Julieta quiso quedarse

Roderica

   La gran bruja vió adentrarse en el bosque a  los cazadores liderados por Julieta. Su pequeña Julieta. Recordaba como si fuese ayer, el día en que William, el único hombre al que había llegado a amar, le había contado acerca de su última obra. De allí había tomado el nombre para su pequeña, y sus compañeras habían estado de acuerdo. El nombre era lo de menos, decían. Pero para Roderica no era así. La Julieta que su William había imaginado era una que lo daba todo por aquello en lo que creía, en lo único que sabía que iba a salvarla. El amor. Y así era. El amor era el único que podría salvar al mundo, por más cursi que aquello sonara.

    Los hechiceros, habían logrado desbaratar la cultura del amor, pero no lo suficiente para hacerlo desaparecer. Aquel era el último bien que le faltaba perder a la humanidad para caer en desgracia para siempre.

    Los cazadores avanzaron hasta las puertas de la Convención, y Roderica vió con deleite casi, como Brais, el gran cobarde, acababa con su propia vida, antes de que el Jefe Beta lograra darle alcance. Ella no iba a interferir, aquella era la pelea de su hija. El renacimiento del origen. Una de tantas peleas que tendría que enfrentar a lo largo de su vida, para liberar aquel mundo contaminado. Porque Julieta sabía mucho, pero había otro tanto que desconocía. 

     Roderica, desde lo alto de la casa de la gobernación, volvió sus ojos milenarios a un grimorio antiquísimo que descansaba sobre sus piernas. El libro de la vida y de la muerte, el libro del que habían nacido todos los mitos del mundo, los verdaderos. La enciclopedia de la creación, escrita con puño y letra de los creadores. Lo abrió y antes sus ojos nacieron de vuelta aquella primera pareja de humanos, y después todo lo demás. Ojeó el libro y toda la historia vibró con más fuerza que nunca. Hasta la última página. En ella, los dioses explicaban que volverían a su morada de los cielos, que su misión estaba hecha, y que lo demás dependería solo de ellas, las grandes brujas mundo. Su réplica humana. El mundo quedaría en sus manos, para ser cuidado en la medida de lo posible, frente a las muchas manos extrajeras que querían hacerse con él. Por qué los dioses no eran los únicos extraterrestres que habitaban el espacio sideral. Había muchos, cientos, quizás miles. Y aquel mundo era único en su especie, en donde la esencia vestida de carne, tenía la capacidad de progresar, de crear. Ningún invento anterior había logrado la libertad que ellos. La vida en la tierra era distinta a todas las vidas. Los dioses habían exprimido al máximo su creatividad para idear todo aquello, y habían trabajado en aquel proyecto durante cientos de años.

   Roderica no había entendido el porqué de su partida. Después de tanto esfuerzo, dejar aquella creación fabulosa, era como abandonar un tesoro a su suerte. Se había enfadado horrores con ellos y los había odiado un buen tiempo. Hasta que de a poco, milenios después, a medida que veía crecer a su Julieta, logró comprenderlo. Solo a través del lenguaje del amor lo había podido comprender. El amor era libertad. Solo si amabas de veras podías entenderlo. Y los dioses, los habían amado tanto como para aceptar regalarles la libertad.

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