Julieta quiso quedarse

Brais

   El hechicero más poderoso de la Convención Internacional para Brujos y Hechiceros, despertó en su cama. No recordaba cómo había llegado hasta allí, ni cuanto hacía que se hallaba durmiendo. Sentía los músculos engarrotados y se vió a si mismo más pálido de lo normal.

   Trató varias veces de recordar que era lo que estaba haciendo antes de acostarse, y al cabo de un buen rato, pudo rememorar la llegada a la aldea de la famosa bruja Emma. Se apresuró en asearse y cambiarse la ropa, que extrañamente olía a humedad. El calor del agua caliente, logró despertarlo un poco de ese sueño pesado del que no lograba deshacerse.

   En cuanto estuvo listo, abrió la ventana de la habitación, para observar desde ese segundo piso su amada creación, porque esa aldea y la mentada convención habían sido idea suya, y constituía todo su orgullo. Para su sorpresa la convención estaba misteriosamente silenciosa, y no había nadie yendo y viniendo por sus calles, ni siquiera los niños. Miró de nuevo el reloj de su cuarto, no podía haberse confundido tanto. Eran las nueve de la mañana, a esa hora todo el mundo ya había despertado.

    Brais, no era un genio, pero tampoco tonto, como para no darse cuenta de que algo allí estaba sucediendo. Tomó algunos elementos mágicos que poseía en su poder desde las cruzadas contra la magia legítima. Es más una de ella le había pertenecido a la mismísima Roderica. Primero se pasaría por la habitación de su caprichosa hija Aubrey, y trataría de convencerla de marcharse hacia la dependencia de hechiceros más cercana. Al menos a ella la tendría que poner a salvo. Aunque ahora que lo recordaba, hacia al menos dos días que no veía a su hija. Un nudo le apretó el estómago y un halo frío como un glaciar lo cubrió de cabo a rabo.  Salió de la habitación disparado como un rayo. Lo único que oyó en su recorrido a la habitación de su hija fue el eco de sus zapatos rebotando contra las altas y desnudas paredes y su respiración caliente y agitada azotándole las cuerdas vocales.

-Llegas a tiempo querido Brais –dijo una ufana Roderica parada en medio de la habitación de su hija –¿Dormiste bien?

 

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