Julieta quiso quedarse

Matt

   Esperé acostado hasta que papá decidió al fin irse de la casa. Seguro sus actividades matinales lo mantendrían unas horas ocupado. Eso me daba la posibilidad de estar solo, mientras Milo dormía, para desayunar tranquilo y pensar. Me levanté arrastrando las piernas. Las sentía pesadas e inútiles. Los músculos se negaban a moverse bajo mi piel. Daba la sensación que eran gruesas tiras de madera. Me preparé un café sumamente cargado y una súper tajada de torta de chocolate que me había hecho Blanca con la ayuda de Julieta.

   Los pensamientos inevitablemente siempre me conducían a Julieta. Recordé sus ojos grises y su pelo negro, un cosquilleo conocido me asaltó el estomagó. Sacudí la cabeza tratando de alejar cualquier cosa que me hiciera sentir algo por ella. Aunque fue inútil. Desayunar solo, y darle cabida a los pensamientos no había sido del todo una buena idea.

   Fue en ese momento en que me percaté de que las herramientas de trabajo de papá estaban allí junto a la puerta, descansando sobre la pared. Mi papá no salía de la casa en horas de luz a menos que fuera para trabajar. Caminé hacia la puerta y luego al sofá. Los cosquilleos en el estómago se habían tornado retorcijones. Algo no iba bien y ya lo presentía.

   Toqué la puerta de entrada y estaba trabada bajo llave. La idea de que papá saliera a hacer algo secreto retumbo en mi cabeza. Busqué mi copia de la llave y la encontré en el escondrijo de siempre. Eso me calmó un poco. Al menos no nos había dejado encerrados. El café ya había activado algo mis sentidos adormilados y comencé a revisar toda la casa en busca del equipo de cazador de papá. Si había algo extraño vendría por ahí. Encontré al cabo de unos minutos la maleta de madera en que lo guardaba en una puerta trampa hecha detrás del fondo del ropero. Para mi desesperación faltaba el traje de las reuniones Beta.

   Corrí hacia el living, las reuniones se hacía únicamente para anunciar un plan general o una decisión urgente. Y todos, pero todos los cazadores tenían que estar obligatoriamente presentes. Si Milo y yo seguíamos ahí, era por una única cuestión. No nos iban a hacer partícipes del plan. Revolví las anotaciones diarias de papá, lo cajones, las latas de arriba de la mesada, hasta dar con el conjunto de sobres que buscaba. Papá los había escondido debajo de la mesa, pegándolos a la misma debajo de la tabla principal. Allí estaban las tres invitaciones. Los Beta no nos dejaba de lado, él lo estaba haciendo. Revisé las tres invitaciones detalladamente y mientras me devanaba los sesos pensando el motivo que habría tenido papá para burlar las órdenes estrictas de los Beta, hallé en el fondo del sobre que le pertenecía un papel más pequeño, escrito con mucha presión, letra apretada y grande. Una sola oración, una sola orden: “Joel, capturá a Julieta”.

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