Julieta quiso quedarse

Brais

    El más grande hechicero de la Convención, su ufano creador, yacía acostado en su cama. Aterrado. Había hecho todo cuanto la bruja Madre le había dicho. Toda la aldea había despertado, y uno a uno habían bebido ese asqueroso preparado que los había convertido en desconocidos, en zombies. Brais se restregó los ojos. Roderica había hechizado su mente de modo tal que él cumpliese con todo lo que ella ordenase, sin poder resistirse. Pero para desgracia de Brais, su yo de siempre, estaba despierto en su interior, luchando desenfrenadamente por salir. Aunque no lo lograba, ni lo lograría jamás. Roderica quería vengarse de Brais. Del mismo modo que ella había visto caer su imperio sin poder hacer nada, él vería el suyo, sufriría lo mismo. Le estaba pagando con su misma moneda, y eso era un gesto casi amable de parte de la bruja.

   Brais, pensaba también en sus hijos. Los más pequeños, ahora perdidos dentro de sí a causa de la poción, deambulaban por la Convención sin rumbo.  Pero lo que más le preocupaba, aunque ya no pudiese hacer nada, era su hija Aubrey. Ella no estaba en la aldea. No se hallaba en ningún lado. De otro modo la habría encontrado. No estaba, y su ausencia solo podía deberse a algo macabro. Una idea llenó su mente por un momento, pero acto seguido la rechazó. Aubrey sería una inmadura, pero jamás atentaría contra ellos, su familia.

   Roderica lo observaba sin que él lo supiese desde el fondo de la habitación. El hechicero se había refugiado allí, pensando que estaría solo, pero solo seguía órdenes mentales de la gran bruja. Ahora solo quedaba una cosa por hacer, y ante la crisis que sufría Brais, Roderica se había encargado de realizarla ella. Enviar a otras organizaciones de hechiceros a lo largo del mundo aquel preparado viscoso.  En cuanto los licántropos llegasen a cada sitio, les quedaría una única cosa que hacer con ellos. Liquidarlos. Y así enmendar de una vez por todas, el error más grande que habían cometido los brujos.  El mal del mundo desaparecería. Julieta ya tendría tiempo de encontrarse a sí misma y poder guiar, luego, al resto de la humanidad a senderos mejores. Con el tiempo lo haría, Roderica no ponía en ello duda alguna. Pero primero lo primero.

-Estás listo Brais –susurró Roderica dentro de la mente del acobardado hechicero –Es hora de acabar con esto. Los cazadores están a siete kilómetros de la entrada. En cuanto lleguen les anunciaras el cambio de plan, y luego te lanzarás al ataque. Van a diezmarlos lo suficiente.

-Si Madre –respondió el aludido, debatiéndose en una encarnizada guerra para sus adentros.

 

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