Julieta quiso quedarse

Blaz

   Blaz al igual que su hijo se refugiaba en la bebida cuando las cosas empezaban a irse por derrotero. Se había negado rotundamente a abandonar a su querida Amara, no solo porque creía que sola no podría con Clara en cuanto la chica regresara del sueño, sino porque quería enterarse de que iba la cosa con Aubrey.

-No te pedí que estuvieras presente Blaz –musitó la falsa Emma. No solía gritar, pero aun así sus palabras más suaves retumbaban en las mentes de los que la oían como gritos.

-Madre –dijo con vos suplicante el brujo –no me saques del medio ahora.

-Tu hijo –la bruja soltó la cabeza de Aubrey a la que sostenía desde hacía un rato –le reveló la verdad a Julieta. Todavía no sé si estuvo bien o mal, pero aun así desobedeció mis órdenes. –apuntó al brujo con uno de sus larguísimos y esqueléticos dedos – ¡y vos me aseguraste que estaba listo! ¡Ya veo que sigue siendo un adolescente y vos también!

-Madre –susurró –

-¡Cerrá la boca! ¡Te aconsejé que crecieras más Blaz! ¡Pero insististe en inmortalizarte en tus veinticinco años! ¡Eso ya no puede remediarse!

-Madre voy a hacer lo que sea necesario.

Un pesado silencio se instaló entre los dos.

-Bien –la bruja se acercó más al brujo –tengo algo para vos –tomó una de sus manos y depositó en ellas las llaves de la Chevy de Enzo. Blaz empalideció notoriamente.

-¿Por qué tenés su auto?

  La voz de Blaz se quebró con el mismo ruido que las hojas secas de otoño al ser pisadas o estrujadas.  Amara, que oía todo a solo metros sintió que se le encrespaba el vello de la nuca. La falsa Emma o la antigua Roderica no tenía piedad ante nadie.

-Va a pasar un buen tiempo sin poder manejar. Asique vas a tener que hacer su trabajo.

-¿Qué le has hecho? –los ojos del brujo se inundaron de lágrimas. Hacía tanto que no le pasaba eso que hasta él se asombró.

-Una descarga de magia suele acarrear diversas consecuencias. –habló con una pasividad irritante, como si estuviese explicando los efectos de algo ajeno a los sentimientos del brujo. Roderica era dueña de una frialdad innombrable –Dos multiplica la apuesta. –sonrió diabólicamente.

   Blaz miraba a la legítima con ojos suplicantes. Lo único que tenía en el mundo verdaderamente era a su hijo. Perderlo o verlo sufrir acabaría con él. Enzo era su única debilidad.

-No te preocupes Blaz –la sonrisa cruel se desdibujó de su rostro y los ojos frívolos de Roderica se calmaron –va a estar bien en un tiempo. Espero que esto le sirva para conocer sus límites.

   El brujo no dijo nada más. Y aceptó el papel que le extendía la bruja. Allí estaban las indicaciones del trabajo que debía realizar. No era nada que no se esperase de algún modo. Otro cadáver más que ocultar. Ahora el de la verdadera Emma.

-¿Qué hago con él?

-No me importa que se lo coman los bichos salvajes –comentó mientras volvía junto Aubrey dispuesta a hacerla volver en si –pero bueno, lo dejo a tu criterio. Eso sí, no quiero que lo encuentren las autoridades.

-Como digas Madre –cerró el papel en su palma y abandonó la casa como si de una sombra se tratase.

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