿Qué puede pasarme?

  Enzo me contempló resignado.

-Ves –dije –tengo razón. –era cierto que aún seguía enojada por lo que había encontrado en su computadora personal y la forma en que había reaccionado a ello. Pero no quería darle la razón.

- Voy a pasar a buscarte en dos horas –gruño mientras se metía en la habitación –ya se lo dije a Blanca.

-Enzo, tengo que conocer gente nueva. Voy a volverme loca de lo contrario –argumenté. Quería convencerlo a la fuerza de que salir de la casa iba a resultar positivo para mí. Habían transcurrido siete días desde el atentado en casa.

-Podrías ir a tu ciudad o al congo a conocer gente nueva –gritó – ¿No me digas que es necesario hacer sociales en la guarida del asesino?

  Para nuestra salvación, Blanca estacionó el auto fuera y tocó el claxon. Tomé mi mochila, a Fran y me dispuse a irme cuanto antes.

-¡En dos horas! –gruño.

   Salí casi corriendo. El aire puro y fresco del atardecer me acarició las mejillas y se desparramó por mis pulmones llenándome de una frescura salada de lo más placentera. La terapia de papá. Blanca me miraba desde el auto, estudiaba mi rostro. Cada día se tomaba el trabajo de evaluarme. Cuando notaba que mi humor rozaba el suelo se afanaba cocinándome cosas ricas y me preparaba un té de hierbas exquisito. Por lo visto, encontró algo que la hizo sonreír en mi cara, y alcancé a ver como sus ojos brillaban como lucecitas. Era una buena mujer.

  El camino a la casa de los chicos que deseaba presentarme fue corto. Blanca quería saber si Enzo se había disgustado mucho por mi salida, pero le dije que le había parecido una buena idea.

   La casita de los chicos Kraemer, se hallaba en las afueras del pueblo, cerca del bosquecito. A unas cinco cuadras de mi casa. Era una casa baja, hecha de barro y piedras grises de la playa. Estaba semi embutida entre los árboles y su techo verde se confundía con el del follaje de los pinos más altos. Era como una casa de cuentos de hadas. Fuera un pequeño jardín de margaritas y violetas estaba adornado con todo tipo de figuras metálicas que representaban animales. Eso me llamo profundamente la atención. Daba la sensación de que los animales estaba todos en guardia, como esperando algo. Un ataque quizás. Seguro los chicos eran aficionados a algún tipo de juego con animales, porque me explicó Blanca ni bien noto mi interés por ellos, que los habían hecho los mismos chicos con latas de conservas y todo tipo de metales diversos que les regalaba el dueño de la ferretería del pueblo. Inclusive le habían confeccionado un león al medico que, según Blanca exhibía muy orgulloso en el living de su casa.

   Blanca golpeó la puerta tres veces. Me miró y quedó satisfecha. Estaba junto a ella ya sentía impaciencia por conocer a esos chicos de los que hablaba maravillas. En la puerta se podía sentir el aroma a madera y mantequilla fresca que parecía brotar de toda la estructura de la casa.

   Un chico demasiado alto y con el cabello largo abrió la puerta de un golpe. Tenía ojos oscuros, casi negros, el pelo castaño claro le caía por los hombros, vestía jeans rotos y una sudadera gris.  Creí qué trataba de mostrarse rudo, pero todo quedo en el intento, cuando habló su voz era suave como una caricia y todo lo malo que pudiese tener se veía reducido a nada. Nos invitó a pasar con un gesto de cabeza. Dentro, sentado en un sillón frente a lo que parecía ser un prototipo de televisión se hallaba otro chico, que según sus rasgos no parecía tener más de doce años. Pero era casi tan alto como yo que ya pasaba de veinte. Cuando me vio entrar se paró de un salto y limpiándose las manos en el Jean aun más roto que el del hermano se acercó.

-Soy Milo –extendió su mano hacía mi y sus ojos celestes brillaron –y este es mi hermano Matt.

-Puedo presentarme solo –gruño el tal Matt.

-Yo soy Julieta –balbucí –gracias por invitarme –dudé y miré a Blanca, no estaba segura de que ellos me hubiesen invitado. Parecía más iniciativa de ella –Y este es Francesco –mi perro les movía la cola como si los conociera de toda la vida.

-Nadie debería estar solo –arguyó Milo. Comentario muy filosófico para alguien que aparentaba su edad –menos con todo lo que pasa en esta zona últimamente. –sin pedir permiso siquiera tomo a Fran de entre mis brazos y se lo llevo al sillón junto a él. De ningún modo lo tomé como invasivo. Ellos se iban a encargar de romper el hielo por lo visto.




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