La entrada del castillo era un revuelo completo, lacayos, doncellas, criadas y hasta Kent iban de un lado a otro bajando baúles con equipaje y dirigiendo a los invitados mientras los mozos movilizaban carruajes y caballos hacia las caballerizas. Gabriel y su familia permanecían de pie en el ingreso, justo debajo del gran blasón de Rutland que descansaba en la pared de Leloir. Por supuesto que él aguardaba con su postura impecable y erguida, la sonrisa justa y la mirada resplandeciente, mientras uno a uno fueron descendiendo los invitados. El primero en llegar fue obviamente Lord Caldwell, John Fares, y Peter Dincklage, amigos de salidas y locuras londinenses, quien de inmediato dio una palmada al hombro de su amigo y luego pasó directamente hacia la joven Danielle donde se detuvo con una agradable y exagerada reverencia. Tras él, Keira O'Brien tomaba la mano del lacayo y descendía del carruaje ante la mirada admirada de Gabriel que no hacía sino buscar sus ojos con los suyos y sonreírle para darle la bienvenida. Por detrás dos señoritas. Una era la hija del conde de Hampshire, Lady Brianna y su prima Laura, íntimas amigas y confidentes de Keira.
Luego del cordial saludo, reverencias, presentaciones y risas cómplices, Rutland hizo un ademán con su mano para invitarlos a ingresar y ofreció su brazo a Keira quien lo tomó gustosa mientras Catherine sonrió a su esposo y a Murray y los seguían.
- ¿Cómo ha estado el viaje? -Preguntó casi en un susurro a Keira.
-Agotador... pero saberte aquí y en semejante palacio es suficiente motivación.
-Te he extrañado... -Musitó él ante sus palabras. Encontró sus ojos mientras levantaba su mano, besaba sus nudillos y la acompañaba hasta un precioso sillón del salón principal de Leloir.
El murmullo de los invitados se concentró en el lugar y pronto las risas y comentarios sobre los últimos cotilleos resonaban en sus paredes mientras los caballeros se esquinaban junto a la ventana y bebían un buen brandy.
Gabriel la observaba por el pequeño espacio que quedaba entre el hombro de Caldwell y el brazo de Murray, su cabello rubio y perfecto que caía de manera tan delicada, su nariz y sus labios que había extrañado, al igual que sus piernas que ya conocía de memoria, y su cintura. Miró la hora deseando que pasarán rápido y que pudiera escurrirse hasta su habitación de una buena vez. La había extrañado y eso sí no era una mentira, a pesar de que supuso que ella lo había pensado dentro de un marco llamado amor, que definitivamente distaba de lo que en aquel momento ella le provocaba.
Kent le anunció que la comida estaba lista y antes de pasar al comedor, la presencia de su madre apoyándose en su bastón le hicieron caer en cuenta que no se había molestado en buscarla ni en presentarla. Dejó la copa a un lado mientras corría hacia ella para ayudarle y Murray seguía sus pasos. Dana se mantuvo unos pasos detrás de ella tal cual habían sido sus explícitas indicaciones: nada de medicinas, nada de ayuda salvo la estrictamente necesaria, no mencionar en absoluto lo de su calvicie, ni mucho menos darle el caldo en la boca; aunque por supuesto, no apartarse de ella ni un solo instante. Aún se sentía débil y a pesar del bastón donde se apoyaba, su cuerpo denotaba los estragos que la fiebre de días pasados había hecho en ella; sin embargo no había poder que la hiciera permanecer en cama, cenar en la habitación ni mucho menos perderse la posibilidad de conocer a los invitados, entre ellos, a la mujer que el duque había mencionado.
-Madre... ¿Cómo es posible que no nos hicieras llamar? -Dijo Murray y Lady Realish torció la boca.
- ¿Cómo es posible que estando nuestros invitados en el salón hace tanto tiempo y ya a punto de servir la cena, yo aún permanezca en la habitación? -Gabriel sonrió con ternura.
-Mis disculpas madre, tienes toda la razón.
La acompañaron hasta el sillón y le presentaron uno a uno a todos los invitados, sus ojos brillaron distintos a ver a Keira y Dana lo supo tan solo al observar la atención que puso la duquesa en la joven. Era hermosa y no había discusión, preciosa como una joya, delicada como una rosa, e hija del conde de Dorset. Es decir, digna mujer para convertirse en duquesa. Tragó, apenas el pensamiento se hizo consciente y bajó la mirada de inmediato, pues se había detenido en su rostro y sus facciones, ensimismada en sus propios pensamientos y olvidando que los demás podían tomarlo como una ofensa si se percataban de ello.
Ocuparon sus lugares en la mesa, en la cabecera Rutland, a su izquierda Lady Brown, su marido y Connor, a continuación de ellos Danielle, Peter Dincklage, Laura, John Fares y la hija del conde de Hampshire; a su izquierda y en el lugar que salía ocupar su madre, se sentó Keira y a continuación Murray y su prometida Cadence. Lord Caldwell ayudó a la duquesa quien al ver que la muchacha había ocupado su sitio y ante el momento incómodo en que Gabriel se dispuso a solucionar el inconveniente, hizo un movimiento con su mano para que no se molestara y caminaron unos pasos más hasta sentarse junto al lugar de Lord Caldwell.
Dana permaneció de pie unos pasos detrás de ella. Ni el duque ni Lady Realish habían indicado que tomara lugar en la mesa, y supuso que para no incomodar a los invitados. No se molestó por aquello, después de todo habían sido espantosas las comidas que había compartido en el comedor familiar.
Los candelabros daban una cálida luz que resaltaba el color de los lirios y helechos que descansaban en los arreglos florales, y durante toda la comida que duró bastante, desfilaron ante sus ojos manjares no conocidos, carnes preparadas de las maneras más extrañas y el perfume del pavo relleno le abrió un gran hueco en su estómago que pensaba llenar en la cocina mientras conversaba con Darla de los chismes de Leloir.