Junto a Ti

Capítulo 4

Estaba de pie en la entrada de la residencia, con el mismo vestido simplón, su sombrero y a su lado el bolso con las pocas pertenencias que cargaba. Llevaba sus manos cruzadas en el frente y la mirada fija en el comienzo del camino que aún se veía desierto. No podía aguardar dentro, según el doctor debía estar exactamente lista y puntual, pues no era bueno hacer esperar a su excelencia. Se sentía menospreciada por completo y hasta deseaba largarse de allí de inmediato. No sólo había tomado la determinación de enviarla aquel sitio sin si quiera consultarle, sino que le hacía esperar fuera como si su comodidad o su persona fuera un estorbo. Cerró sus ojos un instante mientras mascullaba reproches a la vida y a Dios que parecía haberse olvidado de ella.

Un movimiento en el extremo del camino, donde hacía la curva rodeando la arboleda para luego atravesar el enrejado, una calesa y un caballo. Apretó el ceño pensando en algún paciente nuevo y que aquel no era el horario establecido para hacer el ingreso. Se enderezó cambiando el peso de una pierna a la otra para aliviarse, pues el carruaje llevaba retraso de cuarenta y cinco minutos. La calesa se detuvo frente a ella y nadie descendió, por lo que ella se mantuvo inmóvil tratando de lo prestar atención, hasta que el conductor inclino la cabeza mirándola.

— ¿Enfermera Amery? —dirigió sus ojos al individuo y asintió extrañada. Él hombre sonrió y descendió para ayudarle con el equipaje. —Perdón por el retraso, pero tuve un problema con el eje y he debido solucionarlo a mitad del camino.

—Pe... pero... —miró la calesa e inspiró profundo.

— ¿Sucede algo? —cuestionó al verle, y finalmente movió la cabeza en negativa mientras se montaba. El viaje duraba algunas horas y la idea de hacerlo en una calesa que para variar estaba desvencijada por doquier, le pareció de lo más incómodo y resopló. Después de todo, iba a un castillo, al de un duque, y aunque no esperaba que la buscaran en los carruajes principales, tampoco había imaginado que tuviera que hacer semejante viaje de aquella manera. Estaba segura que al llegar y cuando se bajara, le dolería cada centímetro de su delgado cuerpo al que por el trajín del día y los preparativos, no había alimentado correctamente.

Los caballos comenzaron a moverse y el asiento a chirriar, suspiró aceptando que al parecer su destino era siempre sufrido, y el camino más penoso, agreste y tosco, era el que le tocaba en suerte.

El zarandeo del camino producido por los caballos cansados, el eje maltrecho y aquel ruido crepitante de las maderas, no hicieron más que adormilarla, y lo prefería, pues mientras más corto se hiciera aquel viaje, mejor.

Cerró sus ojos un momento, estaba cansada y el sol aún le daba en el rostro. Su mente divagaba en pensamientos tristes y en cómo la vida se le había revuelto por completo. Pensó en su tía May y en cuánto la extrañaba, en los consejos de su padre y en Greg. Apretó su frente pues no deseaba pensar en él, pero como si aquello fue premeditado, su mente voló hacia aquella tarde en que su padre le pidió que consiguiera poeonía por lo que atravesó media ciudad en su búsqueda, y cuando tomó la curva donde el camino se bifurcaba para adentrarse en el río, por detenerse a ver al sapo que croaba subido a una piedra junto a la corriente, es que chocó de frente con una pared que al levantar la mirada constató que se trataba de él pecho amplio de un hombre. El sombrero del mismo cayó al suelo y aunque se disculpaba por todos los medios, en el momento en que ambos se agacharon a recogerlo, es que se percató de su sonrisa amplia y sus ojos preciosos. Desde aquel instante se había ganado un puesto precioso en su vida y su corazón. Se recriminó a sí misma ser de sentimientos tan blandos y propensos a entregarse al primer mequetrefe que aparecía chocando de frente con su vida, pero ya no valía la pena lamentarse, sino intentar olvidarle para que aquellos recuerdos dejaran de doler tanto y tan profundo.

Se mantuvo con los ojos cerrados para que el hombre creyera que dormía y no continuara con sus intentos de conversación, y más aún cuando preguntaba acerca de su presencia en el castillo y quién era el enfermo a cuidar. Por momentos dormitó, pues entornaba sus párpados cuando sentía que la cabeza se le caía dormida sobre su hombro. Entonces volvía a erguirse, carraspeaba y nuevamente cerraba sus ojos.

—Señorita Amery, hemos llegado. —Abrió sus ojos al oírle y frente a ella se extendía el valle de Leloir, y sobre la colina, coronándola, el castillo de estilo gótico con su alta torre en medio. Alrededor sus extensos jardines rodeados por un amplio y vasto territorio. No quitaba sus ojos de aquella obra, se veía espléndido e imponente, y por un instante al contemplarlo parecía transportarse a otro siglo.

La calesa se detuvo lo más cerca que se le permitió ingresar, y no le quedó a ella alternativa que acercarse caminando y cargando sus pertenencias. El camino era en subida y tuvo que detenerse innumerables veces hasta alcanzar la entrada, donde se vio escoltada por dos lacayos y levantó sus ojos hasta el blasón que coronaba la puerta de ingreso y los banderines azules flameaban a los costados de la misma.

Sus ojos apenas orbitaban asombrados por aquella obra pero terminaron de deslumbrarse al hacer el ingreso a la sala principal, de amplios ventanales recubiertos de cortinado rojos y dorados. Las paredes repletas de cuadros y en los doseles de cada puerta y en cada moldura, adornos de oro. Una chimenea de gran tamaño y los alfombrados cubrían por completo el piso del lugar. El mayordomo se acercó a ella a paso presuroso y con rostro de preocupación.




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