June y otros universos

Edimburgo, 15 junio

Querida June,

Hoy me puse a pensar en ti. No en nosotros, ni en la relación, ni en la disonancia que nos separa; solo en ti. En quién eres, en todo lo que te constituye y que me dejó fascinado desde el primer instante. Mientras caminaba por los pasillos del supermercado, me di cuenta de cuánto te extraño, de cómo cada gesto tuyo, cada detalle que parecía trivial, ahora ocupa un hueco enorme en mi memoria.

Echo de menos la manera en que tu cabello castaño se ondula ligeramente incluso cuando no lo arreglas, como si tuviera voluntad propia, y cómo tu piel pálida refleja la luz de la mañana de una forma que me parecía casi imposible de describir. Recuerdo cómo te inclinabas sobre un libro o un cuaderno, concentrada, mordiendo apenas la esquina de tu lápiz mientras tus ojos se movían rápidos entre las páginas. Esa intensidad silenciosa, esa pasión callada que tienes por aprender y descubrir, siempre me hizo sentir que estaba delante de alguien que exploraba el mundo con los sentidos abiertos, sin pedir permiso.

Recuerdo nuestros viajes anuales a Inverness con un dolor dulce. Me duele que este año no hayamos ido. Me duele no detenernos en un claro a tomar fotos improvisadas, no escucharte decir que perderse juntos era la mejor manera de encontrarse. Echo de menos tu entusiasmo al descubrir cada sendero, cada rincón, cada pequeña maravilla de ese paisaje que parecía hecho a nuestra medida. Me enseñaste a ver el mundo como algo que podía explorarse sin miedo, con alegría y curiosidad, y ahora me queda solo la memoria de esos momentos.

Me viene a la mente cómo te emocionabas al ver los senderos del bosque, cómo tus manos rozaban las hojas mientras caminábamos sin mapas, siguiendo instintos más que caminos señalizados. Te reías de mis intentos torpes por orientarnos, y yo me reía contigo, aunque en el fondo me sentía perdido sin tu guía. Había algo en la forma en que te movías, en la tranquilidad con la que aceptabas la incertidumbre, que me enseñaba a soltarme un poco, a confiar. Sentía que mientras tú estabas cerca, todo podía resolverse.

Amo tu paciencia. Esa forma tuya de escuchar sin interrumpir, de dejar que las palabras se filtren y se acomoden, de mirar con atención incluso los detalles más pequeños, me enseñó a valorar el silencio compartido. Eres increíblemente perceptiva, June. Notas cosas que nadie más ve: cómo cambia la luz en la habitación, cómo se encoge alguien cuando miente, cómo el café sabe distinto según la temperatura de la taza. Todo eso forma parte de ti, de tu sensibilidad innata que me hipnotiza cada día.

Extraño tus manías. Cómo reorganizas los libros en la estantería cada cierto tiempo, casi como un ritual; cómo guardas las notas de tus clases en pilas perfectamente alineadas; cómo, si algo te molesta, aprietas los labios o frunces levemente el ceño antes de hablar. Todo eso, que antes me parecía adorable y peculiar, ahora me deja un hueco en el pecho cuando no estás. Incluso tus silencios tienen un ritmo que me reconforta. Me doy cuenta de que la familiaridad que siento contigo no es solo por lo que compartimos, sino por la forma en que existes en el mundo.

Amo tu risa. No la risa exagerada de película, sino esa que brota en momentos pequeños, inesperados: cuando un estudiante dice algo inocentemente gracioso, cuando alguien tropieza torpemente, o cuando yo digo algo sin sentido. Es contagiosa, cálida, y siempre me hace pensar que el mundo, aunque caótico, puede ser soportable si estás cerca. Esa risa tuya es un recuerdo que guardo con celo, como un objeto frágil que no quiero dejar que se rompa.

Pienso también de cómo te apasiona la jardinería. Ver tus manos entre la tierra, plantando semillas o regando flores, me parecía casi un acto sagrado. Me enseñaste a notar los pequeños brotes, a cuidar de ellos con paciencia, a esperar sin exigir resultados inmediatos. Me gustaba que tu mundo tuviera raíces concretas: plantas que crecen, flores que se abren y cierran según el sol y la lluvia. Esa atención a lo vivo, June, me fascinaba, porque tu forma de cuidar los detalles se extendía también a las personas.

Extraño presenciar la manera en que miras a los demás. Cómo te preocupas por tus amigos, por tu familia, por alguien que parece estar pasando un mal día sin siquiera pedir ayuda. Tu capacidad de entrega es silenciosa, pero absoluta. Me acuerdo de cómo ayudabas a tu hermano con sus proyectos de grado hasta altas horas de la madrugada, de cómo trabajaste horas extra para completar la hipoteca de tus padres, de cómo celebrabas las pequeñas victorias de todos a tu alrededor. Esa empatía tuya, natural y generosa, me sigue conmoviendo aunque ahora la viva desde la distancia.

También admiro tu forma de sostenerte frente a tus ideas. Cómo defiendes tus proyectos y opiniones con firmeza, sin imponerte, sin alzar la voz más de lo necesario, pero dejando claro que no cedes terreno. Esa fuerza tranquila, constante y firme, me enseñó a respetar tu espacio y tu mundo. Siempre he pensado que esa combinación de sensibilidad y determinación es lo que te hace única: puedes ser delicada y apasionada al mismo tiempo, sin contradicción, como si todo tu ser estuviera en equilibrio.

Amo también tu humor, que siempre ha sido tan particular. Ese humor que no busca aplausos ni reconocimiento, que aparece en comentarios mínimos, en gestos inesperados, en una mirada rápida que dice más que cualquier frase. Me hace reír incluso cuando estoy solo, al recordarlo, y me da la certeza de que tu esencia no desaparece aunque estemos separados.



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En el texto hay: rompimiento, separacion, romance

Editado: 03.10.2025

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