Julieta quiso quedarse

Julieta

-¿Quién sos y qué haces en mi cocina? –pregunté con voz filosa.

-¿Enzo no te habló de mí? –quiso saber. Era soberbio y no pasaba de los veinticinco años.

-No se responde con una pregunta. –las manos me hormigueaban y ese hombre de alguna manera lo supo, porque las miró y su rostro cambió.

-No es para que te asustes Julieta. –pensó quizás en acercarse, pero desistió en cuanto levante mis manos –¡no voy a hacerte daño! Solo vine a ver a mi hijo.

-¿Hijo? ¿Qué hijo?

   Unos pasos se acercaron corriendo por el living y no supe a qué atenerme. El miedo me invadió y mis manos parecieron encenderse, mi cuerpo también. No supe en que momento, la luz que irradiaban mis manos se escapó de ellas y colisiono de lleno en la pared de la sala por la que venían los pasos. Miles de fragmentos de pared y cemento volaron por los aires llenando el ambiente de polvo y mugre. En el lugar que antes había un muro, ahora se hallaba un agujero de más de treinta centímetros de diámetro. 

-¡Julieta alto! –Enzo entró a los tumbos en la cocina y casi se cae de bruces junto a la mesa.

   El polvillo llenaba mis fosas nasales y parecía contaminarme. Había además un intenso olor a plástico quemado que no sabía de donde salía. Miré mis manos, estaban rojas, calientes como si me hubiese quemado, pero no había dolor alguno.  Sin embargo algo que había salido de mi había roto la pared. Más que increíble, era traumante. Reaccioné en cuanto vi que Enzo se afanaba en sostenerse contra el muro y llegar a mí

-¿Qué haces? ¡No podías moverte! –dije tratando de sostener su peso en mi cuerpo. De pronto parecía tener más fuerza que la normal.

-¡Vaya novia! –comentó el tal Blaz.

-¿Qué haces acá papá?

-¿Cómo papá? –pregunté casi gritando –¡tiene pinta de ser más joven que vos!

-¡Y lo es! –dijo arrugando la cara. Era obvio que le dolía todo el cuerpo –es largo Julieta, cuando estemos solos voy a ponerte al tanto. –volvió a mirar al hombre –Te repito ¿Qué haces acá?

-Comprobar que te convertiste en un completo idiota. –los ojos de Blaz refulgieron y supe con certeza que era un brujo. Y que por algún motivo la había tomado con Enzo, su supuesto hijo.

-¡Váyase! –ordené.

-¡Papá este no es momento! –se incorporó y obligó a sus piernas que lo sostengan, situándose delante de mí –¡No sabemos cómo controlar la magia de Julieta! ¡No va a hacerme daño a mí, pero vos no estas siendo amable!

Me quedé de una pieza y entonces miré mis manos. Había pequeña cosas ahí, o al menos yo las veía. Punto blancos danzarines, como las pequeñas partículas que danzan bajo el haz de luz del sol. “Magia”, esa palabra inundó mi mente, y para mi sorpresa no sentí miedo alguno. Todo lo contrario, el muro que había comenzado a agrietarse en cuanto vi a Blaz, terminó por venirse abajo y demasiadas sensaciones, recuerdos y conocimientos acabaron por saturarme el cerebro. Pasaron todos delante de mis ojos como si de una estrella fugaz se tratara y me vaciaron el cuerpo de energía.

-¡Papá ándate! –ordenó Enzo.

No supe que Matt estaba detrás mío hasta que me sostuvo por la cintura.  El tal Blaz, lo miró y se sonrió con una malicia infinita, al cabo de unos segundos que se me antojaron eternos, sacó cuidadosamente un pequeño frasco de su campera y lo dejó sobre la mesa, dió media vuelta y salió por la puerta de servicio de la cocina. Las luces del patio, titilaron a su paso, como si las consumiera.  Enzo volvió a desmoronarse cuando Blaz desapareció entre los árboles del patio.

-Hay que llevarlo arriba –dijo Matt.

-No tengo fuerzas, no entiendo que hizo ese hombre.

-¡Julieta! –me volví a él y comprobé que Enzo había perdido el conocimiento –¡ya podremos hablar! ¡Hay que hacer algo con él!

 

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