Julieta quiso quedarse

Matt

-¿No te habían dicho que está mal ingresar en propiedad privada?

  Mi padre se giró como un rayo en cuanto oyó mi voz. A pesar de sus incontables años como cazador, no me había oído llegar, eso hablaba por sí solo. Estaba forzando la entrada de la casa de Julieta aún sabiendo que sería en vano estando protegida con la mejor magia existente en la tierra. La única real. Lo miré de pie a cabeza, todo su ser denotaba cansancio.

-Son órdenes –dijo, pero noté que estaba asustado.

-¿Te ordenaron matarla?

-¡No! –gruño.

-¿Por qué nos dejaste a un lado? ¿Te volviste loco? ¿Te olvidaste que éramos una familia? –avancé a él, pero me detuve a escasos metros.

-Matt… –comenzó, pero no lo dejé seguir.

-¡No papá! ¡Nos dejaste solos en un pueblo atestado de lupis y brujos! ¿Eran órdenes? –la cara me hervía de rabia. Era la primera vez en la vida que le hablaba de ese modo.

- Es nuestro trabajo –arguyó –Y lo sabes.

-¡Estoy harto de nuestro trabajo! –casi grité – ¡Cazando gente que solo quiere vivir! –su cara se desfiguró, él ya había oído aquello en otros labios – ¿Dónde está nuestra vida? ¿Qué sentido tiene si solo vivimos para anular la vida de otros? –sentí en mi bolsillo el maldito escudo que todos los cazadores solíamos llevar como amuleto, en ese momento pesaba como tres toneladas – ¿Ves esto? –dije sacándolo de donde siempre lo guardaba –Renuncio, yo ya encontré porque verdaderamente luchar.

-¡Es una locura! –gritó – ¿Acaso te enamoraste de la chica?

-¡Es una locura que eches a perder tu vida por derramar sangre ajena! ¡Teníamos una familia papá! –las lágrimas se me amontonaron en los ojos –¡Si hubieses escuchado a mamá ahora podríamos ser felices!

-¡No te permito que me hables de ese modo y menos de tu madre!

-¡Ya no podes prohibirme nada! –mascullé – ¡Estás solo en esto! –al fin después de tantos años me atrevía a decirlo. Arrojé a su cara el maldito amuleto. Por un segundo eterno me sentí absoluta y totalmente libre. –Si hubiera tenido el coraje de hacerlo antes de perder a Myra todo sería muy distinto.

  Me giré e iba a emprender el camino de regreso a casa de Sofía adentrándome en el bosque por otro lado. Los lupis, si es que había alguno por allí, no me harían daño. No pude contener más mi dolor, guardado por tanto años. Dejé que rajara de lado mi pecho y fluyera. Ya no tenía sentido contenerlo.

-¿Dónde está tu hermano? –preguntó con la voz quebrada antes de que me perdiera entre los árboles.

-En un lugar seguro, donde no puedas corromperlo, ni vos ni los malditos Beta. –su rostro se desencajó por completo y yo huí.

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