Apoyó su espalda contra el marco de la puerta mientras cruzaba sus brazos sobre su pecho e inspiraba hondo. Del jardín que rodeaba las paredes grisáceas del palacio, subía un perfume embriagador a rosas y lirios, que se entremezclaba con el de la hierba verde. Cerró sus ojos un instante tratando de concentrarse en cómo se sentiría aquella hierba perfecta rozando sus pies descalzos.
Unos cascos de caballo acercándose le hicieron abrir rápidamente sus ojos y detenerse en el galope del semental. No apartó su mirada de sus líneas perfectas, que de repente se desviaron hacia su espalda ancha, sus brazos fuertes tomando las riendas y siguiendo el mismo ritmo que el caballo al golpear el suelo con sus patas. Apretó el ceño y sus mejillas se sonrojaron indispuestas. Llevó su mano allí constatando el calor que emanaba de ellas y movió su cabeza de un lado a otro en negativa.
—Deja de mirar donde no debes, Dana… ¿Has enloquecido? —Musitó mientras volvía sus ojos a la duquesa que aún dormía. Los cascos del caballo golpeteando el piso firme de la galería inferior le hicieron asomar su rostro por la baranda del balcón, y sus ojos azules la descubrieron. Un segundo pasó mientras debatía cómo seguir, pues sus ojos dispararon una sonrisa perfecta y para su sorpresa, levantó su mano hacia el balcón saludándola. «Dios mío bendito… » Suspiró mientras levantaba su mano con timidez y le saludaba.
Hizo un paso atrás hacia la habitación y apoyó su espalda en la pared lateral. Su corazón parecía salirse de su pecho hinchado de la emoción y allí se percató que había dejado de respirar desde el mismo instante en que sus ojos azules la habían enfocado. Aquel duque sin duda despertaba pensamientos pecaminosos en ella y la sola idea le hizo sonreír. Era muy guapo y aquello no era novedad, distraía a cualquier mujer que tuviera ojos para mirar aquel porte majestuoso, u oídos para escuchar su voz de mando resonando en los pasillos.
—Dana… —Lady Realish llamó mientras entornaba sus ojos.
—Mi señora… ¿se encuentra bien? —Asintió mientras el sol matinal daba en su rostro que al menos llevaba mejor semblante. Le obligaba a beber agua cada media hora mientras estaba despierta y eso le había sentado muy bien. Su piel se veía mejor, al igual que su mente que ya no deliraba y la fiebre había dejado de subir, aunque su pecho continuaba congestionado y no había dejado de colocarle las compresas.
— ¿Amaneció bonito? —Preguntó mientras se incorporaba en la cama.
—Hermoso milady… el sol ya está levantando ese perfume tan bonito que hay aquí en Leloir, y si usted quisiera, podríamos poner la mecedora junto al balcón para que disfrute un poco la vista.
—Podría ser… —Dana sonrió y le ayudó a sentarse en el borde de la cama. — ¿Gabriel ha llegado?
—Recién. ¿Cómo sabía usted…
—Querida mía… es mi hijo, tan deseado y anhelado por mí que no imaginas, y te aseguro que lo conozco mejor que él mismo. Todos los días que está en Leloir, y desde que tiene edad para hacerlo, desayuna su café americano antes que nadie, busca su caballo y galopa por el campo hasta que agota por completo al animal… Y nunca cambia. Es el más rutinario del mundo… —apenas sonrió moviendo su cabeza de lado a lado y Dana replicó.
—Tiene una hermosa relación con él...
—Mmm… es muy testarudo. —Dana volvió a sonreír mientras tomaba su brazo para ayudarle a ponerse de pie. —La puerta se abrió y ambas levantaron la mirada. Gabriel apuró el paso y tomó el otro brazo de su madre para ayudarle.
— ¿A dónde vas a ir hoy? —Preguntó sonriente y Dana no pudo evitar replicar mientras levantaba sus ojos a él que llevaba su mirada fija en Lady Realish con una sonrisa en los labios. — ¿A comprar sombreros, vestidos o algunos pendientes nuevos? —Su madre rio.
—No tengo fuerzas, pero te aseguro que lo primero que haré cuando recupere el mando será comprar el ajuar para mi futura nuera. —Gabriel rodó los ojos. —Gabriel Reece Realish, Duque de Rutland, unos meses en Londres y traes esos modales. ¿Entiendes por qué digo que es necesario que esté enderezando tus pasos constantemente?
—Madre, deja de avergonzarme frente a la señorita. —Respondió, y Dana no se atrevió a mirarlo, sentía sus ojos fijos en su rostro y temió que si lo hacía, él notara su mejilla sonrosada; pero obviamente Gabriel era un hombre avezado en mujeres y sabía a la perfección qué decir, de qué manera y a quién para convencer a cualquier mujer, incluyendo a una enfermera bonita e inocente de Rotherham.
Su madre chasqueó la boca e hizo un movimiento con la mano para quitarle importancia a su reclamo.
—Catherine me ha reclamado un asunto… —Supo de inmediato que se refería a lo sucedido en la comida del día anterior. Dana tragó nerviosa y se dedicó a peinar el cabello de la señora. Se sentía aún culpable de tener la boca tan grande.
—No voy a darle el gusto…