Julieta quiso quedarse

John

  John había marcado el número tres veces. Alain debía estar descansando. O corriendo, de lo contrario Persia habría atendido el teléfono. Se preparó otra hamburguesa completa y se dispuso a comerla.  Seguro, estaba sabrosa, pero John estaba demasiado ensimismado, ni siquiera pensaba en lo que se llevaba a la boca. Comió en silencio y de un modo casi mecánico. Al cabo de una hora seguía en el mismo lugar, mirando un punto fijo e indescifrable en el espacio.  Su celular vibró y comprobó que era Alain.  Tomó aire y respondió.

-Jefe.

  Alain no necesitaba ver a su mejor lobo para saber que le pasaba por dentro. Había empleado el tono de voz, seco y serio. No respondía a la personalidad siempre jocosa de John. Además el “Jefe” con el que se había dirigido a él era demasiado oportuno.  Tenía algo para decirle. No había margen de error.

-John, ¿Qué averiguaste?

-Algunas cosas –soltó un poco del aire que había atrapado en sus pulmones.

-¿Podés hablar o vas a esperar a encontrarnos?

-Me gustaría hablarlo con vos, pero esto no puede esperar Alain.

   El Alfa se estremeció. Hacía tiempo que John no le hablaba de ese modo. Sus vidas en Argentina eran más tranquilas. Volver a las luchas y al terror era algo a lo que se habían desacostumbrado. Algo que removía viejos dolores, viejos recuerdos. Y el dolor de años se torna en odio. Y del odio no se puede esperar nada bueno.

-¡Hablá! –sonó como una orden, pero John sabía que era más un pedido mortificado que una orden en si.

-El lobo al que mandaste a este pueblo te dijo bien. –una pausa de solo instantes se interpuso entre los dos –Julieta es alguien diferente. –miró por centésima vez los papeles con la información clasificada de la chica que el otro licántropo le había pasado vía mail y no quiso decirle a Alain aquello. Hubiese deseado tener la valentía de pedirle a Persia un poco de ayuda. Respiró y se preparó a decirlo –ella es la prima de Clara.

   Alain se sintió aplastado por una mole de mil kilos de un segundo a otro. El pecho le escocía del dolor ante la imposibilidad de respirar.  Una grieta que creía cerrada se hizo presente en su pecho otra vez, como el primer día. Se sintió viejo y roto. Aniquilado, aun después de tantos años. La imagen más vivida de toda su vida eran aquellos ojos grises sin vida.

 -Lo siento Alain –a John le costaba respirar también –lo siento mucho.

      Alain colgó. Arrojó el celular lo más lejos que pudo. Persia lo había oído todo. Se acercó a su marido y apoyó su mano en el hombro de él. Alain no se volvió a mirarla. Cruzó la puerta abierta de su casa y desapareció en el bosque.

 

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