Julieta quiso quedarse

Alain

   Alain había mentido. Y lo había hecho porque esta era la última oportunidad de hacer algo que tendría a su alcance. Estaba casi seguro de que Ranulf lo había sospechado, aun así lo dejo marchar. Quizás todos lo supiesen. Siempre habían tenido contemplaciones hacia él. Si madre quería después acabar con él, podría hacerlo, ya no le importaría, pero no podía dejar que hiciesen con Clara lo que quisieran. El saber que la había asesinado por coerción de su madre no le había aliviado el sufrimiento en lo más mínimo. Al contrario, ya ni siquiera podía estar seguro de sus impulsos, menos de los que había tenido en el pasado. ¿Cuántas veces había intercedido ella por él? Maldijo por lo bajo y continuó la marcha. En cuanto estuviese a una distancia considerable de la casa se convertiría y cruzaría el bosque en forma de lupi, sin importar cuanto se arriesgara por eso.  Habían visto partir a Joel sorpresivamente, sin llevarse a ninguno de sus hijos, y desde su partida no había rastro alguno de cazadores.

    El aire de ese día era fresco y puro, cargado de olor a pino y tierra húmeda. Alain se sintió un poco como en su tierra natal, corriendo por sus bosques de niño, bajo la atenta mirada de su padre. Que lejanía, que añoranza. La niebla matutina aún no se extinguía y rozaba con suavidad el cuerpo del lobo que parecía bullir de adrenalina bajo la escasa ropa que llevaba puesta. Caminó un trecho más. Quería encontrar la manera de presentarse ante Julieta, de contarle, de explicarle. Estaba al tanto de que ella consideraba muerta a Clara, por eso debían de acabarse las mentiras. Julieta tendría que haberlo sabido siempre, ella tendría de seguro la capacidad de soportarlo. Alain olisqueó el aire y dejó que la naturaleza le corriera por los pulmones y la sangre. Era el momento. Se desvistió y dejó la ropa dispersa al pie de un árbol seco, ni siquiera se molestó en esconderla. Sus compañeros podrían seguirle el rastro de todos modos. Enterró sus pies en la tierra húmeda y negra del bosque, relajó sus manos e invocó dentro de sí a su esencia más pura. Una fuerza atroz que lo obligó a doblarse y casi caer de bruces le atravesó todo el cuerpo haciendo vibrar sus terminaciones nerviosas. El dolor no le importó cuando sus manos comenzaron a alargase y sus piernas a estirarse. El pelo renegrido de su lobo creció más que nunca por la ansiedad que tenía Alain, sus dientes eran también más largos. Sintió placer al contemplar su piel humana, la piel que lo encerraba hecha jirones sanguinolentos sobre la hierba mojada.  Se estiró y buscó concentrarse en las cuatro extremidades que ansiaban el momento de retomar la marcha, que deseaban fervientemente correr por el bosque hasta no poder más. Volvió a respirar tan hondo como pudo, centro su vista en un punto perdido entre el verdor casi eléctrico del follaje en los días nublados y se echó a correr.

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