Julieta quiso quedarse

Cristhian

  El cazador contemplaba desde las sombras la casa de la chica. Hacía al menos una hora que se había levantado de la siesta. El novio, un tipo que se notaba a la legua que iba de sobrado, había abandonado la casa unas dos horas antes.

   Julieta había preparado la merienda y la tomaba a un ritmo tan pasmoso que logro incordiar al cazador. Estaba sentada a la mesa de la cocina y rompía en millones de migajas una factura para luego entre sorbitos de leche comerla poco a poco.  ¿Quién podía querer hacerle algo a esa chica?  Su actitud al moverse, al pensar y sobretodo al merendar, denotaban una personalidad muy tranquila y abstraída. Hacia más de dos minutos que miraba fija la taza y no pestañaba.  Pero, ¿Por qué estaba en el medio de todo? O al menos eso parecía. El cazador pensó, rebuscó en su mente, porque había algo de esa cara que el recordaba, sabía qua alguno de sus rasgos suaves le despertaba una campanita en el fondo de la conciencia. Pero aun no podía determinar qué. Rodeó la casa, iba a entrar por la parte de atrás. No pretendía sorprenderla, en lo absoluto. Aún no quería que ella supiese de su existencia, para eso tendría tiempo. Al menos eso creía él. Quizás encontrase algo dentro. El detector que llevaba en el cinturón le aviso con una pequeña luz amarilla que la casa estaba rodeada de sensores. Maldijo por lo bajo, ya que desactivar aquello le llevaría mucho tiempo y corría el riesgo de ser sorprendido por la chica.

   Pero entonces el cazador lo comprendió. Sintió en el cuerpo la presencia del halo que cubría la casa. Sacó del bolsillo el escudo de los cazadores Beta labrado en plata y cuarzo negro y lo arrojó a la casa. Iba a hacer una prueba. Antes de llegar a ella se desintegró en un millón de minúsculas piezas pequeñas que salieron escupidas por el aire y devueltas sobre el cazador.

-¿Qué diablos? –dijo apartándose – ¿Cómo es posible? 

    La casa estaba protegida por un poderoso hechizo, y era uno en contra de ellos y quizás también en contra de los licántropos. ¿Pero por qué esa casa? ¿Y por qué tal hechizo? Nunca había visto nada igual. Los brujos que el conocía no detentaban tamaño poder.  El cazador esperaba a que la piedra se detuviese en suspenso junto al halo, pero la desintegración de ella solo quería decir una única cosa. Y esa cosa no era nada agradable.

     Desde que habían matado a Roderica nadie había vuelto a realizar un hechizo tan potente, por la simple razón de que no contaban con los conocimientos, ni el poder necesarios para hacerlo.  El cazador sintió que una alarma en el fondo de su mente le pedía ser escuchada, que le aconsejaba que huyera. ¿Pero huir de quién? Estaba seguro de que la tal Julieta no podía matar ni a una mosca con la pasmosidad que tenia. Rodeó la casa nuevamente y la observó. Seguía merendando sin percatarse de lo más mínimo.   

     El cazador se adentró unos metros entre los árboles, necesitaba pensar. Rebuscó entre sus cosas el listado de brujos que conocía, y a los que había andado buscando desde hacía no mucho tiempo. Ninguno podía haber conjurado aquello. Ninguno tenía tal poder. Eso solo podía ser magia legítima. Y ellos habían hecho un gran esfuerzo por erradicarla, y los mismísimos brujos también.  Se habían cerciorado. Entonces todo encajó.  El cazador sintió que se quedaba sin aire. No podía ser. Las legítimas no podían haberlo hecho. Deshizo sus pasos y volvió a la casa. Julieta leía ahora muy concentrada mientras acababa con su factura trozada. Se había recogido el pelo  renegrido en una coleta alta, y eso le permitió al cazador ver sus rasgos más claramente. Y ver sus ojos.

-No puede ser –susurró –no puede ser legitima.

-¡Y vos no podes ser tan estúpido! –dijo la voz a sus espaldas.

   El cazador se giró dispuesto a combatir lo que sea. Pero no pudo más que contemplar lo imposible. Una mueca de espanto se dibujó en su rostro joven. Su victimario contempló el terror más puro en sus pupilas dilatadas. Olió su desconcierto, y la adrenalina que sucumbía ante su sola presencia. Vio las certezas que a la velocidad de la luz se instalaban en su mente. Certezas que no podría contar jamás. 

-No lo hagas –suplicó el cazador.

-No me dejas otra opción. Mi fuerte no es matar criaturas –dijo con una voz tan aterciopelada que solo podría causar terror. El cazador no podía quitarle los ojos de encima. –pero te metiste en el lugar equivocado.

-Te vi morir –balbució el cazador –Lograste camuflarte –susurró. Tenía la garganta seca y su voz era un ronquido áspero. Los ojos grises lo miraban con desprecio y una frialdad inhumana.




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