Junto a tí.

⇜Capítulo Dos⇝

Porque a menudo sucede con lo que es precioso y está perdido, que al encontrarlo puede que no sea igual que lo que fue —Reina Seelie.

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Capítulo dos. 
Tocando las estrellas con mis dedos. 
Charlotte.

Estados Unidos, 13 de septiembre del 2015.

Mis manos sudan por los nervios. Tenía mucho tiempo sin sentirme así, a la expectativa de lo que pasará. Todos me observan, esperando alguna reacción de mi parte, y yo me limito a respirar profundo porque mi corazón golpea acelerado contra mi pecho, como un ave tratando de salir de una jaula. Observo el piano de cola que está frente a mí, e intento desesperadamente no huir del momento. La cena terminó sin inconvenientes, y una vez reunidos en la sala de estar, mi tía preparó todo para que yo tocara.

No sé que piensa sobre esto, pero veo que también se le está revolviendo el cerebro por la preocupación; no sé cual será mi reacción al poner mis manos sobre el instrumento, pero hay una parte de mi, lo poco que queda de esa niña de doce años, que desea dejarse llevar por las notas musicales y dejar atrás todo.

El silencio se asienta en el lugar, y puedo jurar que escucho mi corazón acelerado. Dicen que el ser humano tiene un metrónomo propio, solo que los músicos somos los que aprendemos a leer los latidos y a seguir el ritmo interno que marca nuestro corazón.

Ubico las partituras de “Para Elisa, de Beethoven” y trueno mis dedos en preparación. Las miro fijamente, entrando en conexión con mis recuerdos; una solitaria lágrima recorre mi mejilla izquierda, al mismo tiempo que comienzo a tocar.

Las emociones se acumulan en mi pecho, y por un momento dejo de respirar. Cierro los ojos y continúo tocando de memoria, las notas musicales son como caricias sobre mi piel, me arrastran como si fueran olas de mar, y por un momento, me lamento muchísimo por dejar de hacerlo, siento que las heridas internas escuecen y luego cierran, como si realmente fuera lo único que necesitaba para pasar la página.

El padre de Beethoven lo obligó a estudiar piano cuando era un niño. Eran rigurosas clases y ejercicios los que el pequeño estudiaba, y se convirtió en un gran músico y compositor. Cuando se hizo mayor, perdió el sentido del oído, dejó los conciertos y se dedicó a escribir sus mejores piezas aun estando sordo.

Los minutos pasan, comienzo a sudar frío, la pieza está apunto de acabar, el único sonido que se escucha en la sala es el que estoy produciendo con el piano, mis dedos recorren las teclas con tanta familiaridad y confianza como la que tiene un ciego al contar los pasos, es como si nunca hubiera dejado de tocar.

Los cambios de tonalidades y tiempos en la pieza son como un soplo de aire fresco; mi madre adoraba Para Elisa, así que tocarla es como un homenaje para ella. Los acordes y la melodía se clavan en mi ser, y sé que volveré a tocar, porque una nueva pieza acaba de encajar en el rompecabezas que es mi vida y me ha hecho reencontrarme con una parte muy perdida de mí.

Probablemente tengo un par de fallas al tocar, llevo mucho tiempo sin hacerlo, pero estoy muy contenta porque llegué hasta el final. Con un último acorde, levanto los dedos del piano y me quedo tensa, en mi lugar. Mi pecho se levanta y baja agitado, la emoción hace que mi respiración esté por los aires. Controlo todo inhalando y exhalando poco a poco; voy recuperando mi tranquilidad.

Los presentes estallan en aplausos, y el sentimiento crudo de orgullo infla mi pecho. Lo logré, logré por fin vencer uno de mis miedos, maté uno de mis demonios.

Una mano se posa en mi hombro, y sonrío al observar a mi tía con los ojos llorosos. También sonríe, y el vínculo entre nosotras se hace presente porque a pesar de que en este momento no estemos hablando, nos comunicamos con nuestras miradas y entendemos exactamente lo que la otra está entendiendo.

Reúno el valor suficiente para mirar a todos los presentes; Jake está a pocos metros de donde yo me encuentro, con una sombra de sonrisa en sus labios. Michel y Jace están sentados justo frente a mí, y los padres de los chicos en el sofá del lado izquierdo.

Veo un cambio en la mirada de mi tía, y comienza a tantear mi espalda en busca de algo. No comprendo que hace, pero la verdad es que lo dejo pasar y me concentro en los demás presentes en la sala.

—Tienes un excelente dominio del piano, Charlotte —comenta Josep.

—Muchísimas gracias, señor Marshall, me alegra haber tocado, tenía siete años sin hacerlo —murmuro apenada por la atención. No me gusta.

Mis mejillas se calientan y puedo adivinar que parezco un tomate, un gran contraste con el tono de mi piel. Aparto un corto mechón de cabello de mi rostro, y lo coloco tras mi oreja. Es liso, al igual que el de mi padre; hace poco me lo corté, puesto que comencé las quimioterapias y pronto me abandonará por completo.

Me gustaba cuando estaba largo, era mi mayor atractivo, pero los médicos recomendaron que para no caer en depresión, lo cortara para que no lo viera caer todo. Mi tía le hacia trenzas muy seguido, porque me llegaba por los glúteos y a veces el calor era demasiado.

—Si me disculpan, necesito hablar unos minutos con mi sobrina, será rápido. Si necesitan algo, están en su casa; Mary, ya sabes donde queda cada cosa, por si acaso. Ya venimos —no entiendo el repentino cambio de actitud de mi tía.

Me levanto y la sigo hacia la cocina, donde nós quedamos mirándonos una a la otra. Ella es mucho más alta que yo, por lo que tiene que mirar hacia abajo para hablarme. Mi tía estaba bien hasta hace unos pocos segundos, cuando puso su mano en mi hombro...

—Estás bajando de peso —no es una pregunta, lo afirma convencida—¿Por qué no me lo habías dicho?

—No es nada...

Sus ojos se posan en mí con molestia—: ¿No es para tanto? Mañana iremos con la doctora, las quimioterapias te están afectando demasiado, y apenas son muy pocas sesiones las que llevas. Estas muy delgada, y blanca como un fantasma, tampoco duermes, y puedo apostar que vomitaste tu almuerzo. ¿Acaso quieres morir? Te estás descuidando; puedo comprender que la enfermedad haga cambios en tí, pero tienes que salir de ese agujero en donde estás, porque si no sales pronto, allí te quedarás y lo lamentaras por toda tu existencia. 




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