June y otros universos

Edimburgo, 31 de octubre

Querida June,

Hoy escribo estas palabras sabiendo que nunca llegarán a tus manos. Tal vez ni siquiera deban hacerlo. Las escribo como quien abre una ventana para dejar que el aire circule, aunque sepa que nadie vendrá a sentarse junto a ella. Es mi manera de despedirme sin romper lo que todavía queda en pie.

Esta mañana, mientras buscaba algo en el cajón del escritorio, encontré el billete arrugado de aquel cine pequeño donde nos refugiamos una tarde de lluvia. No recuerdo ni la película, apenas algunas imágenes difusas en la pantalla. Lo que sí recuerdo es que la sala estaba casi vacía y que, en un momento, empezaste a reírte bajito por alguna tontería que dije al oído. Esa risa tuya llenó el lugar más que la propia película. El sonido se me quedó grabado, una marca invisible.

Salimos empapados después, con el paraguas roto por el viento, y terminamos caminando bajo la tormenta como si no importara. No había prisa, no había dirección. Solo éramos tú y yo, desafiando al agua que nos calaba hasta los huesos. Esa tarde, lo juro, sentí que todo lo que podía pedirse de la vida estaba ya ahí, en tu mano apretando la mía, en tu cabello pegado al rostro, en tu manera de mirar el mundo, con la certeza intacta de que siempre valía la pena.

Hoy, al sostener ese billete amarillento, comprendí que esos días no se repiten. No porque los hayamos perdido, sino porque se quedaron detenidos, sellados en un lugar al que ya no tenemos acceso.

Y ahí está lo duro, June: me aferro a ese recuerdo sabiendo que, aunque sigas riendo, aunque sigas caminando bajo la lluvia, ya no será conmigo.

Quisiera que supieras que no me arrepiento de nada. Ni de los silencios, ni de los errores, ni de los días en que no supimos encontrarnos. Todo eso también nos pertenece, como parte de la trama que tejimos juntos. Pero ahora lo veo con una claridad que antes me eludía: prolongar lo que somos sería condenar esa trama a desgastarse hasta romperse. Prefiero dejarla intacta en mi memoria, antes de que se deshilache sin remedio.

Hoy, cuando me miraste distraídamente mientras te ponías los auriculares para seguir trabajando, me sentí como un visitante en tu vida. Y no lo digo con amargura. Lo digo con aceptación. Porque sé que los visitantes, por más bien recibidos que sean, siempre se van al final del día.

He pensado mucho en cómo despedirme sin rencor. Quiero creer que es posible. Quiero creer que se puede soltar amando, que no todo final tiene que ser ruina. Escribir esta carta es mi manera de comprobarlo. Aquí reconozco lo que hemos sido, lo que seguimos siendo por dentro, y también lo que ya no podemos sostener.

No hay un instante preciso en que el amor cambie de forma, pero hoy sé que el mío hacia ti ya no es el mismo. No es esa necesidad urgente de tenerte cerca, de compartirlo todo. Es un amor más sereno, que se conforma con verte feliz aunque yo no sea parte de esa plenitud. Me asusta decirlo, porque admitirlo es admitir que ya no hay marcha atrás. Pero también me da paz.

No pretendo que esta carta sea un legado ni una confesión. Es apenas un ensayo de honestidad conmigo mismo. Una forma de grabar en palabras lo que mi corazón ya sabe: que el capítulo que compartimos llega a su fin, y que la mejor manera de honrarlo es dejar que cierre con dignidad.

June, no sé si algún día leerás esto. Probablemente no. Tal vez un día encuentre estas hojas en una caja y me sonría con ternura, pensando en lo joven que era al escribirlas. Lo que sí sé es que ahora mismo necesito escribirlo, porque así me aseguro de no olvidar lo esencial: que amarte fue un privilegio, que acompañarte fue un regalo, y que despedirme de ti, aunque me desarme, es también un acto de amor.

Cuando pienso en el futuro, me asusta la idea de no escucharte reír en la cocina, de no discutir contigo por cosas insignificantes, de no verte quedarte dormida en medio de un libro. Pero también me doy cuenta de que esas memorias seguirán siendo mías. Nadie me las puede quitar. Y eso basta.

No sé qué pasará mañana, June. Puede que hablemos, puede que los días transcurran con normalidad aparente. Pero hoy escribo para fijar en mi memoria la decisión de soltar, de dejarte ir con ternura y sin rencor. Hoy te digo adiós en palabras que solo yo leeré, y siento que eso ya es suficiente. Porque dejarte ir no es abandonar; es amar lo suficiente para priorizar tu felicidad.

Y aunque mi corazón esté lleno de nostalgia, de recuerdos, de cariño y de gratitud, también está lleno de paz. Paz por haber amado, por haber compartido cuatro años contigo, por haber aprendido a mirar sin poseer, por haber comprendido que la vida es más grande que cualquier obstáculo emocional, y que el amor verdadero es capaz de vivir incluso en la ausencia.

Siempre te amaré, June. Siempre. Pero hoy amo más la idea de verte plena que la idea de aferrarme a ti. Y eso, aunque duela, es el acto más profundo de amor que puedo ofrecerte.

Siempre tuyo,

Félix



#1769 en Otros
#349 en Relatos cortos
#4860 en Novela romántica

En el texto hay: rompimiento, separacion, romance

Editado: 11.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.