Julieta quiso quedarse

Clara

   Clara corrió por centésima vez la cortina y escrutó la calle. Las dos de la tarde. Las veredas tranquilas a la hora de la siesta le ponían la carne de gallina. John había salido por comida y aún no regresaba. No sabía que le molestaba más, si el dolor del hambre o el miedo de que le hubiese pasado algo. Caminó por la sala como perro rabioso. Daba vueltas, olisqueaba el aire. Maldijo.

      Cuando se hartó de dar vueltas abrió la puerta de calle una rendija y olió el aire puro, recalentado por el sol.  Nada. Encendió la radio para aturdirse de nuevo con las noticias de los brujos y el cazador. Los tres figuraban con identidades falsas. Quien los había asesinado se ocupó bien de dejar todo bien presentado. No podía no ser parte del mundillo al que pertenecían todos ellos. Clara desconfiaba de una única persona, y esa persona era Enzo. El flamante novio de su prima. No entendía por qué John se empeñaba en defenderlo. Lo que sí sabía, era que desde que le plateara la desconfianza hacia Enzo, el viejo licántropo había prescindido de su compañía en las recorridas. Pero ahora era diferente, porque solo había ido por comida.

      Cuando resolvió salir a buscarlo, una ráfaga de puntitos de luz escapó de sus manos. No la iba a detener eso. Casi estaba segura de que John habría ido a la zona norte donde aparecieran los cuerpos. Abrió la puerta de un golpe y salió.

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