Julieta quiso quedarse

Alain

    Lo lupis por poco caminaban por las paredes. Después de la primera carta había llegado otra. Su madre iría a verlos. Ese mismo día y solo faltaba menos de media hora. Alain llevaba horas caminando de acá para allá, haciendo caso omiso a los comentarios y pedidos de sus compañeros de terminar con la caminata incansable que llevaba. Había logrado poner histéricos a todos.

-En la segunda carta dijo que vendría con alguien –comentó Ranulf – ¿Será con John?

-No lo sé –Alain tenía los ojos vidriosos.

-¿Alain, podrías calmarte? ¡Me parece a mí que no vas a lograr nada poniéndote como un loco! –Ranulf ya había buscado todas las maneras posibles que calmarlo.

-¡Tenés buenas noticias de las que alegrarte! –musitó Augustus – ¡Las manadas están bien y los pequeños aprendieron a cazar en la zona sur! ¡Es todo un logro para los nuestros!

-Estoy contento por las buenas nuevas –masculló –eso no significa que no me preocupe todo lo que va a pasar en este lugar. Además –miró a Ranulf –no estoy seguro de poder tolerar a John, en caso de que tengas razón y el esté del lado de madre. Cosa que de por sí no es segura.

-¡Siempre tuve razón! –exclamó el lupi –te lo dije hace unos días cuando encontraron los cuerpos de los brujos Roth y Galiana. Esto no podía ser cosa de nadie más.

-No te hagas la cabeza Alain, todos en esta habitación hemos hecho cosas terribles a lo largo de nuestras vidas. Ayudar en esto a madre no nos hace ni mejores ni peores, si hay un cielo nunca fue para nosotros. –Lamar sonó decidido y categórico.

-¿Sienten? –Bertram estaba apostado justo en la ventana –es madre que se acerca.

   Los demás lobos acudieron donde Bertram. La energía de madre flotaba en el aire como un aroma, o una caricia. Se sentía tibio, como un bebé dentro del cuerpo de su madre. Era una sensación que les cosquilleaba por todos los rincones de su piel. No fue placer lo que sintieron, pero si algo parecido. Como cuando dos almas que se conocen vuelven a rozarse, a sentirse, a tenerse. Para hombres como aquellos, con corazones cansados de tanto mezclar tantas penas con tan pocas alegrías, era lo más parecido a redescubrir el amor y el afecto. Un estremecimiento les recorrió la espalda a todos, pero lo disimularon, se conocían lo suficiente como para detenerse en cholulismos.

   Madre esperó junto a la puerta a que sus bienamados hijos abrieran. Estaba ansiosa, después de casi doscientos años iba a reencontrarse con ellos, y esperaba, deseaba casi fervientemente que esos hombres la estuviesen esperando. Ellos eran la única esperanza de Julieta pudiera seguir con vida.

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