Julieta quiso quedarse

Aubrey

   Aubrey comía pastel casi sin respirar. Después de cada hechizo al que se es sometido, el hambre sobreviene como si fuese lo último que a uno podría pasarle. El cansancio también tenía lo suyo. Hambre y cansancio. Y pensar que había estado postrada en una cama todos esos días.

-La idea es que llegues viva a la sede del convenio –susurró Blaz.

-Voy a llegar viva –respondió Aubrey, sin dejar de comer.

-Si seguís comiendo así vas a morir de una ingesta de cheese cake.

-¿Te pasaste por alto la clase de Efectología? –enarcó las cejas y miró al brujo como si fuera un completo ignorante.

   Blaz sonrió. No entendía porque a Amara le caía mal esa chica, a él le parecía simpática, casi agradable.

-Hay más comida en la heladera. –se levantó del lugar en el que se hallaba desde hacía horas y se encaminó al patio de la casa.  Era de noche, había pocas probabilidades de ser visto.

   Fuera el frescor del otoño ya se había instalado casi por completo y una capa de hojas secas y doradas cubría gran parte del patio. Blaz adoraba el otoño sin ninguna causa especial. Caminó unos minutos entre los árboles, a lo lejos pudo ver la luz de la casa de Julieta. Si todo salía bien, acabarían con los hechiceros y los cazadores, y entonces la magia legítima volvería a gobernar, y alguien como Julieta podría orientar al mundo a mejores horizontes. Tenían suerte de que la sede principal de hechiceros y brujos se hubiese instalado en el país nuevo. En cuanto cayera la hechicería, moriría la corrupción y desgracia que sometía al planeta. No iba a ser un trabajo fácil, y probablemente muchos cayeran en esa misión. Pero cortar la cabeza de la serpiente, de algún modo garantizaba que el cuerpo en algún momento muriese. Y quizás, y solo entonces, los antiguos dioses decidieran regresar. Y si no lo hacían, ya la tenían a Julieta, con su magia y su sabiduría en las venas. Una sabiduría que no recordaba, pero que ellos podrían reconstruir. Julieta era primigenia.

-Blaz –John estaba encaramado a un árbol fumando.

-Te agradecería que no me prendas fuego la casa con alguna de tus cenizas –bufó el brujo. El curso de sus pensamientos le gustaba demasiado como para que el lupi lo interrumpiese de ese modo. 

-¿Qué hay de Clara?

-Vamos a introducirla en la sede de la convención con la ayuda de Aubrey, en cuanto nos hagamos con el control. –dijo, sabiendo que el lupi ya había manifestado su descontento para con la idea de Roderica.

-¿Qué le van a hacer?

-Regresarla.  Como lo hice con Enzo.

-¡Eso puede costarle la vida! –John sonó feroz, o dolido.

-¿Qué vida? ¿La que le quitó Alain? –el sarcasmo de Blaz era como una película pegajosa.

-Ambos sabemos cómo fueron las cosas. –John se arrojó del árbol y cayó parado junto al brujo. Si no fuera porque Blaz no le temía a nada ni a nadie, ver el rostro de John en esos momentos lo hubiese matado del susto. 

-Eso no cambia las “cosas” –Blaz se acercó al lupi. Pero no sintió su miedo como otras veces, de todos modos, sabía que de atacarlo no dudaría en acabarlo con solo un dedo, aunque Amara lo persiguiera el resto de la humanidad. Aunque John hubiese sido su amigo.

- Blaz –masticó el nombre del brujo, pero este no le dio más tiempo.

-¿Qué? ¿Vas a atacarme? –lo enfrentó con sus espantosos ojos luminosos y lo golpeó con su espantosa risa de superioridad –deberías atacar al dueño de esta idea, a tu amada brujita.

   El lupi se quedó de una pieza. El de las ideas desagradables y que implicaban sufrimiento siempre había sido Blaz. Siempre.

-¡Mentís! –John no quería creer que ella le inflingiera ese sufrimiento a su hija, a su creación.

-¡Engáñate como gustes! –respondió el brujo con una sonrisa asquerosa.

-¡Fuiste vos el que obligó a su hijo a pasar por el proceso de adaptación! –gritó el lupi.

-Si, y no me arrepiento en lo más mínimo –Blaz comenzó a caminar dispuesto a volver al paseo que el licántropo había arruinado.

-Su familia va a amarla igual –corrió al brujo y le impidió el paso.

-Seguís siendo una bestia de lo más básica. –Blaz adoptó su mejor mirada de desprecio –esto no es por la familia, es por ella. ¿Acaso no fuiste capaz de darte cuenta de lo mal que se siente consigo misma? ¿Con su cuerpo? –un silencio denso se interpuso entre ellos por unos instantes. John arrugaba la frente, claro que lo sabía, pero eso era Clara y lo superaría con ayuda de Julieta en cuanto volvieran a unirse –tu fuerte nunca fueron las mujeres John, casi que esta demás decirlo.




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