Julieta quiso quedarse

Julieta

 

   Ya no tenía más lágrimas que llorar. Ya las había expulsado todas fuera de mi cuerpo y me encontraba seca. Los gritos de Blaz me estaban sacando de quicio, pero aun así no busque callarlo. Él tenía razón para gritar de ese modo, y yo para soportarlo. Yo la asesina de su hijo.

  Enzo, o el que había sido su cuerpo, descansaba sobre mis rodillas. Estaba pálido y frío. Sus mejillas ya no eran rosadas, y su pelo ahora mojado de mis lágrimas no caía por su frente. No volvería a ver sus ojos verde esmeralda nunca más. Lo abracé una vez más. Me resignaba a soltarlo, a dejarlo ir. Intenté traerlo de regreso cientos de veces, y ya no poseía fuerzas para hacerlo una vez más.

   El hechizo lo había matado. Él no podría resistirlo por su condición de brujo y lupi al mismo tiempo. Para salvarlo, tendría que haber acatado el plan inicial de Madre. Pero no lo había hecho, había buscado disminuir las muertes, y solo había logrado matar al único ser que amaba en el mundo entero.

-¡Abre la puerta Julieta! –gritaba Blaz – ¡no me obligues a utilizar medios violentos! ¡Es mi hijo y debo tener su cuerpo!

-¡Julieta por favor! –Amara, su compañera, trataba de convencerme –Por favor Julieta, es su padre y quizás pueda intentar algo.

-¡¡¡No puede!!! –rugí con tanta fuerza que sentí que me había desgarrado la garganta –¡Su alma trascendió y no puedo detectarla ni yo misma!

   Blaz se derrumbó al otro lado de la puerta que había sellado con magia. Él sabía que yo no le mentiría en una cosa así. No podía salir fuera y verlos a todos a la cara. Aquel desastre era mi culpa. Y jamás me lo perdonaría.

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