Julieta quiso quedarse

Matt

    En cuanto desperté, supe que Julieta me necesitaba. La había oído gritar en sueños, y había peleado con todas mis fuerzas, para lograr abrir los ojos. Para escaparme de una vez, del influjo en el que ella me había sometido en cuanto me presentara en la playa.  Me llevó, al menos dos cuartos de hora poder dominar mi cuerpo medianamente. Quien sabe cuánto tiempo había pasado metido en aquel saco de dormir, en la tienda que, reconocí, era de mi padre.

   En cuanto pude salir fuera, comprobé que era mediodía, llevaba más de doce horas sumergido en un hechizo de sueño. Allí donde me hallaba no había nadie. La soledad más cruel vivía en cada detalle. Todo diseminado, roto, abandonado.

    La guerra había acabado con los cazadores, era más que obvio. Todas nuestras cosas, o mejor dicho, las que habían pertenecido a los Beta se hallaban desperdigadas por todo el campamento.

  Julieta no estaba allí. Y lo sabía desde que la había oído por vez primera. Julieta me llamaba con la mente. Ella me había ayudado a vencer el hechizo de sueño. Me obligué a caminar hasta la frontera entre la playa y el bosque.

-¡Cazador! –me llamó una voz a mis espaldas.

-Mi nombre es Matt –dije girándome y hallando a la diminuta hechicera ayudante que se hacía llamar Senta. Me sorprendió, no solo el tono de mi voz, sino que ella se hallase allí de pie, respirando.

-Matt –dijo dulcificando su voz –Julieta me manda a buscarte.

-¿No deberías estar muerta? –no quise ser grosero, solo quería preguntarle.

-Es largo de explicar –dijo tratando de disimular, pero yo vi en su rostro un dolor pasajero pero profundo que por poco la desmaya. Estaba muy impresionada, aunque buscase ocultármelo.

-Bueno –acepté – ¿Dónde está Julieta?

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